Hace unos meses, impulsado por las opiniones aborígenes, que hablaban de la serie con el mismo arrobamiento con el que yo me refería a joyas de la tele añeja como “Los gozos y las sombras” me compré un DVD con cuatro episodios de Mundl. Y, aparte de no entender mucho (Ay, el dialecto pugnetero) la verdad es que me pareció una mezcla rara de drama y de comedia. Un punto (mis lectores españoles me entenderán) a esas películas en las que Paco Martínez Soria rehabilitaba a sus hijos yeyés a base de cortarles el pelo al uno y ponerlos a trabajar en una obra.
Cámbiese el cocido madrileño por el schnitzel y los Seat 124 por los Volkswagen, y eso es Mundl más o menos: tragicomedia de mesa camilla.
La serie estuvo en antena hasta los primeros ochenta, y el episodio de la navidad sigue despertando las risas más entrañables de los aborígenes.
Cuando la cosa feneció, la mayoría de los actores de la serie continuaron con sus carreras –en algún caso actuando en productos de no poco prestigio-. No fue una excepción, claro, el señor que encarnaba a Mundl.
Pues bien: coincidiendo con que la navidad ablanda las capas más nostálgicas de nuestra masa encefálica, llega a los cines la peli Mundl. Una especie de “La Gran Familia, 30 años después” sólo que sin Alberto Closas ni Jose Luis López Vázquez.
En un país como este, en el que la arqueología es una religión (si no que se lo digan a Jopie Hesters, que ha cumplido los 105 con las botas puestas) es probable que la peli tenga cierto éxito. Pero también es verdad que los melones no saben igual en diciembre que en las calurosas tardes de verano.
¿O es que alguien pagaría hoy por ver lo que ha sido de los chicos de Verano Azul?
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