“Was ist denn jetzt schon wieder passiert?” Dijo el Presidente

Sebastian Kurz ha dejado de ser canciller por segunda vez en su vida ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué va a suceder ahora? ¿Qué espera él que suceda? ¿Quién es su sucesor? ¿Cómo se ha fraguado la operación?

9 de Octubre.- Hace poco más de una hora Sebastian Kurz ha dejado de ser canciller por segunda vez en su vida.

Lo ha hecho en un movimiento medidísimo, mediante una rueda de prensa en la que no se han permitido preguntas y que ha convocada a las diecinueve treinta, justo a la hora en la que empieza el informativo de máxima audiencia en Austria: el Zeit Im Bild.

Es bastante probable que la noticia de lo que iba a pasar haya llegado bastante antes a la corporación pública austriaca. Con el cuidado que se pone en el Partido Popular en estos casos (no en vano una parte esencial del ejecutivo austriaco es un numeroso equipo de spin doctors y asesores en comunicación), para cuando Sebastian Kurz, aparentemente (solo aparentemente) tranquilo ha anunciado su marcha, ya había preparado un perfil con la vida y milagros de Alexander Schallenberg, su sucesor.

Si yo estoy en lo cierto y el instinto no me engaña, para entender lo que ha pasado esta tarde hay que retroceder casi exactamente veinticuatro horas.

El discurso del Presidente

Ayer, un poco más tarde de las seis, con semblante preocupado, compareció ante los medios el Jefe del Estado austriaco, Alexander van der Bellen.

El Bundespresidente, quizá para relajar un poco la gravedad del acto, no pudo evitar sin embargo un rasgo de humor involuntario. Al dirigirse, como siempre, a las austriacas, a los austriacos y a las personas que vivimos aquí, van der Bellen dijo algo como esto:

-Se estarán preguntando ustedes „¿Qué ha pasado esta vez?“ – o, en lengua vernácula: „Was ist schon wieder passiert?“.

Luego, paternal pero contundente, hizo un resumen de qué es lo que había pasado (las graves acusaciones contra Kurz), qué es lo que no iba a pasar (que la República austriaca entrase en una fase inestable, y para ello se acogió a la fortaleza de los mecanismos que prevé la Constitución austriaca) y qué era esperable que pasara (o sea, que los Partidos encontrasen una forma de arreglar el destrozo).

Comentó también que en los últimos días había escuchado manifestaciones que no le habían gustado ni un pelo ni dos, conminó a los políticos austriacos a tener un poco de decoro y, por último, hizo un llamamiento (de nuevo, paternal, pero firme) al altruismo. Si no me falla la memoria, dijo casi literalmente que, en estos momentos lo importante no eran ahora los intereses de los partidos sino lo que los partidos podían hacer por Austria. Los partidos, y las personas.

Es bastante probable que para ese momento hubieran llegado al Sr. Bundespresi las presiones que, entre bambalinas, había comenzado a sufrir Sebastian Kurz desde las filas de su propio partido. Porque si bien el apoyo de sus ministros fue unánime y convenientemente publicitado (cabría pensar si tenían otra opción), también hubo dentro del Partido Popular austriaco silencios atronadores.

Con la coda de su discurso, Van der Bellen le ofrecía a Sebastian Kurz un argumento que el excanciller no podía dejar de aprovechar. Una manera elegante y aún honrosa de irse y quedarse al mismo tiempo y vender su marcha y su permanencia simultánea como un acto de altruismo.

Y es que ¿Qué hubiera pasado si Sebastian Kurz se hubiera emperrado en seguir siendo canciller? Probablemente, hubiéramos llegado al martes, a la sesión extraordinaria del Parlamento en la que se hubiera debatido la cuestión de confianza (moción de censura, se llama en el ordenamiento español) que está registrada en contra suya, se hubiera votado y al canciller no le hubiera quedado la satisfacción de poder decir lo que, en resumen, ha dicho hoy:

-!No me echáis, me voy yo!

Así pues, si yo no estoy equivocado (y no creo estarlo) en las últimas veinticuatro horas, los mismos que crearon la figura de Sebastian Kurz, el sueño de cualquier suegra (conservadora), han decidido que lo mejor era evitarle a su producto una humillación y un desgaste que, probablemente, le hubieran terminado quemando para siempre e inutilizando un paciente esfuerzo realizado durante tantos años. El que costó hacer para hacerle pasar de ser un oscuro dirigente de las juventudes conservadoras a Secretario de Estado, luego a Ministro de Exteriores y, por último, a canciller.

