Una cosa que nadie más va a decirte

Una mujer solaPorque procede del lado más oculto de nosotros mismos ¿Quieres saber cuál es?

25 de Septiembre.- Querida Ainara (*) : me gustaría pensar que, si se me puede definir por una característica particular, esa característica es la de que soy un buen amigo de mis amigos. Es más: para sentirme en equilibrio, necesito saber que, si estiro la mano, tocaré a personas con las que podré irme a tomar una cerveza para echarme unas risas o con las que podré departir sobre las fuerzas que modifican el idioma sin que piensen que estoy mal de la cabeza.

Muescas en el carácter

Además, al contrario de lo que podría suponer cualquier observador superficial, soy una persona a la que no le gusta ser el centro de atención. A mí, de la amistad, lo que más me descansa es la posibilidad de quedarme callado escuchando lo que dicen otros y no concibo mayor placer que observar cómo mis amigos se gastan bromas y charlan de esto y de lo otro mientras yo, simplemente, aprendo.

Dos veces en mi vida, sin embargo, me ha sucedido algo que a ti te sucederá también en algún momento y es que, por circunstancias, me he quedado sin amigos de una manera súbita y dolorosa.

La primera vez fue en mi adolescencia, y creo que todo se debió a uno de esos ejercicios de crueldad absurda que tan ligados están a ciertas mentalidades adolescentes.

La segunda vez fue con ocasión de la emigración.

En ambas ocasiones, la sensación fue muy parecida.

No solo la soledad obvia. La sensación de estar, de alguna manera, descolgado de la realidad y de sus aconteceres que discurren sin que uno participe. No solo eso, te decía sino, además, y peor, la enorme, casi insalvable dificultad de abrir nuevos ámbitos, de conocer a nuevas personas que suplan, si es que eso puede ser, a aquellas que, por su voluntad o por las circunstancias, se habían apartado de uno.

De las dos deforestaciones brutales de mi campo afectivo, la de la adolescencia fue, sin duda, la que más me dolió. Por ser la primera pero, sobre todo, por ser inesperada (y creo que inmerecida). Hasta el punto de que no creo mentir si digo que, aquella primera deserción masiva, marcó una muesca en mi carácter.

Tras el duelo

Una vez superada la pérdida, la pregunta que surge siempre es ¿Qué hacer en esas situaciones? ¿Cómo superar la situación en la que uno se siente atascado?

Yo lo hice así: empecé por mirar a mi alrededor buscando candidatos apropiados (en los momentos posteriores a la emigración, me pasó como a todo el mundo, tuve la refrescante posibilidad de juntarme con personas a las que en España ni siquiera les hubiera dedicado un segundo pensamiento). Después, apliqué lo que había aprendido en los momentos buenos.

Una cosa que no te va a contar nadie: la amistad, aparte de una relación afectiva, de un componente obvio de afinidades compartidas es, en muchos casos, un negocio de costumbres. Una vez encontrada la persona afín (a la que tú, quizá, a primera vista, tampoco le interesas) hay que fomentar en lo posible que esa persona se acostumbre a ti. Casi sin que la persona se dé cuenta, sin forzar nada tampoco. Tampoco hay que desesperarse cuando estas operaciones de acercamiento fracasan –y fracasan, más o menos, en el setenta por ciento de los casos-. No hay que cejar e ir reuniendo, poco a poco, de nuevo, trabajosamente, un círculo de personas en las que confiar, con las que poder practicar ese placer tan agradable que es ser servicial sin pedir nada a cambio.

Sobre todo al principio, una amistad naciente es como esos primeros rescoldos que se encienden de un fuego. Una cosa tímida y frágil, que hay que mimar, sobre la que hay que soplar para darle oxígeno. Una llamita ténue que no hay que ahogar con la atención excesiva ni con la ansiedad de querer ir demasiado rápido. Y sobre todo, tener paciencia. Una vida afectiva deforestada se parece bastante a un bosque quemado. El verdor no se repone de un día para otro.

De todas las que te he escrito, Ainara, es quizá esta carta la más secreta, porque nadie te va a contar esto que yo te estoy diciendo. A nadie le gusta recordar (y que los otros vean) que alguna vez estuvieron desnudos, que nadie les quiso, que nadie tuvo ganas de verles o pensó en ellos y cogió el teléfono y marcó su número. Y sin embargo, así pasa un par de veces en la vida. Y no sucede nada por admitir estas repentinas enfermedades del ánimo, lo mismo que es totalmente inofensivo admitir que en un invierno se ha resfriado uno tres veces.

Se cuenta, se ponen remedios, se pasa página y andando.

(*) Ainara es la sobrina del autor


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Comentarios

Una respuesta a «Una cosa que nadie más va a decirte»

  1. Avatar de victoria
    victoria

    Es muy duro tu post de hoy. Todo un toque para las conciencias. Quien no se ha sentido alguna vez completamente solo en esta vida, perdido y sin rumbo.Quien no ha sentido un dolor profundo cuando te hacen el vacío, cuando murmuran a tus espaldas, cuando nadie quiere hablarte, cuando no te cogen el teléfono, o cuando rompen contigo vía correo electrónico mandándote un cita de Einstein, el colmo de la cobardía.Y tú te preguntarás si tienes lepra o algo así…Ojalá estas cosas sólo ocurrieran un par de veces en la vida. A veces son más y duran para siempre.

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