Capítulo 13: Cine,cine,cine

Ayer hablaba yo de un artefacto con un agujero. Hoy, otro (más pequeño, eso sí). Unas memorias a salto de mata.

Pero, qué invento es esto ?

Pero ¿Qué invento es esto? Puedes leer los capítulos atrasados de esta serie pinchando en estos enlaces: Prólogo, Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3, Capítulo 4, Capítulo 5, Capítulo 6, Capítulo 7, Capítulo 8, Capítulo 9, Capítulo 10, capítulo 11, Capítulo 12

17 de Agosto.- Ayer, en estas memorias que estoy escribiendo un poco a salto de mata, mencionaba un producto con agujero (mi primer Donut).

Antes de poner el punto final, ya me había venido el tema del artículo de hoy : precisamente otro producto con forma de rosca : los caramelos Chimos.

Chimos es, es un agujero, rodeado de buen caramelo. Ya lo dice el famoso gingle publicitario.

Los Chimos eran, para mi hermano y para mí, una especie de Louis Vuitton alimenticio. Solo los comíamos en ocasiones muy raras y muy especiales : cuando mi padre nos llevaba al cine (casi siempre mi padre, curiosamente).

Entre los tres y los catorce, momento en el que empecé a ganar dinerillo y me pude permitir semejante dispendio (el cine, en relación con mis ingresos, seguía siendo caro) debí de ir al cine menos de diez veces. Es más : estoy seguro de que si hago memoria, podría decir todas las películas que fui a ver en mi infancia.

La primera no cuenta a estos efectos, porque no la vi en un cine de verdad. En los bajos de los locales en donde estaba la policía municipal de mi pueblo hubo una sesión de cine gratis. Debió de ser en la primavera de 1979, porque recuerdo que aun no iba al colegio. Era una película de aventuras en África que, casualmente volví a ver muchísimo tiempo después. La identifiqué porque había una escena que se me había quedado grabada. A una de las actrices se le caía en la cabeza el contenido de un tarro de miel.

No creo que llegase a verla entera, por cierto, pero no recuerdo que, fuera de este accidente (para entonces yo sabía lo que era la miel, claro) la película me produjese mayor impresión.

La siguiente película que vi ya cuenta como tal, porque la vi en el cine. Concretamente en el cine Paz (luego me extenderé más a propósito de los nombres de los cines de « mis pueblos »). Se trataba de un horroroso melodrama mexicano llamado « La niöa de la Mochila Azul », protagonizado por Pedro (entonces Pedrito) Fernández. Fernández, por lo que parece, es hoy en día una estrella en México (en « Mésicos » como hubiera dicho Maria José Cantudo) que parece desmentir ese tópico de que los actores infantiles terminan dándose a la farlopa, a la trata de blancas o a las dos cosas a la vez. El argumento de la Niöa de la Mochila Azul hubiera podido terminar con la salud mental de cualquier persona menos robusta que el sr. Fernández. Otro, hubiera terminado en una politoxicomanía, pero él no.

Por cierto, abro aquí un inciso para explicar que, cuando yo era chico, los adultos que producían contenidos culturales para la chavalería se complacían en torturarnos con unos melodramas horrorosos, para que supiéramos desde bien pronto lo dura que es la vida y no nos andásemos con tonterías. Igual que uno de mis tíos, cuyo mayor placer era hundirme en la miseria hasta que me veía llorar, los guionistas de series de dibujos animados y de películas no cesaban de inventar huérfanos que pasaban hambre alejados de sus padres, críos que se enamoraban a los seis aöos ( !!!) de crías que se morían de leucemia y dejaban el pupitre vacío, madrastras e institutrices que inventaban sevicias sin cuento, y un largo etcétera. Es un milagro que hayamos salido un poco normales.

Mi tercera película fue, por suerte, una obra maestra. Mis padres debieron de verla en 1955, cuando se estrenó, y les debió de gustar tanto que me llevaron al reestreno. Muuucho tiempo después, fue la excusa para uno de los artículos de Viena Directo, porque su técnico de fotografía (lo sé : mi frikismo no tiene límites) era un austriaco : Enrique Guerner (Heinrich Gärtner). La película (ya voy, ya voy) se llamaba y se llama Marcelino, Pan y Vino. Aún hoy, me sigue conmoviendo la escena del milagro, por no hablar del imponente reparto ( !Esos frailes !). Por cierto, Pablito Calvo (Marcelino) también desmiente ese tópico de que los críos actores terminan dándose a la mala vida. Cuando colgó los hábitos (del arte de Talía y del cine religioso en particular) se hizo hostelero.

Tuve que eseperar por lo menos tres aöos para volver al cine ( !Con lo que a mí me gustaba el cine !) porque la siguiente película que vi fue ET, de Steven Spielberg, que se estrenó en 1982. Fue, por cierto, la primera vez que mentí con relación a una película. A ver : ET también es un dramón y, en aquella época, si uno se encontraba con otro crío/a (mi prima Yolanda, por ejemplo) siempre te preguntaba a) si habías tenido miedo y b)si habías llorado.

Yo soy muy de llorar en las películas (aún hoy, soy la risa de la gente que va conmigo al cine, porque lloro hasta con las comedias) pero ET me dejó más frío que una merluza del Cantábrico. Yo, de todas formas, reparé pronto en que con ET había que llorar. Y siempre que me preguntaban, decía que había llorado cuando ET había cogido la del humo y había dejado a Elliot más solo que la guán (pero con un bonito recuerdo).

Por cierto, quizá por este trauma, el actor que daba vida a Elliot (Henry Thomas) sí que se dio a la mala vida.


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