Viena. Participante en el Regenbogenparade

Orgullo LGTBIQ en Viena

Viena. Participante en el RegenbogenparadeHoy se celebra en Viena la vigésimoquinta edición de la Regenbogenparade o desfile del orgullo. Conviene recordar por qué es necesario.

19 de Junio.- Queridos amigos: hoy se celebra en Viena, por vigésimoquinta vez, la Regenbogenparade, que es la manifestación (hay que recordar siempre que es una manifestación) por la cual las personas de la comunidad LGTBIQ quieren hacer visibles sus reivindicaciones.

En lo sucesivo, y aunque la denominación sea un poco restrictiva, llamaré a esta manifestación el desfile del orgullo gay, porque es la denominación que ha quedado en el almacén mental de la mayoría de las personas que van a leer este artículo. Sin embargo, yo pienso que sería más conveniente que, en vez de orgullo, se llamase „por la dignidad gay“. Creo que sería más acertada la traducción de Pride, porque „orgullo“ le da al asunto una actitud desafiante que yo creo que tiene poco que ver con lo que diría un hablante castellano medio.

En fin.

En la última década, especialmente a raíz de algo en apariencia tan poco importante como la victoria de Conchita Wurst en el festival de Eurovisión, la sociedad austriaca se ha familiarizado con formas de estar en el mundo más diversas e incluso personas que, a primera vista, no tenían nada en común, como el cardenal Schönborn y Gery Keszler, el organizador del extinto LifeBall, han superado mútuas desconfianzas para convertir en normal lo que en la calle es, sencillamente, normal.

También las empresas han descubierto que una comunidad con tan buena reputación como la comunidad gay, aparte de ser un target comercial goloso, también podía, por irradiación, prestarles un prestigio tolerante y liberal que podía y puede conseguirse por relativamente poco dinero.

En estas últimas semanas, no han sido pocas las entidades públicas y privadas a la caza del influencer gay.

Podría parecer que la sociedad austriaca ha superado sus miedos y que la frontera del tabú se ha desplazado un poquito más allá (por ejemplo, hacia la transexualidad), pero esta tolerancia es un bien frágil y que quizá sería suficiente la vuelta al Gobierno de quienes nunca debieron estar en él para que cambiaran las cosas.

Baste recordar que el partido austriaco actualmente en el Gobierno no aprobó en el Parlamento de la Nación la ley del matrimonio igualitario y que tuvo que ser el Tribunal Constitucional el que anclase en la norma suprema del ordenamiento jurídico austriaco el derecho de todos y todas a casarse con quienes deseen.

Digo que es una libertad frágil, y digo bien, porque está permanentemente amenazada.

Una noticia en este mismo espacio referida a una norma recientemente aprobada que prohíbe en Austria las terapias para „curar“ la homosexualidad en menores de edad, desató una polémica que me sorprendió a mí mismo.

Las objeciones estaban basadas en la incultura y en el fanatismo religioso más cerril (no hay fanatismo religioso razonable) y demuestran que queda muchísimo por hacer y que el trabajo no ha terminado, ni mucho menos.

Esa es la homofobia más evidente, pero hay homofobias mucho más sutiles.

Por poner un solo ejemplo, aunque en la ley, sobre el papel, esté conseguida la igualdad, lo cierto es que la homosexualidad en Austria (país, recordémoslo, muy machista) está muy lejos de ser lo que debería ser idealmente, o sea, un dato más, como el color del pelo o el número de zapato que calza una persona.

Tan es así, que un alto porcentaje de gays o lesbianas que viven en este país consideran que es arriesgado dar a conocer su condición sexual en su entorno de trabajo, de manera que, muy a su pesar y sin que haya por qué, se ven obligados a llevar una doble vida a causa de algo que a nadie debiera sorprenderle en esa tercera década del siglo XXI.

Otra forma sutil de la homofobia es la „presunción de heterosexualidad“ por la cual se nos educa para pensar que todas las personas, hasta que no se demuestre lo contrario, son heterosexuales y que sería de mal gusto, prácticamente ofensivo, por nuestra parte, evaluar otras opciones.

Y no hablemos de fuera de Austria.

Apenas a un par de cientos de kilómetros de donde escribo este texto, en Budapest, la semana pasada, el Gobierno húngaro sancionó una ley brutal y salvaje, reaccionaria y, digámoslo ya de una vez, asquerosa, que iguala la homosexualidad con, por ejemplo, la pedofilia y que prohíbe su „promoción“ y la de „formas de sexualidad no tradicionales“ en materiales dirigidos a la infancia, perpetuando así un estado de discriminación y silencio que, como pasa en la mayoría de los países de la antigua esfera comunista, como la catoliquísima y fundamentalista Polonia, pone en peligro la vida de muchísimas personas inocentes.

La defensa y la protección de la comunidad LGTBIQ nos beneficia a todos, ya que da la medida de la temperatura democrática de una sociedad e indica cuán tolerante, cuán relajada y cuán „destensada“ o „despolarizada“ están las personas.

No ser homófobo no significa perdonarle la vida al caballero más o menos amanerado que comenta en los programas de televisión los avatares sexuales de las famosas, sino integrar en nuestra vida el respeto a todas las formas posibles de amor, siempre que se desarrollen con mútuo consentimiento y entre adultos.

Cada persona tiene su camino y tiene derecho a poder buscarlo y encontrarlo y a recibir orientación clara, transparente y laica, sin que medien confusos dogmas arcaicos que han dejado de tener sentido a estas alturas del desarrollo humano.

Por eso hoy, como siempre, dignidad para la comunidad LGTBIQ.

Que el desfile del orgullo sea todos los días, hasta que llegue una fecha en la que deje de ser necesario.

Feliz día a todos.

dav

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