La casa junto a la carretera

Kremms panorama desde el tren
Archivo Viena Directo
6 de Marzo.- Sin duda, uno de los lugares más hermosos que conozco está en los bosques de Viena. Es tan bonito, que me da muchísima vergüenza pedirle a su propietario que me deje hacer fotos. Supongo que, en algún momento, reuniré el valor necesario.
El lugar en cuestión es la casa de un amigo. Desde la carretera que atraviesa la diminuta ciudad en que se encuentra, solo se ve un seto que ahora, desnudo de las tiernas horas de la primavera, es bastante feo, las cosas como son. Pero si se traspasa la puerta que da acceso a la finca, uno se encuentra de pronto en un mundo armonioso, poblado de plantas exquisitas que crecen alrededor de un –aparentemente- descuidado estanque oriental.
El jardín rodea una casita construida alrededor de 1900 que mi amigo ha transformado hasta convertirla en un lugar en el que siempre apetece entrar.
La planta baja está dividida en tres espacios. El del extremo es la habitación que ocupa T., el hijo adolescente de mi amigo. El central es la cocina, que W. ha reformado hasta convertirla en un sitio acogedor que ningún decorador profesional hubiera podido imaginar. Pero sin duda la joya de la corona de esa casa, lo que la convierte en un lugar tan especial, es el salón.
Astutamente disimulada detrás de un biombo, justo al lado de una de esas estufas de cerámica que hacían las delicias de los burgueses del cambio de siglo, se encuentra una gigantesca tina de bronce, con diminutas patas de león. A un lado de la estancia, canturrea el chorro interminable de una fuente, que riega un estanque en el que nadan algunos perezosos peces de colores brillantes, parecidos a samurais de las aguas. Bajo una  gran campana de cristal, sestean unos caracoles amarillos, procedentes de Camerún, que mordisquean tranquilamente las hojas de una lechuga. Junto a la fuente, hay un cómodo sillón de mimbre, una mesa de madera que mi amigo hizo puliendo un tronco de la propiedad y unas butacas de los cuarenta tapizadas en gamuza color teja rameada en blanco. El fondo de la estancia lo ocupa una gran librería llena de volúmenes de arte. En un rincón, pian amablemente un grupo de jilgueros que han aprendido los refinados rituales de la urbanidad, gustosamente presos en una jaula que mi amigo construyó dándole la forma de un enorme girasol de bronce. Algunas plantas fantásticas, modeladas en el mismo material, guardan la televisión disimulada detrás de una puerta negra. Sobre un aparador, algunas porcelanas.
Pero la belleza del lugar no es el único incentivo para visitar la casa encantada junto a la carretera. En casa de mi amigo suele encontrarse gente interesante. Personas que tienen cosas que decir. Hoy, por ejemplo, un hombre recién llegado de Milán. El caballero, de unos cincuenta bien llevados, me ha estado explicando sus nostálgicos recuerdos de un pasado en el que Barcelona era aún la hermosa ciudad mediterránea de „Últimas tardes con Teresa“ y no la sofisticada (y algo impersonal) meca del turismo internacional que vive de las sofisticaciones olímpicas.
Más tarde, ha llegado una dama septuagenaria, que guardaba un notable parecido con Julie Andrews, poseedora de uno de esos sentidos del humor burbujeantes con los que solo cuentan las gentes que se han visto obligadas a afrontar los rigores de la emigración.
La visitante, casada con un inglés amabilísimo, que también estaba presente, a la pregunta de si vivía en Viena, con el típico descaro que distingue a los auténticos habitantes de la capital del vals, sonriendo pícaramente, ha contestado:
-Leben tut man in Wien, aber heiratet bin in England.
(Vivir, se vive en Viena, pero yo me he casado en Inglaterra).
En fin, un placer.

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Comentarios

2 respuestas a «La casa junto a la carretera»

  1. Avatar de emejota

    La belleza es un privilegio, la inteligencia mas. Ambas cosas unidas a la sencillez la una trilogia de la felicidad. Un fuerte abrazo.

  2. Avatar de Chus

    Paco:

    Has descrito la casa tan bien que me la he imaginado totalmente.

    Tienes que convencer a tu amigo, no solo de sacar las fotos de fuera de la casa sino también las de dentro. Menuda pasada, debe ser lo de la fuente y los peces de colores.

    Un abrazo

    PD. Paco: Me gustaría que un día me explicaras lo de laismo y leismo. Gracias

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