¿Es trabajar desde casa o en casa un avance? Una reflexión.
5 de Noviembre.- Querida Ainara (*) : En la vida de las personas, pasa como en la de la Humanidad: o sea, que la Historia se repite, pero no se parece. Y, en cada vuelta del camino, situaciones que, en principio, podrían parecer similares, en realidad luego se revelan muy distintas. O, mejor dicho, que te dan oportunidad para reflexionar sobre aspectos distintos de una misma situación.
Esta vez, estoy entreteniendo el camino hacia mi próxima oportunidad laboral abordando una serie de proyectos que, por no tener tiempo antes, he tenido un poco aparcados o a la espera de que se presentase mejor ocasión. Son unos proyectos a los que les tengo mucho cariño, que guardo cerca del corazón pero que, por ser muy intensivos en tiempo, son incompatibles con una jornada laboral “normal” a la que, además, hay que añadirle el post diario de Viena Directo, o las fotos que conlleva tal o cual reportaje o el tráfago cotidiano de una persona que, pese a las apariencias, no se pasa todo el día delante del ordenador. Preparar publicaciones, responder a correos electrónicos de la temática más variada, corregir textos, escribir otros que, quizá salgan muy pronto…En fin: un trajín.
Estos proyectos, Ainara, me han llevado a considerar lo que, si bien para mí es una situación transitoria (esperemos) para otras personas es la situación normal de su vida o, por lo menos, un cincuenta por ciento de la situación normal de su vida. Esto es: el trabajo desde casa o en casa. Trabajo desde el domicilio (ese home office que dicen los pedantes) que, paradójicamente, es un caramelo con el que muchas empresas engolosinan a sus trabajadores y que a mí me parece que puede convertirse en un regalo envenenado.
Para mí, la verdad, está siendo una experiencia que no cesa de suscitarme admiración por aquellos que, como mi primo N., lleva años practicándola. En primer lugar, resulta sumamente agotador –mentalmente agotador- no tener separado el centro de trabajo del lugar en donde vives. Las rutinas que se fomentan mediante el desplazamiento al centro de trabajo, donde tienes que llegar a unas horas y te vas a otras, se vuelven sumamente frágiles y lábiles cuando trabajas desde tu domicilio. Lugar en donde te acechan multitud de ocupaciones que todo el mundo (incluyendote a ti mismo, en muchas ocasiones) considera mucho más urgentes que lo que estás haciendo. Que si poner una lavadora, que si salir a comprar, que si regar las plantas del balcón o resguardarlas de la helada, que si los gatos, que si la vecina, que si la plancha, que si prepara un cocido, que si esto que si lo otro.
Resulta muy difícil encontrar un momento para ti, para sentarte, para sacar media hora de trabajo a salvo de distracciones, de llamadas o de lo que sea.
Es como si, la confianza con ese entorno hogareño, terminara por dar al traste con la seriedad y el rigor que siempre deben ir asociados a lo laboral.
Por no hablar de lo perturbador que es el que no estén separados, como le sucede a la gente que trabaja “fuera” de su casa, los fines de semana de la semana laboral. Se tiene la sensación de que no se descansa, de que no se desconecta. Como si uno viviera en la oficina permanentemente.
No todo es malo, naturalmente, porque hay también momentos, cuando uno está atado al escritorio, en que uno se lamenta de estar perdiendo el tiempo aburrido en la oficina cuando en su casa tiene tantísimas cosas que hacer. Pero sí que resulta extraño. Muy extraño.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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