Por sus calzoncillos los conoceréis

Zara underwear
Zara Underwear (A.V.D.)

8 de Abril.- Si hago cuentas, uno de los sitios en donde mi estancia ha sido más contínua en los últimos veinte años ha sido en los vestuarios de los gimnasios a los que he acudido para mantener mi mundialmente conocida figura escultural.

Empecé mi carrera en el gimnasio público de Alcobendas y luego, por las cosas de la emigración, seguí en Viena. Primero, en el que hizo chimpún hace unas semanas (mis lectores se acordarán, si no, pinchen aquí) y hoy en día en ese templo de la amabilidad, la higiene y el sosiego que es mi gimnasio actual.

Dada mi larga experiencia, puedo decir que los vestuarios de chicos son un sitio curioso.

Oficialmente, la etiqueta de la virilidad manda que uno debe pisar ese lugar y otros parecidos como si en realidad estuviesen vacíos o, mejor, como si estuviesen habitados por un conjunto de entes invisibles de los que no se pudiera valorar la apariencia ni las cualidades.

Uno va, busca su taquilla, se quita el vestuario de escena con el que cada día finge durante ocho horas que es médico, administrativo o informático y se calza el disfraz que le permite hacer de deportista y fingir que le preocupa el perímetro de su bíceps o esas cantidades de grasa que los años van depositando perversamente en la zona abdominal.

Acto seguido, coge la toalla, pone sus pertenencias de valor a buen recaudo y luego sale corriendo con disciplina marcial hacia el potro de tortura, pensando que es un precio que se paga gustoso si se repara en las potenciales miradas de deseo que suscitará en la pareja propia, o en aquella que se conocerá pronto en cualquier esquina de un sábado por la noche mientras suena un impagable hit de Michel Telo.

Y sin embargo, en los vestuarios de chicos hay mucha información sobre los usos de un país. Una información que se recoge involuntariamente y que, con los años, se va procesando y se guarda en ese compartimento secreto que, por el qué dirán, reservamos para nosotros mismos.

Porque, queridos lectores, si bien es verdad que no hay nada que ofrezca menos información a simple vista que un cuerpo desnudo (no tatuado, se entiende, que hay gente que lleva la biblia en pasta sobre la epidermis) en cuanto nos ponemos los calzoncillos se nos puede colocar con bastante exactitud en el peldaño de la escalera social que nos pertenece.

Y así, los deportistas con lo que en Austria se llama Migrationshintergrund (o sea, aquellos cuyos padres proceden de la soleada Turquía) optan generalmente por esos modelos de gayumbos boxer a rallas que llegan hasta casi la rodilla (seis euros tres piezas en Kik Discount o en otros establecimientos del ramo).

Los caballeros mayores (de sesenta) suelen inclinarse en cambio por el slip blanco de toda la vida, práctico, sí, pero que uno duda que suscite transportes libidinosos en la santa (al fin y al cabo, a partir de cierta edad hay que tener cuidado con lo que uno hace por si el marcapasos falla).

Entre los veinticinco y los cuarenta, en cambio, el modelo slip aporta información dependiendo de dos factores adicionales: marca y estampado.

El modelo slip de colores discretos (pongamos uno listado, pero algo más salado que en el caso de nuestro amigo turco) nos hablará de un administrativo de grado medio, todo lo más, ingeniero en una empresa pequeña. Ese tipo de personas a las que era su madre la que les compraba los gayumbos hasta que su novia recogió el testigo.

 Si nos encontramos ante un modelo de colores alegres, ocasionalmente corte algo por debajo de la cadera, podremos afirmar sin temor a equivocarnos mucho que nuestro compañero de taquilla ha podido pasar un par de noches en las discotecas de ambiente de Madrid, Barcelona, San Francisco o las Islas Griegas. Impresión que se verá reforzada, cuando no confirmada, si la prenda en cuestión es de alguna marca de las que basa su mercadotecnia en atacar a los fans de Madonna (2xist, Olaf Benz, Aussie Bum o por ahí).

Los calzoncillos volanderos, esos que yo llamo Boxer Jesulín, por el uso profuso que el diestro de Ubrique hizo de él en apariciones televisivas al principio de su carrera,  indican, sobre todo si el portador es joven, la pertenencia a un espectro ideológico centrista tirando a conservador (podrá leerse sin mucho esfuerzo pareja estable, empleo no mal pagado aunque carente de grandes retos, cenas de sábado por la noche en casa de otros matrimonios, primeros pensamientos de aumentar la tasa de natalidad austriaca y, en resumen, una carrera tan meritoria como imparable hacia ese tedio tan caro a las personas Como Dios Manda).

En fin: la divagación sobre este tema textil podría continuar por los siglos de los siglos y los posts de los posts. Para terminar, sin embargo, y que mis lectores se puedan hacer una idea de lo que yo uso (y, por tanto, hacerse una idea de mi personalidad) diré que mis calzoncillos favoritos son unos boxers ajustados, de algodón, que compré en el Hoffer y que llevan unos bordados que imitan a los lederhosen.

Es que a mí siempre me ha gustado sentirme cómodo, a la par de integrado 😉

Comentarios

5 respuestas a «Por sus calzoncillos los conoceréis»

  1. Avatar de amelche

    Queremos fotos, que nos hacen falta más ejemplos, ¡ja, ja!

  2. Avatar de victoria
    victoria

    ¡Ay esas faltas de ortografía¡ Rayas, no rallas. Están sufriendo un proceso de aculturación.

  3. […] de leer algunas cosas, es muy difícil sentarse a escribir posts frívolos o mantener la ligereza suficiente para darles a los lectores de Viena Directo lo que yo creo que […]

  4. Avatar de Pedro
    Pedro

    Jajajaja! Buenísimo, los has “retratao”. Voy a menudo a nadar y coincido con tu clasificación 😀

  5. […] Más intentos de hacer sociología textil aquí […]

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