Yo, cada vez que voy a Munich y veo los carteles que anuncian el principio de su término municipal, me retrotraigo.
Me acuerdo de aquella lejana infancia mía (ver foto lateral) en la que, levado por mis orígenes humildes y mi hábito contumaz de asistir a colegios concertados, me empeñaba en pronunciar mal el nombre de esta ciudad a orillas del Isar.
Ponte que íbamos a tomar un café al local situado en la Plaza de la Iglesia, y decíamos:
Otra cosa que me pasa en cuanti que piso Baviera es que me invade algo así como una ciencia histórica infusa, y comprendo inmediatamente que cierto movimiento de masas de tristísimo recuerdo tuviera su origen en Munich. No puede ser normal que uno vea por doquier adultos en pantalones cortos y con sombrero de plumilla. Eso, a medio plazo, quieras que no, trastorna las cabezas de las criaturas y luego les da por gasear al prójimo.
Yo tenía una buena imagen de los ciudadanos muniqueses. En concreto, debido a cierta pareja madura que se nos sentó al lado en un café durante mi primera visita. Al saber que yo era español, me preguntaron (ella sobre todo) qué opinaba yo de los reyes (de España), unas personas que en Baviera deben de salir hasta en el superpop, a juzgar por el conocimiento que la señora tenía de sus vidas. Me anticipé pues a los deseos de la pensionistin y tracé un retrato halagüeño de nuestro Jefe de Estado y Señora. Ella sonrió satisfecha y le dio en el brazo a su marido como diciéndole: “Hans, ya te lo decía yo”.
La seniorin muniquesa me felicitó por tener unos reyes tan majos (particularmente doña Sofía, de la que sabía que tiene sangre teutona) y me animó a presumir de ellos con la frente bien alta. Luego, con la misma manga ancha de la que hace gala el exobispo de la diócesis de Munich (actual papa Benedicto XVI) me dijo que a ella le gustaban las monarquías monarquías, y no el putiferio monegasco ni el sindios británico. Yo, que le doy carrete a los ancianos aunque sean abiertamente reaccionarios, asentí sonriendo como para la portada de Sueños de suegra y luego me concentré en beberme rápidamente mi expresso macciatto (teniendo cuidado de estirar bien el dedo meñique, eso sí).
Sin embargo, durante este finde, se me ha ido al traste esta imagen que yo tenía de los bávaros como gente cosmopolita y pelí achispada. Yo sé que este blog está para desmontar tópicos y acercar culturas, pero chiquilla: los alemanes son de un cartesiano que da fatiga. No hablo ya de esa imagen de los germanos esperando a que se abran los semáforos, quietos como postes, cuando se ve perfectamente que no hay coches en diez kilómetros a la redonda. Di que íbamos paseando por el englische garten y pasa una frau Helga en bici y, para que lo oyera Dios, pero fundamentalmente nosotros, va y se pone:
Y se quedaron tan anchos.
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