25 de Febrero.- Anoche me acosté canturreando “Sabor de amor”. Era, por cierto, bastante tarde. Al llegar a casa, después de la tertulia juevesina semanal en el nido de conspiradores, me lié, como siempre, con el ordenador. Sin embargo, como estaba cansado, me dormí enseguida sin que me desvelasen, como otras veces, las idas y venidas nocturnas de los gatos.
Supongo que, como es habitual desde hace más de docemil ochocientos días, fui pasando por las diferentes fases del sueño hasta que, después de rebasar la de mayor profundidad, a eso de las tres y media o las cuatro de la madrugada, entré en la llamada fase MOR y mi cerebro empezó a contarme una historia.
Al contrario que otras veces, mis recuerdos están bastante ordenados.
He aquí lo que he soñado esta noche:
Estaba en un piso normal, en un salón grande, sentado junto a una mesa cuadrada. Conmigo estaban los reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. Había más gente en la habitación, pero la verdad es que solo recuerdo a varios niños pequeños que correteaban para arriba y para abajo sin que nos molestasen en la conversación. Los Reyes estaban mucho más jóvenes que ahora, y singularmente guapos. Como cuando yo les conocí a finales de los noventa. Ella, llevaba un vestido verde rameado de verano, puede ser que de seda; de manga larga y anudado a la cintura. El rey iba, como siempre, de traje. Con una corbata de estampado discreto, creo recordar que de color musgo. El traje era gris claro.
Los reales esposos estaban muy cariñosos el uno con el otro, y recuerdo que, en el sueño, yo me sorprendía bastante, porque los reyes, en público, miden sus gestos de complicidad con cuentagotas. Particularmente, la reina, durante la conversación, le acariciaba al rey la cara varias veces. Don Juan Carlos estaba de muy buen humor y se reía mucho. La conversación discurría por los derroteros normales. De pronto, el rey empezaba –no me pregunten mis lectores por qué- a imitar a gente famosa (bueno, quizá debería decir que empezó a imitar a “otros” famosos); lo hacía con mucho estilo. Belén Esteban no le salía tan bien, pero a Hugo Chávez, por ejemplo, lo bordaba.
La reina y yo nos partíamos de risa con las imitaciones de Don Juan Carlos hasta que, ya metidos en confianza,yo le decía al rey:
–Joé, Majestad, pues, si como quieren muchos, llega la Tercera, a usted no le va a faltar trabajo.
Al instante, yo me arrepentía de haber mencionado delante del monarca el espinoso asunto de un eventual periodo republicano pero el rey, sin embargo, muerto de risa, me palmeaba la espalda y sólo decía:
-Qué cabrón. Foto: Archivo Viena Directo (La versión alemana -o asín- de este texto, se puede leer aquí)
Yo creo que Noema tiene razón: tienes que ver menos programas de José Mota. 😀
Yo nunca sueño con los reyes, creo que es lo último con lo que soñaría. Creo que antes soñaré con señales de 110, obsesionada por no pasarme de la velocidad.
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