
¿Somos más inútiles o perezosos los españoles en lo que respecta a aprender idiomas? ¿Si todos, para nuestros respectivos trabajos, debemos acreditar nuestra solvencia en la lengua de Chéspir, por qué la mayoría de nuestros políticos no saben ni una palabra de inglés?
17 de Enero.- Los periódicos españoles traen hoy dos noticias que, de alguna manera, están relacionadas.
La primera, son unas declaraciones de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, sra. Esperanza Aguirre Gil de Biedma, en las que afirma (y yo le aplaudo la afirmación) que, por ley, debería establecerse que todo aquel que quisiera aspirar a un cargo público debería haber trabajado antes. Plas, plas, plas. Yo creo que el mal de la política española (y austriaca también, véase si no al bueno de Sebastianico el Corto) es que los políticos españoles, sobre todo los de la generación más joven, no tienen ni repajolera idea de lo que significa trabajar con un contrato, tener que ajustarse a un sueldo, sudar si hay un ERE , tener que aguantar a un jefe pelma o repartirse con los compañeros las vacaciones para hacer ese encaje de bolillos en que, en muchas empresas, consiste coincidir con el cónyuge (o la “conyuja”) .
Si tuvieran experiencia propia de estas cosas, otro gallo les y nos cantara.
Por otro lado, y cada vez más, ve uno a políticos de los que piensa (y le duele): “vamos a ver, esta persona, si no fuera político ¿Hubiera conseguido un trabajo en la vida real?” (damos por supuesto que la política, desgraciadamente, cada vez está más alejada de “la vida real”).
Lo cual nos lleva a la pregunta siguiente: ¿Por qué si, con las cosas como están, a cualquier Juan Nadie le piden “conocimientos de inglés a nivel de usuario” para cualquier trabajo, nuestros cargos públicos exhiben una ignorancia tan granítica de otros idiomas que no sean la lengua que mamaron?
(Esta es la segunda noticia: sólo un diez por ciento de los españoles habla inglés con fluidez, políticos incluidos).
He aquí algunas explicaciones para este desbarajuste.
Los políticos, aunque ellos tienden a olvidarlo, son gente, personas como usted y como yo, y como tales padecen también esta carencia endémica española.
¿Somos más inútiles o perezosos los españoles en lo que respecta a aprender idiomas? I don´t think so. Pero hay varios factores que ayudan a que en los currículi terminemos poniendo que nuestro inglés es básico cuando la realidad es que es inexistente.
En primer lugar, el doblaje, herencia de la dictadura. No me cansaré de repetirlo.
Cuando Franco ganó la guerra, se impuso la lengua “nacional” y todas las películas debían ser dobladas por ley (espléndidamente dobladas, por cierto, costumbre tristemente en desuso porque ahora los doblajes son un asco). Esto creó un mal hábito entre el público que aún continúa y que no ha mejorado precisamente cuando, por puro apetito de poder, en aquellas zonas de España en las que gozan de lengua propia, los respectivos Gobiernos locales han impuesto por ley la obligación de doblar las películas al idioma del terruño.
Luego, creo que es también una cuestión de mentalidad. Mis lectores que vivan fuera (de España, se entiende), se habrán dado cuenta de que, a los españoles, tratar de hablar una lengua extranjera sin acento, nos parece cursi (aunque sea inconscientemente) y huimos de la pronunciación perfecta como del contagio de la hepatitis B.
Se distingue a los pilotos de Iberia, por ejemplo, porque tienen el inglés más ratonero del espacio aéreo internacional y es por el acento vallecano que insisten en poner. Por miedo del ridículo o por lo que sea, es que no nos esforzamos nada. En esto, por ejemplo, nos ganan los latinoamericanos que tienen, generalmente, un acento perfecto.
Otra anécdota: tengo un amigo periodista que me contaba de una colega, locutora deportiva, que habla alemán perfectamente, a la cual mandaron a cubrir una carrera de coches, en la cual competía por el triunfo el piloto alemán Michael Schumacher. Las dos o tres primeras veces, esta mujer, pronunciaba el nombre del deportista como debe ser, o sea, algo como “míjael shumaja” hasta que el director del programa le llamó la atención y le dijo que, si quería que la gente supiera de quién leches estaba hablando, tenía que pronunciarlo “correctamente” esto es: “máikel chumaker” (o así).
A la pobre señora le salían ronchas, claro. Pero el parné es el parné.
Los aborígenes se desgüevan de risa cuando nos escuchan decir “tina tarner” o “Yon Güéin” o “Sín Connery” o “Colgate” (y yo matate y escupite, que decía aquel) y, a veces, no nos entienden siquiera. Mientras ellos, naturalmente, dicen “Yon uéin” o “Shon coneri” (con la erre americana) o “colguéit”.
Claro, que en todas partes cuecen habas. Ayer, el ex entrenador del Barcelona era llamado “Gardiola” por todos los medios germanoparlantes (menos la ORF, cuyos presentadores lo pronunciaron divinamente).
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