Un hombre con una flor en el bul

Grafitis
Grafitis del Nido del Aguila en Berchtesgaden (A.V.D.)

11 de Julio.- Querida Ainara: la última vez que estuve en Madrid, quedé con mi primo N. y con su mujer, B., en la Puerta del Sol. Mientras B. –que llevaba aquel día un abrigo blanco elegantísimo , por cierto- se iba a ver escaparates, mi primo y yo nos metimos en la Casa del Libro de la Gran Vía. Ese sitio con el que sueña todo aquel que lea y tenga dinero para gastárselo en letra impresa.

Mi primo y yo, muertos de risa como siempre, subimos a la zona de Historia y Biografías. Yo me compré un par de libros sobre Palestina en la época de Jesucristo y algunas obras de consulta que me han permitido, en estos meses, hacerme una idea de lo que era en el siglo I aquella tierra que, hoy como ayer, acoge la mayor cantidad posible de fanáticos –de distintas religiones- por metro cuadrado.

Cuando ya íbamos a pagar, mi primo cogió un grueso volumen de un anaquel y, con intención, se puso delante de mí en la caja. Lo pagó y me lo regaló allí mismo.

Se trataba de las memorias del arquitecto de Hitler, Albert Speer el cual, en vida, fue para las gentes el prototipo de “nazi bueno” o, mejor, del “nazi presentable” (aquí, Ainara, pon todas las comillas que quieras y algunas pocas más).

Hasta ahora, no había podido hincarles el diente pero es un libro tan astutamente escrito que, una vez se empieza, no se puede dejar. Como una buena novela.

(Aunque, pensándolo bien, quizá las memorias de Albert Speer no sean otra cosa que eso: una novelización de la realidad con fines autoreivindicativos)

Breve resumen: Speer, hijo de buena familia, se afilia al partido nacionalsocialista a principios de los treinta del siglo pasado. Según su versión, por una serie de carambolas, conoce a Adolf Hitler. El dictador es, ya se sabe, un arquitecto frustrado que se entusiasma con los proyectos que, astutamente, le presenta Speer. La carrera de este último (joven, guapo, servicial, con el don del silencio) es, a partir de este momento, ascendente.

Su inteligencia, su incansable actividad y, por qué no decirlo, la conveniente capacidad de apagar su conciencia cuando le conviene  y no meterse en demasiados jardines, le llevan a convertirse en un personaje imprescindible de la corte hitleriana. Cuando Hitler va quemando cartuchos, cuando empieza a volverse paranoico, a no fiarse ni de su sombra, termina siendo nombrado para el todopoderoso cargo de ministro de armamento. Acaba la guerra. Le juzgan en Nuremberg, se salva de la horca por el pelo de un calvo –o por la suerte endiablada que le persiguió toda su vida-, pasa dos décadas en la prisión berlinesa de Spandau –que aprovecha para escribir sus memorias- y experimenta un éxito que le da una vida tranquila que acaba en 1981.

Las memorias de Speer plantean el enigma fascinante de hasta qué punto el ser humano puede envilecerse cuando está en contacto de un poder absoluto y de hasta qué punto, cuando el poder absoluto cesa, el ser humano es capaz de recuperar su naturaleza anterior.

Si hemos de atender al caso de Speer la respuesta a las dos preguntas es desoladora: hay un momento en que el arquitecto favorito de Hitler cuenta que, una vez, encontró en la moqueta de una habitación la mancha de sangre dejada por un funcionario al que el nazismo obligó a suicidarse. Su única reacción fue girar sobre sus talones y marcharse del cuarto.

En cuanto a la segunda cuestión, Speer cuenta sus proezas arquitectónicas (para las que usó, a sabiendas, mano de obra forzada) con no poco orgullo y sólo cuando se da cuenta de que quizá se está pasando, introduce una disculpa que siempre es la misma: Hitler era una enorme boa constrictor que subyugaba diabólicamente a todo el que tenía cerca, Speer era un hamster no se podía haber comportado de otra forma en la que se comportó.

Para envilecer al ser humano no hace falta que exista, como en el caso de Speer, un poder omnímodo como el de Hitler. Todos podemos ser engullidos por personas de voluntad más fuerte que la nuestra. Por ese amor invasor que entra en nuestra vida y cuya opinión termina importándonos más que la nuestra propia. Por esa persona a quien le reconocemos más valía intelectual que la nuestra (aunque no tenga por qué ser verdad) y que capa constantemente nuestra iniciativa. Por ese jefe de quien depende nuestro ascenso profesional y que nos da la medida exacta de nuestra ambición.

¿Qué le faltó a Albert Speer? Lo que yo llamo “el control de calidad”, la responsabilidad indeclinable que todos tenemos, aunque sea solo ante nosotros mismos, de garantizar la decencia de nuestras motivaciones; y la obligación que tenemos todos de no delegar nunca la responsabilidad de nuestros actos en otros, aunque sean o los consideremos superiores a nosotros.

Todo hombre (y toda mujer) tiene que poder responder de las cosas que hace y que dice, y actuar como si algún día tuviera que rendir cuentas por ellos.

Llegado ese momento (a todos nos llega, como a Speer le llegó) hay que procurar presentar un expediente lo más limpio posible, con el menor número de excusas tontas que se puedan.

Besos de tu tío.

