Gracias, Raffaella

Hoy ha muerto Raffaella Carrá y todos los que vivimos en un país extranjero y en una lengua que no es la nuestra le debemos habernos enseñado el camino del éxito.

5 de Julio.- „Nada es eterno, menos la Carrá“, se decía en Italia. Y hoy se ha demostrado que, desgraciadamente, no era así. Raffaella Carrá ha muerto en Roma a los setenta y ocho años. Tenía edad de ser abuela, de ser bisabuela incluso, pero nadie hubiera podido asociar a Raffaella Carrá con una hipotética „abuelidad“. Hacía mucho que se había instalado en un limbo sin edad que solo es patrimonio de unas pocas criaturas excepcionales.

Me he enterado de su muerte porque me ha saltado una alarma en el móvil. El servicio de mensajería de una radio al que estoy suscrito ha enviado a miles, quizá millones, de terminales como el mío, la increible noticia: Raffaella Carrá ha fallecido a los setenta y ocho años. En ese momento, yo estaba con un amigo (austriaco):

-!Se ha muerto Raffaella Carrá!

-¿Quién? – ha preguntado él, porque en Austria Raffaella nunca fue tan famosa como en España.

Desde entonces, llevo varias horas intentando responder la pregunta.

¿Quién era Raffaella Carrá?

Después de pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que Raffaella Carrá, para mí, era sobre todo una referencia. Cuando yo vine a Austria, de hecho, mi modelo era Raffaella Carrá.

Me explico.

Raffaella Carrá vino a España a finales de los setenta, a presentar la versión española de unas canciones que había grabado antes en italiano, como era práctica común entonces. España luchaba a brazo partido por sacudirse la caspa inmunda del franquismo y Raffaella Carrá fue una persona que, bajo la engañosa apariencia de una gran facilidad, con su innata elegancia de sonrisa y lentejuelas, se puso desde el minuto uno a derribar tabúes.

En aquella época España era ferozmente atávica a la religión católica. Era un país en el que todavía las señoras llevaban faldas rectas y cuatro dedos por debajo de la rodilla, una España en la que las mujeres solo podían ser ángeles del hogar o putas de saldo y esquina. En esa España, Raffaella Carrá fue, simple y llanamente, una mujer. Una mujer libre que hacía exactamente lo que hacían los hombres. Sin pedir permiso. Por lo menos en las letras de sus canciones.

Pasen y vean: „Hace tiempo que mi cuerpo anda loco anda suelto y no lo puedo parar/ por las noches me despierto abrazada a la almohada y con deseos de amar“ y sigan pasando y sigan viendo „Si él notara que es un tormento y no se acaba de decidir, para ayudarle es el momento de que en seguida le des el sí“.

Raffaella fue para mujeres y hombres la confirmación de que el sexo podía ser una cosa lúdica y divertida. Es más: que el sexo sin amor podía ser una cosa perfectamente lícita para una mujer, lo mismo que la sociedad machista de la época (y de esta época) consideraba que era lícito para un hombre.

Pasaron los años.

En los noventa, Raffaella volvió a trabajar a España.

En Italia era una profesional respetadísima que llevaba serrín de plató de la RAI en las venas (por cierto, echando cuentas, debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, cosa que da un poco de vértigo).

Inmediatamente, Raffaella, que era una ardilla, se dio cuenta de que si quería triunfar, tenía que exagerar su italianidad todo lo que pudiera.

En las entrevistas que he estado revisando hoy, cuando no estaba trabajando, Raffaella Carrá hablaba español perfectamente. Con un ligero deje. Sin embargo, como otra astuta colega, Carmen Sevilla, Raffaella Carrá, cuando llevaba el uniforme de trabajo, intentaba decir cada dos frases „e allora“ o preguntaba a sus invitados cómo se decía tal o cual cosa o exageraba las erres “e allora, si fuerra un animall…”. Supongo que aguantaba con paciencia las imitaciones, las risas incluso, a propósito de su „mal“ castellano. Pero su „mal“ castellano era un símbolo de la misma cortesía y la misma delicadeza, del mismo tacto, que le había permitido ser en la España de los setenta una avanzadilla del feminismo más radical (en el buenísimo sentido del adjetivo radical) y probablemente más desprejuiciado.

Cuando yo me vine a vivir a Austria, la Carrá, nuestra queridísima Raffaella, fue uno de mis referentes. Apliqué y aplico las tácticas que a ella le dieron tan buen resultado. Como ella, a pesar de que hablo alemán, me esfuerzo mucho por decir „hombre“ y „vale“ cada cierto tiempo, me esfuerzo en que se me note el acento y soy consciente de que los austriacos sonríen ante lo que creen que es mi incapacidad para aprender su lengua a derechas cuando en realidad, lo que pongo en juego es el ardid de seducción más inteligente que aprendí (que aprendimos) de una auténtica maestra.

Raffaella fue feminista también porque se dio cuenta de que una mujer, si quiere ser independiente, tiene que ganar dinero por sí misma. Por ello, fue una empresaria que aplicó al arte de la emprea la disciplina férrea que aplicaba al baile y fue una abanderada de los derechos civiles cuando no era tan fácil como ahora.

Fue notable y notorio su compromiso con los derechos LGTB (aunque ella confesara en no pocas ocasiones, y con esa inocencia que fingía tan bien, una cierta perplejidad al respecto). Sin embargo, basta ver sus vídeos de los setenta, con un cuerpo de baile de señores enfundados en unas mallas de licra que les marcaban hasta el píloro, para darse cuenta de por qué Raffaella tenía una residencia permanente en esa rue del Percebe del corazón en donde también vivían otras señoras de talla internacional, como Lola Flores o Sara Montiel, tan amadas también por el pueblo elegido.

Todo el mundo intuía (los gays también) que allá donde estuviera Raffaella la gente era libre de mostrarse como quisiera. En otras palabras, que allá donde estuviera Raffaella, estaba el sur. Ese lugar que, como ella nos enseñó, es el sitio en donde mejor se hace el amor. Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú.

Hoy, un paisano suyo, el profesor Riccardo Falcinelli, prestigioso experto en las ciencias de la imagen, ha escrito en Facebook que son pocos los privilegiados que son una criatura de fantasía en el tiempo de su vida. Raffaella era uno de esos seres. Gracias a ella sabemos que las diosas existen.

Allá donde estés, gracias, Raffaella.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.