En una escuela austriaca han prohibido el uso del telefonino en horario lectivo y usted ¿Qué opina de eso?
29 de Mayo.- En los últimos veinte años, el mundo ha cambiado a una velocidad de vértigo. La consecuencia fundamental es que, el llamado por los cursis “gap” generacional, que antes separaba a los chavales de la generación más madura, se ha vuelto ahora un abismo del tamaño del cañón del Colorado.
Por ejemplo: hace unos días, me llamaron unos amigos para que le echase un cable con el español al mayor de sus hijos.
El muchacho, a sus quince años, está más cerca de ser el capitán de Julio Verne que un émulo de Cervantes y, como es lógico, llevado por la ebullición hormonal que sufre en estos momentos, el español le chupa un pie.
Mientras los dos luchábamos con las conjugaciones y con listas de vocabulario que se negaban a imprimirse en sus meninges, yo me ponía nervioso porque él, en vez de escribir las palabaras para aprendérselas, o de tenerlas a mano en un papel, las tenía grabadas en el móvil y, cada vez que en un texto surgía alguna duda, él no dudaba en picar en la pantalla del chisme, darle al pulgar y bajar y subir por el archivo buscando el concepto que no terminaba de salirle.
Para colmo, de vez en cuando, justo cuando estábamos alcanzando una concentración mínima, sonaba el chivato del “guasap”, trayéndole al muchacho nuevas del mundo exterior muchísimo más atractivas que lo que yo tenía que explicarle sobre la Puerta del Sol, el Palacio Real o cómo indicarle a un desconocido el camino de la “Oficina de Correos” (¿Correos? Pero qué leche es eso; yo mando e-mails).
Lo cierto es que, para escándalo de los adultos, los chicos tienen teléfonos listos desde una edad cada vez más temprana y, en Austria, como supongo que pasa en España, esta evolución de la tecnología corre el riesgo de convertir a la chavalería en un bosque de alcornoques sin remedio (¡Qué tiempos aquellos en que a nosotros lo único que nos dejaban hacer con calculadora eran las raíces cuadradas, que eran un engorro!).
Pues bien: en la bonita localidad marco-incomparable-de-belleza-sin-igual de Klosterneuburg, han decidido atajar el problema y prohibir el uso del telefonino en las horas principales de la actividad lectiva (en Austria, entre las ocho y la una y media, aproximadamente). Con el objeto principal de que los chavales hablen entre ellos (perdone, señora, pero ya estriste) y que no se comuniquen a través de las redes sociales.
En Austria no existe una norma general al respecto y todas estas prohibiciones tienen que ser aprobadas por el centro, por los profesores y por los padres aunque, como señalan todos los expertos, al final, después de entrar en vigor, se convierten en papel mojado; porque nadie quiere andar controlando si los chavales miran el teléfono o no lo miran y porque, aceptémoslo, es una pretensión irreal desterrar de la vida de los chicos, aunque solo sea por unas horas, algo que se ha convertido en parte de nuestra vida cotidiana, y pretender que seguimos viviendo en el siglo XIX, cuando Edmundo de Amicis escribió su Corazón (precioso libro, por cierto, testigo de una época que ya no volverá).
¿Qué hacer? Los expertos austriacos abogan por una solución de compromiso. Esto es: prohibiciones parciales o concienciación en el uso consciente de las nuevas tecnologías. Lo que está claro, sin embargo, es que, día a día, no solo cambian los métodos de aprender, sino que es cada vez más difícil explicarle a los chavales por qué tienen que memorizar lo que vale el número Pi o el año en que Napoleón sitió Viena si ya todo viene en la Wikipedia o se lo puedes preguntar a un amigo más empollón.
¿La decadencia de Europa y su sistema educativo o la aparición de una nueva clase de seres humanos más listos –aunque menos memoriosos-?
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