Contra el odio en la red

Hoy en día, interactuar en internet le deja a uno, con buena suerte, a tiro de gente desagradable. Con mala, a tiro de gente peligrosa. El Gobierno austriaco actúa.

10 de Agosto.- Al principio, o sea, a la altura de los noventa del siglo pasado, Internet estuvo muy cerca de ser la concreción de la utopía. Era una « anarquía benéfica » en la que la información estaba al alcance de todo el mundo, gratis, un inmenso contenedor que se iba llenando todos los días con las aportaciones desinteresadas de millones de personas.

Quizá esto fuera así porque en los comienzos internet era una realidad muy horizontal en la que, en principio, todo el mundo tenía las mismas posibilidades y en la que aún se necesitaba un cierto nivel de conocimientos para poder funcionar. Poco depués, la tecnología avanzó un poquito más y aparecieron los buscadores. Permitían agrupar tanta información dispersa y encontrar lo que uno buscaba.

Al principio, los buscadores funcionaban de una manera cercana a la objetividad. Uno buscaba algo y la máquina del buscador se lo suministraba atendiendo a criterios de pertinencia.

Pero las empresas que movían y mueven internet estaban (y están) en los Estados Unidos de América, la tierra del libre mercado (o sea, del mercado salvaje). La cuenta atrás para que las sucias manos del dinero entrasen en internet había empezado. Primero los buscadores y luego el resto de las empresas empezaron a corromper el edén original. Si alguien quería visibilidad, tenía que pagar por ella.

El siguiente paso fue Facebook. Estaba claro que, para muchas personas, aquella internet primigenia era demasiado inabarcable, así pues, aparecieron las redes sociales que ponían una pantalla (no en vano se llama muro) entre el usuario e internet.

En lugar de viajar por el inmenso ciberespacio, la gente ingresaba, cada día, en su corralito. Tras Facebook aparecieron otras redes sociales que fueron achicando más y más lo que la gente podía ver de internet. El negocio de pago por visibilidad creció de una manera exponencial (se nos vendía, naturalmente, como un fenómeno espontáneo, el de los influencers) y, al mismo tiempo, el mecanismo para interactuar con internet se fue haciendo cada vez más primitivo. Un marcador binario (me gusta/no me gusta) y un espacio mínimo para textos, de manera que, a diferencia de lo que sucedía al principio, ya no hacían falta unos conocimientos un poco sofisticados para interactuar en el ciberespacio, así que hasta un chimpancé un poco inteligente es capaz de manejarse con Facebook sin mayores problemas.

La posibilidad de que gente primitiva y cejijunta pudiera manejar las redes sociales sin problema (e incluso llegar a presidentes de superpotencias y eso) hizo brotar la planta venenosa del odio en internet. Con la aparición de ese odio también surgió la sensación (y a veces más que la sensación) de indefensión. Internet dejó de ser ese sitio benéfico. En más de un sentido, las redes sociales se convirtieron en un remedo del salvaje oeste ; en un espacio virtual en donde las personas decentes podían (podíamos) sufrir todo tipo de atentados contra nuestra buena fama o contra nuestra privacidad y, como en OK Corral, nos encontrábamos ante una disyuntiva. O bien soportábamos la cosa con paciencia (lo cual hacía creer a la gente cejijunta que éramos unos cobardes dignos de ser comidos) o bien nos veíamos en la desagradable obligación de poner coto a los desmanes de los acosadores utilizando sus mismas armas.

La gente con la lengua sucia, la que moja los dedos en vinagre (o en ácido sulfúrico) antes de ponerse a teclear, inventaron una palabra para aquellos que, dolidos, protestaban por el trato que recibían. Los « ofendiditos » eran (éramos) ridiculizados. Bastaba (y basta, lamentablemente hay que hablar en presente) tener un poco de presencia pública para estar a tiro de gente, con buena suerte, burda, inculta y soez. Con mala, a tiro de gente peligrosa.

El Gobierno austriaco está ahora mismo en conversaciones para regular el delicado tema del odio en la red. Se le llama genéricamente odio, pero abarca otros muchos terrenos, como la pornovenganza. Lo está haciendo en cumplimiento de las directrices europeas al respecto.

Se trata de un tema delicado porque, naturalmente, linda con la libertad de expresión. En la teoría, todos sabemos identificar el odio (sobre todo cuando va dirigido contra nosotros). En la práctica, cualquier sátrapa en chandal puede transformar leyes semejantes en una mordaza.

Los planes del Gobierno austriaco, que se han filtrado este fin de semana, parecen ser hacer responsables de los mensajes de odio publicados a las plataformas con más de cienmil usuarios y habilitar un mecanismo de apelación para aquellos usuarios que sientan que sus derechos han sido vulnerados.

También se van a hacer punibles los delitos de odio no solo cuando estén dirigidos a grupos étnicos o políticos, sino también cuando se dirijan a personas singulares.

Los activistas piden que se cree una especie de « defensor del pueblo » cibernético, pero los acuerdos de coalición de Gobierno actual no contemplan esta figura.

De cualquier manera, una vez se cree la ley y pase el trámite parlamentario correspondiente, el Gobierno deberá notificar a Bruselas los términos de la legislación para que la Unión haga (en su caso) las correspondientes alegaciones.


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