Desde Siria a Viena: diez años de guerra en Siria

Han pasado diez años del inicio de la guerra en Siria. Un conflicto que ha influido decisivamente en la historia reciente de Austria y que ha demostrado que detrás de las cifras, hay personas.

15 de Marzo.- La guerra de Siria ha cumplido diez años como un conflicto enquistado. Para las personas que vivimos en Austria, Siria es igual a refugiados.

La guerra de Siria no solo ha producido cifras de desplazados sin parangón en este siglo, sino que, debido a su desarrollo, con el surgimiento del Estado Islámico y la posterior alianza internacional para derrotarlo, ha aumentado el grado de impunidad de que disfrutan los malos en todo el mundo, debido a la ineficacia que, hasta ahora, han demostrado los tribunales internacionales para administrar justicia.

Hasta el momento, solo ha habido una condena por torturas a un agente del régimen de Al Asad, a pesar de haber evidencias (respaldadas por la ONU, que ha hablado de „mataderos humanos“) de campos de concentración en donde se tortura a escala industrial.

El conflicto sirio también ha tenido influencia en el devenir de la historia de Austria, el país en el que vivimos.

El pico de la atención mediática se produjo entre finales del verano de 2015 y todo el año 2016, pero durante toda la segunda mitad de la década pasada, los refugiados condicionaron la política austriaca influyendo decisivamente en el ascenso al poder de la extrema derecha del FPÖ. Ciclo que terminó con el famoso vídeo de Ibiza y el escándalo subsiguiente.

Viena Directo: la excusa para saber

Desde el principio, Viena Directo me sirvió como una excusa para saber yo mismo de un fenómeno que me intrigaba y me inquietaba a partes iguales.

Y esto, el aprendizaje, el intento de hacerme una idea de lo que estaba pasando, a dos niveles.

Por un lado, a una escala que podíamos llamar macro.

Me entrevisté con funcionarios que trabajan en la oficina austriaca que se encarga del tema, que me contaron sobre la falta de recursos que padecían a la hora de tramitar las solicitudes de asilo (penuria que, por cierto, continúa hasta hoy). Hablé con psicólogos que se ocupaban de acompañar y orientar a los que, en muchos casos, llegaban aquí siendo menores de edad, en manos de las mafias, enviados por sus familias para salvarles de destinos horribles que incluían el reclutamiento, la tortura y la muerte.

Y hablé, he hablado y sigo hablando con los mismos refugiados.

O con quienes, venciendo las mil y una trabas del sistema burocrático austriaco, tratan de que se les conceda ese estátus. Gente que se encuentra hoy en día en un limbo legal que tiene unas consecuencias humanas devastadoras. Personas con cara, con nombres y apellidos, personas que en muchas ocasiones luchan por integrarse y aportar lo mejor de ellos a un país que casi nunca les da la oportunidad. Personas en un permanente estado de incertidumbre.

He aprendido muchas cosas, naturalmente, y casi todas las han sabido los lectores de Viena Directo, porque las he publicado aquí pero, si me tuviera que quedar con una, sería esta: que la realidad de las personas sirias que llegan a Austria tiene poco que ver, por lo general, con el estereotipo de personas brutales y sin formación que trata de colar la extrema derecha.

Todos los sirios con los que he hablado eran en sus países personas de clase media como tú y como yo. Los que tuvieron edad para hacerlo antes de que la guerra truncase su destino, con estudios. Y se explica, porque solo las familias con un cierto poder adquisitivo tenían ahorros o podían malvender algunas propiedades valiosas para salvar a sus hijos.

También he aprendido que lo que para mí era un motivo de curiosidad (bienintencionada, pero curiosidad al fin y al cabo) para muchas de esas personas era un trauma que todavía les ardía en la piel.

Detrás de los números hay personas

Por ejemplo, una vez trabé relación con un chico al que llamaré Yassim. Tú le conoces también, porque, poco a poco, le has visto en anuncios o en películas, como extra.

Yassim es extremadamente simpático, amabilísimo, un hombre muy sensible con un talento natural para la música.

Es hijo de un funcionario y un ama de casa, el del medio de varios hermanos. Llegó a Austria, tras un viaje a través de Turquía y los Balcanes cuando todavía no había cumplido los diecisiete. Yo le conocí cuando tenía veintiuno.

Una vez que creí que tenía con él una cierta confianza y que podía saber que soy absolutamente inofensivo, quedé con él en un McDonald´s y le expliqué mi propósito de aprender en lo posible sobre el destino de los refugiados para acercar esta realidad a los lectores de Viena Directo. Le pregunté si no le importaría contarme su historia y sin esperar, le hice la primera pregunta: ¿Cómo había llegado a Austria? ¿Por qué?

Una décima de segundo más tarde, me di cuenta de mi error, fruto de una falta de tacto involuntaria que se excusa con mi inexperiencia. La cara de Yassim había cambiado por completo. Con un tono muy dolido solo me dijo:

-Eso son cosas personales.

Inmediatamente comprendí que era mejor el tema.

Semanas después, coincidí casualmente con una señora muy amable, que trabaja en Caritas precisamente con refugiados, la cual me explicó que para muchas de estas personas que han tenido que abandonar su país, su cultura, sus trabajos, a sus familias, el trauma de escapar sigue siendo una herida aún abierta, sin resolver.

Yassim, por cierto, lleva esperando cinco años a que la oficina austriaca correspondiente resuelva su caso. Mientras tanto, se ha integrado perfectamente, habla alemán mejor que yo y es una persona en unas condiciones ideales para incorporarse al mercado laboral y dar lo mejor de sus capacidades.

Vive con la incertidumbre de que un día de estos alguien pueda desenterrar su expediente y decidir que, si vuelve a su país, no corre un peligro inminente. En ese caso, como sucede todos los días, la policía se presentaría en su casa a las seis de la mañana, le subirían a un avión y todo el esfuerzo invertido por él y por el Estado austriaco habría sido absolutamente en vano.

Sin embargo, el que te concedan el asilo no implica necesariamente que las cosas sean más fáciles.

Hace cosa de quince días estuve hablando con otro sirio algo más mayor, al que llamaré Ismail.

A Ismail le dio tiempo a terminar la carrera de arquitectura en Damasco. Habla varios idiomas y es, en general, una persona muy correcta. Cuando se le tiene frente a frente uno no puede evitar sentir un cierto aire melancólico.

Sin yo preguntarle (uno ha aprendido) me estuvo explicando lo de su carrera de arquitectura y también que cuando fue al servicio público de empleo austriaco y expuso su situación le dijeron algo que probablemente sea familiar para mis lectores de fuera de la Unión Europea: que su carrera no valía nada en Austria y que tendría que volver a hacerla si quería que se le reconociese el título. Que mientras tanto, podía limpiar (un trabajo dignísimo, qué duda cabe, pero muy por debajo de sus capacidades).

Son solo dos ejemplos de una realidad que está ahí fuera.

Yo no tengo las respuestas, naturalmente, pero quizá convendría que los que pueden le dieran una vuelta a situaciones como esta que redundan en perjuicio no solo de los afectados, sino de Austria, porque suponen un desperdicio de unos talentos que podrían enriquecer a la sociedad en general.

Han pasado diez años desde que empezó la guerra en Siria. Y no es probable que situaciones como esta vayan a menos. Quizá sea tiempo de reflexionar.


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