 


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3 respuestas a «Un hombre con una flor en el bul»

  1. Avatar de Primo N.
    Primo N.

    Hola Primo!

    Celebro que te hayan gustado las memorias de Speer. La verdad es que los cotilleos de cancillería (esas sesiones en las que el tito Adolf se explayaba sobre las operetas que había visto en Viena para sopor y aburrimiento de sus palmeros y turiferarios de Berchstegaden) no tienen precio.

    Las excusas que usa para tratar de minimizar su responsabilidad en el Holocausto (ese “heróico” acuerdo al que llegó con el minstro para francés para impedir que los trabajadores franceses vayan a Alemania a trabajar es el colmo de la desfachatez ) son vergonzantes, pero ese es al fin y al cabo el propósito de sus memorias: justificarse y presentarse como una víctima de esa fascinación que Hitler (tradúzcase por poder absoluto, porque siempre he tenido la impresión de que el Hitler persona debía ser un tipo grasiento y grimoso como un vendedor de coches usados) ejercía sobre aquellos que a él se acercaban. Para ser un tipo que se tiene por más inteligente que nadie, las excusas que usa Speer son bastante burdas.

    Si no me equivoco la periodista austríaca (recientemenet fallecida) Gitta Sereny, que se enfrentó grabadora en mano con el comandante de Treblinka Franz Stangl, le entrevistó varias veces y escribió un libro titulado “Albert Speer: His Battle With Truth.” Estoy deseando encontrarlo para ver si es capaz de mantener el tipo ante una periodista incisiva como Sereny (no lo he leído, pero lo dudo. Pese a todo, creo que murió creyendo que él era inocente y que sus actos nada tuvieron que ver con la muerte de millones de personas).

    Un abrazo, primo, y ya te contaré más despacio cómo va mi adaptación a Cairo.!

    Tu primo N.

  2. Avatar de Juan Carlos S.
    Juan Carlos S.

    Gracias, Paco, por descubrirnos a este señor del que tenía vagas referencias. Conocía, algo más, otro caso parecido: el de la cineasta Leni Riefenstahl. Acabo de ver obras de Spper, incluído el proyecto “Germania”, y hay partes que me gustan mucho. Con otras discrepo abiertamente. Tal vez si no conociéramos la intrahistoria del arquitecto miraríamos su trabajo con otros ojos. Todavía hay personas que se niegan a leer a Céline y a Jünger por la misma causa. En España, Secundino Zuazo hizo una arquitectura similar en los Nuevos Ministerios de Madrid, que también me parecen un proyecto estupendo, y era amigo de Indalecio Prieto. Después de la guerra civil, hubo arquitectos que trabajaron cómodamente con el Régimen, como Francisco de Asís Cabrero, todavía en esa onda. La única, imperdonable y abderrante, pega que le encuentro a su edificio de los Sindicatos Verticales, actual Ministerio de Sanidad, es que le dejaran levantarlo frente al Museo del Prado. Pero traslade usted el edificio a la zona de Azca o la Ciudad Universitaria, y sigo pensando que es una obra de arte.

  3. Avatar de victoria
    victoria

    Albert Speer era un gran arquitecto, nadie lo duda pero, era nazi, y además no uno cualquiera, estaba al mismito lado de Hitler, de hecho fué uno de los últimos altos cargos que le visitaron en el Bunker. En su favor hay que decir que intentó salvar a los hijos de Goebbels, pero Magda, su esposa se negó a sacarlos de allí. Decía que no quería que sus hijos vivieran en un mundo sin Nacionalsocialismo. Esto nos da una idea de la paranoia de esta gente que prefería asesinar a sus propios hijos antes que vivir en un mundo diferente de ideas diferentes.
    Albert Speer era un criminal de guerra y como tal fué juzgado, otra cosa es que con él fuera el Tribunal más clemente que con el resto de acusados (como contrapunto Rudolf Hess encarcelado hasta su muerte). Pero tuvo suerte sí, mucha suerte, y murió de viejo en su cama, como si esa guerra que arrasó Europa no hubiera ido con él, como si él no hubiera formado parte de todo ese tinglado, del partido, del gobierno, del círculo más íntimo de Hitler, como si él no hubiera influido lo más mínimo en el devenir de los acontecimientos. El era culpable como todos los que estaban a su lado. Nadie los obligó a estar allí. El podía haber elegido vivir en otro lugar otra vida, o en el mismo lugar otra vida, pero prefirió la vida cómoda. Por qué no ser valiente y decir, no que le obligaron sino que en realidad, el se sentía plenamente identificado con la ideología y el pensamiento nacionalsocialista. ¡Qué poco valor y qué poca verguenza¡
    Y respecto a que era un gran arquitecto, nadie lo duda, pero seguro que en los campos de concentración murieron muchos niños judíos que hubieran podido ser grandes arquitectos, o en el frente, o en los bombardeos de las ciudades, de todas las ciudades que fueron devastadas por la guerra en Europa. Murió mucha gente en Europa por culpa de esa guerra y seguro que esos seres humanos hubieran podido llegar muy lejos si hubieran tenido alguna oportunidad. Yo no olvido que esa gran carnicería fué provocada y alentada por gente como Albert Speer, gente culta y respetable, gente genocida. Albert Speer fué un gran arquitecto, y, siento decirlo pero es así, un asesino nazi. La Historia debe juzgarle como eso, y no como otra cosa.

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