Ainara en las ciudades

La sirenita
A.V.D.

15 de Agosto.- Querida Ainara: mientras escribo esto, estás de vacaciones en la playa. Tu madre pone fotos tuyas en el Facebook en las que posas como la sirenita de Copenaghe, sobre una piedra. Tan bonita y tan graciosa.

Como tu padre, incluso cuando estás seria, se tiene siempre la sensación al mirarte de que, en cualquier momento, puedes romper a reir. Es la misma impresión que se tiene viendo algunos cuadros de los maestros antiguos, cuyas figuras siempre se espera que, sin previo aviso, empiecen a moverse. Esta infanta de España a aceptar el jarrito que le tiende su menina, este perro a ladrar, la enana Maribárbola a volverse con gesto malhumorado y desaparecer de la vista del observador. La dueña, a seguir compartiendo maledicencias con el caballero que la espera al pie de la escalera.

Hoy, Ainara, quiero hablarte de algo cuyas consecuencias te afectarán un día,  y que me servirá para darte un ejemplo preciso de cómo, en muchas ocasiones, una línea de actuación orientada por una intención buena termina siendo peor que la enfermedad.

Verás: del mismo modo que, desde los años ochenta del año pasado, se ha extendido por occidente la noción de que el insensato hábito del tabaquismo es mortal, también ha corrido por entre los gobernantes el convencimiento de que el coche en la ciudad es cosa que está llamada a desterrarse.

 Se ha pretendido desde entonces –Viena es un claro ejemplo de ello- hacer unas ciudades más habitables para las personas. Ampliando las aceras, plantando unos arboles –mayoritariamente escuálidos- en sitios en donde antes no los había y limitando los tiempos de aparcamiento de los coches en los distritos centrales de las urbes. En principio, todo perfecto. Los políticos decían querer “devolver la ciudad a las personas” como si antes de que hubiera Volvos y Seats las poblaciones hubieran sido un edén en el que las mercancías se llevaban solas a las tiendas y los niños jugaban en las calles despreocupados del tráfico.

Naturalmente, el aire de ciertos distritos se ha vuelto más puro –si es que se ha vuelto- pero la falta de frecuencia de pasantes –no compensada por el aumento de frecuencia de paseantes- también ha hecho que los comercios tradicionales estén muriendo lentamente y que los abastos se hayan marchado al extrarradio, en donde se han concentrado en grandes Malls a la americana. Lugares en los que se puede comprar igual un hamster que unas salchichas Oscar Mayer.

La lenta agonía de las calles, de los barrios, la experimento yo en Viena, cerca de mi casa. Antiguamente –vamos, no tan antiguamente, cuando yo llegué hace siete años- la Reimprechstdorferstrasse era una calle alegre, llena de tiendas (algunas encantadoras: como una de instrumentos musicales), de librerías, de peluquerías regentadas por damas algo estrafalarias que pintaban acuarelas entre lavado y lavado de cabeza. Hoy, la limitación del estacionamiento ha hecho que los comercios antiguos, que vendían cosas que merecía la pena mirar –en los que se necesitaba algo de tiempo para comprar- hayan ido feneciendo para ser sustituidos por horrorosos locales de apuestas, de interiores amurallados al tráfago de la calle y puertas como de puticlub, a los que acude gente sin oficio ni beneficio a pasarse las horas muertas alienándose con gilipollescas competiciones de quién sabe qué ignaras ligas de fútbol (o de fúrgol).

Muerto el tejido comercial, la clase media, la que tiene medios de gasto (y cultura y civismo que, aunque no se quiera, son factores que suelen ir unidos) ha ido huyendo a otras zonas más burguesas (en el mejor sentido del término), siendo sustituida por una masa de gentes al límite del embrutecimiento, que no han venido siempre con buenas intenciones –hace unos días, por ejemplo, hubo un tiroteo en uno de estos locales de apuestas, un fenómeno inaudito en Viena-.

Lo malo de estas cosas es que, cuando los políticos se dan cuenta, suele ser cuando se hace necesario un plan de choque “para revitalizar” las zonas afectadas ¿Se convertirán en el siglo XXI los barrios centrales de las ciudades en los nuevos suburbios? ¿El ánimo de humanizar las ciudades las herirá de muerte? Tú y tu generación tenéis la respuesta.

Besos de tu tío

Comentarios

Una respuesta a «Ainara en las ciudades»

  1. Avatar de Africa Ruiz Gomez
    Africa Ruiz Gomez

    Dificil equilibrio el de la gestion urbanistica, Paco, y ademas con consecuencias multiplicadas a medio plazo, no siempre en el sentido deseado. Todo ello, ademas, sin tener en cuenta otros posibles intereses ajenos al bien publico propiamente dicho ( estoy pensando ahora mas en España, las circunstancias austriacas las desconozco todavia). Lo cierto es que en el tema q mencionas, a priori positivo, debe ir acompañado en mi opinion de otros factores quee lo atenuen: gestion de transporte publico adecuada, no fomentar en exceso las grandes superficies… Mi ciudad de origen es buena prueba de en lo q se puede convertir una ciudad cuando lo anterior no se tiene en cuenta: Alicante no e

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