A la puerta del gran colegio público del quinto distrito, en donde vivo, los niños esperaban en filas con las carteras relucientes, y los padres aguardaban muy serios que sus hijos empezaran un año más de su curriculum académico.
En Austria es tradición empezar el curso con un cucurucho de cartón (enorme y de brillantes colores) lleno de dulces y caramelos, que los niños acarrean ufanos junto con la cartera sin saber lo que se les viene encima. Los venden desde principios de agosto en el BILLA y otros establecimientos de la cuerda, como la cadena de papelerías LIBRO, pero son los padres quienes tienen que rellenarlo de su sabroso contenido.
Los periódicos que leo (porque son gratis) han venido estas últimas semanas dando la vara con el tema este de la educación –problema que preocupa mucho a los austriacos, con razón-; se lamentaban los redactores de que la ministra del ramo no pudiera cumplir con su promesa de menos de treinta alumnos por clase y también se polemizaba sobre el tema del kindergeld que uno, en su más profunda iñorancia, no sabe qué es, pero que se compromete desde ya a investigar para los infatigables lectores de este blog.
Los niños austríacos que inician hoy el curso, sin embargo, tienen poco que temer del mundo laboral, si uno hace caso de las estadísticas oficiales y de la voz del pueblo. Ayer vi en el Zeit im Bild (telediario) que de agosto del año precedente al agosto que acaba de morir, ha bajado el paro en 14.000 personas humanas.
También hablé con un amigo de que en su empresa hacen falta tres técnicos especializados y que están esperando a que la universidad de Viena se los produzca para lanzarse sobre ellos antes de que los pille la competencia.
Dije que los niños austriacos tenían poco que temer del futuro, pero me parece que debería corregir: los niños APLICADOS no tienen nada que temer del futuro. Los otros…En fin.
Paseando un día por uno de esos distritos de Viena que te recuerdan los opresivos tiempos del estalinismo (allá por las tinieblas exteriores del tenebroso distrito 22), charlaba yo con un español a propósito de esto. Cuando las fronteras del este se abran definitivamente, el mercado de trabajo europeo se va a ver inundado por una riada de personas que rebañarán los puestos de trabajo a los que puedan acceder: esto es: los que hasta ahora desempeñaban los austriacos de curriculm académico más magro.
¿Qué pasará entonces con los partidos de Strache y sus boys (Westenthaler, que se retira una vez al año, como Pinito del Oro)?
Para terminar, una anécdota personal:
Recuerdo perfectamente que, días antes de empezar yo con la escuela, en la estación de metro de Plaza de Castilla, allá en septiembre de 1980, le pregunté a mi padre que por qué había que ir al colegio. Mi padre, que es un hombre desengañado del género humano, me dijo:
-¿Ves esos letreros? –se refería a los indicadores, asentí- pues imagínate que un día no estás conmigo y que no sabes cómo se va a una estación ¿Qué harías?
-Preguntar.
-¿Y cómo sabrías que no te están engañando?
Yo me quedé serio, y callado ante este enigma sin respuesta. Mi padre, entonces, remachó:
-Por eso tienes que aprender a leer. Para que no te engañen.
Pocas recetas mejores me han dado en esta vida.
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