El salvaje ataque de los niños mutantes
7 de Diciembre.- La oportunidad para convertir a un mormón en un alcohólico irrecuperable es que pase las navidades en Austria. Desde que empezó el dichoso adviento, no hago más que beber vinorrios, licores y cervezas, al raso y bajo techado, pero siempre en compañía. En estas fechas, resulta un tópico eso de “Oye, a ver cuando quedamos para tomarnos unos gluhwein”. Lo hacemos como si el tiempo este del adviento, en vez de tres semanas, durase un año entero y, la verdad, uno no tiene tiempo material. Menos mal que el hígado (toquemos madera) viene respondiendo.
La verdad es que estas navidades (por la ingesta alcohólica quizá) están siendo muy divertidas. Incluso, estoy empezando a soportar la villancico experience con bastante alegría (pa lo que soy yo).
Ayer, curiosamente, tuve ocasión de hacer terapia de grupo con la mujer de mi primo N., austriaca ella, que ha vivido en España durante un tiempo. Al decirle yo que a mí los villancicos me daban urticaria, me recordó el horroroso poltergeist que se desata en España cuando pasa el puente de los santos: en todos los centros comerciales, en los hilos musicales de los vestuarios de los polideportivos, en las estaciones de tren, empiezan a sonar las voces tremebundas de lo que ella llamó “los niños mutantes”. Se refería a esas cintas de villancicos horrorosos en las que se pretende que lo que cantan son niños pero que, en realidad, son mujeres poniendo voces más falsas que la niñez de Joselito. Es un poco como esos doblajes horrorosos que Garci hace a sus películas últimamente para que parezcan americanas (estoy pensando principalmente en “El abuelo” una de las películas más rechinantes que yo haya visto nunca, en la que incluso Garci hizo doblar a Enma Cohen). En mi casa teníamos dos o tres cintas de esas cuando éramos pequeños (deben andar aún por ahí porque el mal es indestructible) y en cuanto yo escuchaba esas voces arropadas por panderetas sintéticas cantar lo de:
-La nochebuena se viene, la nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más.
A mí me entraban ganas de cortarme las venas con la minipímer.
De ahí creo yo que viene mi trauma con los villancicos.
No tengo nada en contra de las versiones de Bing Crosby, Ella Fitzgerald o Elvis que suenan en las radios austriacas (aunque me esté empezando ya a cargar Let it Snow, porque lo ha usado una empresa para una campaña) pero hay cierta fibra en mí que se acuerda de los niños mutantes, y que se estremece cuando escucha la combinación alfabética “feliz navidad”.
Por eso también quizá, intento ahogar mis penas en alcohol.
Y de momento, funciona.
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