20 de Abril.- En el número cuarenta de la Schonbrünner Schlosstrasse hay, desde el 21 de Diciembre de 1949 una placa conmemorativa que, aunque quisiera (y ha querido) el Gobierno austriaco no tendría poder legal para eliminar. Se trata de un recordatorio de la estancia en Viena, por lo demás breve, del ciudadano ruso Josef Wissanoriovich, más conocido por su nombre de guerra, Stalin en 1913.
La placa, instalada por iniciativa del Partido Comunista soviético durante la ocupación de Austria por las cuatro potencias, fue una especie de regalo de cumpleaños (el día en que se descubrió Stalin cumplía setenta años) y en ella se recuerda que, mientras vivió en Viena, Stalin estuvo muy ocupado en una cuestión que a otro contemporáneo suyo que coincidió también con él en la ciudad, Hitler, le preocupaba mucho: el nacionalismo y el tema racial. De hecho, parece ser que en Viena, Stalin escribió su obra titulada “Marxismo y Cuestión Nacional”.
No parece normal que una ciudad por lo común tan moderada como la capital de Austria, mantenga una placa conmemorativa de la estancia de un tipo que es universalmente odiado, incluso en su propio país (cepillarse a un tercio de tus gobernados no parece ser una garantía de que te quieran algún día). Pero incluso los ruegos del sucesor de Stalin, Nikita Chruschtov, durante la era soviética o, después, de Eduard Schewardnadsche (ministro de exteriores ruso en 1991) fueron inútiles para que la ciudad retirase su recuerdo a un personaje tan dudoso. Legalmente no se podía. Hacerlo, hubiera sido incumplir el tratado fundacional del Estado Austriaco, una de cuyas cláusulas obliga al Gobierno de esta nación a cuidar los monumentos soviéticos en su suelo.
Es la explicación de que en un lugar tan prominente como la Schwarzembergplatz (a muy poca distancia, por cierto, del Instituto Cervantes) exista un monumento al soldado soviético (feo como él solo, por cierto) que los rusos se encargaron de erigir allí, aprovechando que existía una fuente con chorritos de colores que señala el final del acueducto que trae a Viena el agua desde los Alpes.
La placa de la Schonbrünner Schlosstrasse fue, después de la desestalinización posterior a la muerte del personaje, el único monumento a Stalin erigido fuera de las fronteras del telón de acero y, después de la caída del régimen soviético, uno de los pocos monumentos que aún recuerdan a Stalin.
La solución dada por el ayuntamiento vienés dice mucho del carácter de este pueblo (un carácter que a mí me chifla, por cierto). Para desactivar en lo posible un monumento que, a pesar de todo, el Estado austriaco está obligado a conservar, se instaló debajo del perfil de Stalin un letrerito contextualizador por el cual se establece que la placa ( muy en contra de la intención original de los pelotas del Partido Comunista) “debería ser vista como “ un recuerdo a las víctimas del estalinismo.
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