CAPÍTULO 8 : Nosotros (y) los Franco

En su tele funcionaba el UHF, pero a mi abuela le parecía que era mucho mejor tener un pedazo de pan con aceite. Sobre gustos…Pues eso.

Pero ¿Qué invento es esto ?

Podrás ponerte al día pinchando en estos enlaces : prólogo, capítulo 1, capítulo 2, capítulo 3, capítulo 4, capítulo 5, capítulo 6, capítulo 7

8 de Agosto.- La primera referencia temporal de la que tuve noticia (más allá de esa niebla imprecisa en la que estaba envuelto el momento de mi nacimiento) fue una época enigmática de la que los adultos hablaban todo el tiempo y que se llamaba « cuando Franco ». Aunque decir que los adultos hablaban todo el tiempo del « cuandofranquismo » quizá sea decir mucho. Lo que le llamaba la atención a un niño de la época (o sea, a este niño de aquella época) era que los adultos evitaban referirse a aquel tiempo pasado y enigmático si había niños delante y que, cuando caían en la tentación, no tenían más remedio que sentirse culpables y todo se resolvía en carrasperas y en una extinción más o menos rápida de este tema de conversación.

Cualquiera que creciese en la España de los ochenta, tenía ocasión, más tarde o más temprano, de escuchar a sus mayores hablar de esta época pretérita y de límites tan amplios como imprecisos. Un espacio de tiempo inabarcable para un niño pequeño. Cuando Franco, las cosas eran peores. Ahora sin Franco habían empezado a mejorar. Bueno, eso lo pensaban los más jóvenes (mis padres entre ellos). Mis abuelos en general (mis tres abuelos, unánimes por una vez) no estaban del todo de acuerdo. En cualquier caso, Franco estaba muerto, pero seguía muy presente.

Como hasta yo sabía, Franco, ese ser mitológico, tenía el culo blanco porque su mujer se lo lavaba con Ariel, y nos miraba desde las pesetas antiguas (cada vez que caía en nuestras manos una pela, mirábamos si era « del rey o de Franco ») pesetas y duros -los de Franco- que fueron sustituidos poco a poco por las monedas en las que Juan Carlos I exhibía un perfil gripal y miraba, curiosamente, en la dirección opuesta al dictador.

Antes de atreverme a preguntar directamente, saqué la conclusión de que Franco, en el fondo, había sido un pobre hombre.

Un día estábamos en la minúscula sala de estar de mis abuelos y salió por la televisión alguien poderoso (mis abuelos eran ricos y tenían televisión en color, no como nosotros que éramos pobres y teníamos una tele en blanco y negro por la que, además, no se veía el UHF).

Dicha persona poderosa (quiero pensar que era el rey Juan Carlos, pero no estoy seguro) estaba en un entorno glamouroso y tal.

Alguien dijo que había que ver qué bien vivían los ricos a costa de los pobres(yo pensé que, en la tele de los ricos, seguramente se veía el UHF) pero mi abuela dijo que todo eran apariencias y puso el ejemplo de Franco. Yo dejé de jugar y puse la antena. Según parece, mi abuela Alejandrina (la cual, como podrá ver el lector en futuros capítulos de esta serie, es especialista en codearse con los ricos y famosos) conoció a una de las enfermeras que trataron a Franco (al poderoso, al enigmático) durante una de sus enfermedades antes de que -involuntariamente- hiciera del mundo un lugar mejor.

Parece ser que dicha enfermera mientras le ponía el gotero al siniestro enfermo, tuvo ocasión de recoger sus melancólicas confidencias. Confidencias que luego más tarde, la señora Fulana (sin segundas) le contó a mi abuela, la cual sabía de muy buena tinta que Franco, con todo lo que mandaba, desde que había llegado al poder no había tenido ni la posibilidad de elegir la camisa que llevaba puesta (mi abuela dijo lo de la camisa como símbolo de la jaula de oro en la que están los poderosos). Mi abuela dijo entonces algo que quería decir que ella no era poderosa, pero que tenía un « pedazo de pan con aceite » y en esta magra dieta (deduje yo) se concentraba la ventaja que los pobres (sin UHF) tenemos sobre los ricos (con UHF). O sea, el poder hacer lo que nos saliese de las narices.

Poco después de esto yo creí llegada la hora de sacar mis propias conclusiones a base de discutir el tema con alguien de confianza. Un día le pregunté a mi padre que quién era Franco y que si Franco « era malo ». Mi padre, el pobre, contestó dando muchos rodeos (supongo que en aquella época aún reinaba en la mente de los adultos el miedo a hablar con libertad de este tema, aunque en todas las casas o casi todas hubiera un « pedazo de pan con aceite »). De tales rodeos saqué yo la conclusión de que Franco no solo había sido más malo que un cólico nefrítico, sino que había sido todavía más malo de lo que yo me imaginaba. Una maldad absoluta, negra y sin fisuras, que solo puede caber en la mente de un niño.


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