Paula Wessely: una mujer (poco) marcada (1)

Una exposición muy interesante que se puede ver en Viena en estos momentos nos da la excusa perfecta para hablar de Paula Wessely.

10 de Enero.- El Museo de la Ciudad de Viena, una reliquia de la arquitectura de posguerra del siglo pasado, está cerrado por reforma. Las décadas no habían pasado en balde sobre él y el concepto museístico, algo vetusto, tampoco respondía a lo que hoy esperamos de un lugar que debería dedicarse a contarnos nuestra historia.

Mientras se reabre la sede principal, la llama del saber se mantiene en diferentes subsedes transitorias. Una de ellas está detrás del ayuntamiento de Viena (MUSA) y en ella hay una exposición sobre el arte de un periodo por el que, a causa del cine, sentimos una perversa atracción: se trata del arte del nazismo. La exposición (Auf Linie, que podría traducirse com “pasar por el aro ») se ocupa de la huella que la política cultural y “artística” del nazismo dejó en la capital de Viena.

Una estatua expuesta en el MUSA, fundida con motivo de los juegos olímpicos de Berlín en 1936 (foto Archivo Viena Directo)

A pesar de las ínfulas de Hitler, el « arte » nazi nunca pudo librarse de las comillas. Como sucedía con su ideología, era más el ruido que las nueces. Generalmente cursi, no pasaba de ser un refrito de un art decó “bonito” (en donde lo bonito suele ser lo enemigo de lo bello) rebosado de un clasicismo teatral, en donde cierta opulencia grandilocuente ocultaba una enorme vaciedad.

Las piezas de la exposición las cuales, normalmente, son tóxicas y no pueden ser exhibidas fuera del marco museístico, debido a su profusión de parafernalia prohibida por la ley austriaca (esvásticas, etc) están expuestas como si estuvieran en un almacén, precisamente para tratar de descargarlas de cualquier significado político que nadie pudiera atribuírseles. Hay, como es lógico, mucho atleta germánico en pelota, mucho campesino en entornos idílicos y hasta una alfombra con un águila enorme que sujeta entre sus garras una cruz gamada. También hay muchos retratos de diferentes personalidades del periodo. Casi todas yacen hoy en el más saludable de los olvidos. Sin embargo, a una altura que hace difícil su contemplación detallada, hay un retrato de nuestra protagonista de hoy. Sin duda, una de las vienesas de vida más controvertida del siglo pasado: la actriz Paula Wessely, matriarca del clan Hörbiger, que hubiera cumplido 115 en unos días.

PAULA WESSELY: LA HIJA DEL CARNICERO

Wessely nació el 20 de Enero de 1907 en Viena y era la segunda hija del carnicero Carl Wessely.

Su tía Josephine Wessely había sido también actriz en la Viena decimonónica, cuando el teatro en la capital del Imperio, como decía Stephan Zweig era más una religión que una forma de arte. Sin embargo su carrera se truncó pronto, al morir de repente, a los veintisiete, en 1887. Durante toda su vida, Paula Wesssely siempre tuvo cerca una foto de esta tía difunta, quién sabe si como un amuleto o para recordar lo efímero que es el recuerdo que los cómicos dejan en la memoria de su público.

Una de las maestras de Paula Wessely vio en la hija del carnicero algo que los demás no vieron, o sea, que estaba singularmente dotada para el teatro, y le aconsejó a sus padres que la orientasen hacia la carrera artística.

Paula hizo su debú el 18 de Mayo de 1922, a los quince, en una función benéfica; pero no se hizo profesional hasta el 20 de Octubre de 1923, en el Akademiteather, a un tiro de piedra del Stadtpark y del Musikverein, por cierto.

A los 19, en 1926, durante una turné en Praga conoció al que sería su marido, Attila Hörbiger; el del perfil patricio (hijo también, lo mismo que su famoso hermano Paul, de uno de esos “protonazis” pirados obsesionados por la pureza racial que poblaron la Viena de entresiglos).

Hasta finales de los veinte del siglo pasado, Paula Wessely actuó en distintas obras destinadas al consumo rápido.

En 1932, siendo Austria ya una república, Paula Wessely fue la primera Sissi, precisamente junto a Jaray, en una opereta en la que luego se basarían de cerca o de lejos las películas protagonizadas por Romy Schneider.

Cuando ya era una actriz hecha, el cine llamó a la puerta de Paula Wessely, a pesar de que ni por físico ni por fotogenia (o quizá precisamente por eso) era el tipo de mujer que se estilaba en las películas en aquel tiempo. Su primera película, Maskerade, con Willi Forst (otro amante de Marlene Dietrich) fue un bombazo en 1934.

LA COPA VOLPI Y EL SINDICATO DE ARTISTAS DEL REICH

Fue precisamente por esas fechas cuando conoció a Adolf Hitler, aunque durante el nacionalsocialismo, y salvo en contadas ocasiones, siempre supo nadar y guardar la ropa. En 1935 ganó la Copa Volpi del festival de Venecia. Diferentes producciones de aquella época la llevaron a convertirse en una de las estrellas más rutilantes del firmamento cinematográfico de habla alemana y, como suele suceder con los cómicos cuando tienen éxito, fundó su propia productora, Vienna Film. Sin embargo, en 1938, con la anexión de Austria, debido a que sus socios eran “no arios” (judíos) tuvo que cerrarla.

En 1935, en el ayuntamiento de Viena, Paula Wessely se casó con el que, además de su marido, sería su pareja artística de por vida, Attila Hörbiger. Tuvieron tres hijas (Elisabeth, Christiane, la más famosa, y Maresa) que continuaron con el oficio de sus padres en la posguerra y que fueron madres a su vez de actores y actrices que mantienen viva la saga.

En octubre de 1934 Paula Wessely se hizo miembro del Reichsfachschaft Film (equivalente del franquista Sindicato Nacional de Espectáculo) para poder trabajar en Alemania. Le dieron un documento que acreditaba su origen « ario ». Empezaba para ella un periodo en el que la consigna fue « nadar y guardar la ropa ». Como veremos, no siempre lo consiguió.


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