Urgía sacar a Sebastian Kurz de la primera línea de fuego.

Kurz debe dimitir

El movimiento ha sido realizado con extrema elegancia y notabilísima inteligencia.

Se trataba de conservar (¿Quién sabe por cuánto tiempo?) la coalición que gobierna Austria. Los Verdes querían un canciller que fuera „intachable“ y se lo han dado: de entre todos los intachables, Alexander Schallenberg tiene un expediente al que nadie podría ponerle un pero.

Vástago de una familia conservadora (su padre ya fue servidor público), Alexander Schallenberg lleva casi dos décadas pisando las moquetas de los lugares en donde se cuecen las noticias (él mismo colaboró a fabricarlas, siendo jefe de prensa de Spindelegger). Es, además, el único miembro que continuó en su cargo cuando se deshizo el gabinete que ha contado con más respaldo popular de la Historia reciente austriaca, en de la canciller Brigitte Bierlein.

Los Verdes querían también salvar la cara ante su electorado después de haber tenido que tragarse muchos sapos y ahora mismo han transmitido a sus votantes el mensaje de que ellos son la fuerza que controla al Gobierno.

Una vez dada a la coalición una solución de continuidad, por lo menos hasta la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, claves para la recuperación de la economía austriaca, y desactivada la cuestión de confianza que hubiera llevado a unas elecciones anticipadas, había que vender la idea.

Y Sebastian Kurz es especialista en eso. De hecho, es probable que no haya hecho otra cosa durante su carrera política. Podría decirse de él lo que Billy Wilder dijo una vez de Marlene Dietrich: „No tiene una gran voz, pero sabe vender una canción“.

Probablemente, haya personas más preparadas que Sebastian Kurz, pero lo que está claro es que domina el escenario.

Qué ha dicho Sebastian Kurz

Los que han escrito el discurso de Kurz (breve, medido y sin cabos sueltos) han recogido el pie que ayer le dio Van der Bellen (altruismo, patriotismo) y han construido la dimisión de Sebastian Kurz en torno a esas ideas.

Textualmente, Kurz ha dicho que se va porque su país le importa más que su propia persona.

Ha habido sin embargo, un matiz al que los medios austriacos han prestado muy poca atención de momento y es el modo en el que Kurz a aludido a las razones de su marcha. Los SMS que la fiscalía anticorrupción le derrocha no son ya trozos de texto arrancados de su contexto sino conceptos que, hoy por hoy, no hubiera formulado así, frases elaboradas „en el fragor de la batalla“ y presa de un ardor juvenil (Kurz ha recalcado que los asuntos que se ventilan sucedieron en 2005).

En su discurso Kurz ha repartido estopa también entre la oposición pero solo ha dicho un nombre propio: el de Herbert Kickl.

Otra maniobra inteligentísima.

Herbert Kickl es, sin duda, el personaje más antipático y menos querido de la política austriaca. Si los políticos austriacos fueran personajes de Marvel, sin que cupiera la más mínima duda, Herbert Kickl sería el villano (Kickl no hace lo más mínimo tampoco para caer bien, y es dudoso que pudiera).

Abriendo ese foso entre Kickl y él, Sebastian Kurz también quería ponerse a sí mismo del lado de „los buenos“.

¿Qué podemos esperar a partir de mañana?

Si la maniobra de Kurz y quienes le asesoran tiene éxito y Alexander Schallenberg logra cimentar su reputación como canciller y alejar de sí la sospecha de que es una marioneta de Kurz (y, como es normal, la oposición no va a dejar de recordárselo en todo momento), probablemente continúe el statu quo hasta, por lo menos, la primavera del año que viene. Momento en el que Kurz intentaría aquello en lo que Strache fracasó estrepitosamente, o sea una vuelta triunfal (hay que decir también que Strache no tenía detrás a nadie que velase por sus intereses con el celo con el que el Partido Popular vela por los de Kurz).

Todo dependerá de qué le pase a Kurz en un frente judicial que se presenta, como poco, farragoso y difícil.

Como primera medida, Kurz ha anunciado que va a renunciar a su inmunidad para que las investigaciones „vayan lo más rápido posible“ (su interés máximo es que él no siente que haya hecho nada malo, refugiarse en su inmunidad hubiera sido tanto como reconocer su culpabilidad).

De todo lo anterior se deduce que la situación, se mire por donde se mire, es extremadamente volátil y que en las próximas semanas las réplicas del terremoto que ha desalojado a Sebastian Kurz del poder seguirán dando que hablar.


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