Menos que cero

Una perspectiva distinta
Una perspectiva distinta (A.V.D.)

31 de Mayo.- Hace algunos días, debido a una leve (pero molesta) afección dental, acudí a mi dentista habitual. La doctora me estuvo reconociendo y me dio su opinión que consistía básicamente en que mi leve (pero molesta) afección, era una cosa que no tenía mayor importancia y que se arreglaba rapidamente. No contaba, sin embargo, con mi hipocondría y con la manía malsana que tenemos todos los hipocondríacos de buscar en internet de manera que, al introducir los síntomas, nos salga que tenemos un escorbuto caballar, una pelagra galopante o una peste bubónica de las que no se ven desde la edad media.

Así las cosas, con la cabeza echándome humo a fuerza de dar vueltas, me armé de valor y, para que me diera el veredicto fatal (¿Escrofulosis? ¿Prognatismo? ¿codo de tenista mandibular?) marqué con mano temblorosa el teléfono de un amigo mío, odontólogo retirado, el cual, conociéndome, tuvo la amabilidad de personarse en mi domicilio para hacerme el favor de darme su opinión autorizada (y a la que yo estaba dispuesto a agarrarme como un náufrago se agarra a un madero flotante).

-Mira Paco –me dijo- lo que tienes es una cosa frecuentísima que no reviste mayor importancia si se trata a tiempo–yo le miré con lágrimas en los ojos, como diciendo ¿De verdad no voy a morir, doctor?- sin embargo –continuó- yo estoy retirado y no puedo darte el remedio que necesitas, así que te voy a derivar a un colega que es experto en esto. Y ya verás: en un pispás vas a tener los piños como nuevos.

Dicho y hecho: mi amigo llamó a su colega (le explicó lo que había al contestador, porque el colega estaba seguramente ocupado salvando a la Humanidad del demonio de la caries) y esta mañana, tras el clásico juego de gato y ratón telefónico, el colega me ha llamado, me ha dado una cita en el lugar en el que pasa consulta y yo me he deshecho en agradecimientos.

Cuando he colgado el teléfono, no he tenido más remedio que acordarme de aquellos tiempos en que yo llegué aquí (hace ya muchos años, pero no se me olvidan y los tengo muy presentes en todo momento). Una de las cosas que más me dolían era la mudez, la impotencia que sentía, por ejemplo, al no poder ser educado y expresar mi agradecimiento cuando alguien como mi amigo el odontólogo retirado me hacía un favor.  Sentía una mezcla rara de humillación y orgullo  porque yo, un hombre con una carrera universitaria, para quien el manejo de su idioma ha sido siempre un placer (este era el orgullo) no tenía más remedio que reconocer que, cualquier pelagatos sin estudios nacido en Austria hablaría siempre mejor alemán que yo y sería dueño de unos códigos que para mí serían siempre una prótesis (como las de mis piños, por cierto). Algo artificial que podría mejorar con el tiempo, pero que siempre cantaría para el observador (en este caso para el escuchador) atento que siempre podría identificar de qué sitio vengo sólo por cómo maltrato las vocales largas y las cortas o la melodía del idioma.

Llevo aquí ya muchos años, trabajo en alemán, vivo en el idioma y creo que sé, sobre Austria, muchísimo más que muchísimos nativos. Me esfuerzo cada día en entenderles de la única manera que sé, haciendo notar mi amor por este país que me ha dado y me da cada día tantísimo pero nunca, nunca, nunca, se me olvida que, cuando llegué aquí (como cualquier inmigrante) lo hice porque quise, no porque nadie me lo pidió (luego no tenían obligaciones conmigo) y que, si un nativo parte de cero, un extranjero parte de menos que cero. Porque cualquier pelagatos nativo puede decir, sin el más mínimo esfuerzo, sin darse cuenta de lo que eso supone “soy un pelagatos”. Cuando yo llegué aquí, ni eso.

Es una cura de humildad sanísima, una llegada al fondo de mí mismo que es lo que más le debo a esta tierra.


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Comentarios

Una respuesta a «Menos que cero»

  1. Avatar de Ana

    Sí, pero cualquier pelagatos austríaco no sabrá, seguramente, decirlo en español y, en cuanto pusiera un pie aquí, le pasaría lo mismo que a ti al llegar a Austria. El que no se consuela, es porque no quiere. 😀

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