Dolor y gloria

 

Llevamos una semana fatal. Primero la Reina, luego Marías y por último, ayer debate “campañal” en la ORF. No semos náiden.

12 de Septiembre.- Vaya días que llevamos. Primero, se nos muere la Reina (vamos, la de Inglaterra, la nuestra sigue ahí al pie del cañón) y luego se produce una vacante en la academia esa a la que el marido de Elvira Lindo va todos los jueves, por el fallecimiento de Javier Marías (el pobre).

Marías, a fuer de anglófilo, igual se ha muerto por solidaridad con la reina, no es descartable, pero la verdad es que ha dejado al panorama literario mundial un poco huérfano.

Todos los años, era él, junto con Murakami, el candidato al Nóbel. Pero tanto a Marías como a Murakami les pasaba como cuando, en mi lejana infancia, convencíamos a mi padre para que comprase un boleto de la tómbola. Mi hermano y yo teníamos puestas nuestras esperanzas infantiles en la muñeca chochona. Nunca la ganábamos. Y eso que el tombolero siempre decía aquello de “siempre toca, oiga, siempre toca”. Sería a otros, pero a nosotros, como jugábamos con poca fe en la victoria, pues no nos tocaba nunca.

Uno piensa que todos los años, desde su recoleto y atestado despacho de Madrid, Javier Marías debía llamar al escueto e hiperordenado despachito de Murakami.

-Hola, Haruki.

-Hola, Javier.

-Este año tampoco.

-(suspiro de Murakami) Y mira que tenemos los dos libros buenos.

-(Suspiro de Marías) Estos premios, Haruki, están dados ya de antemano.

-Ya te digo, tío.

-Bueno, resignación.

Naturalmente, la prensa austriaca se ha hecho eco. Porque para los austriacos Javier Marías, aparte del eterno candidato al Nóbel, era el ilustre autor de “Corazón tan blanco” y no sabían que Javier Marías era hijo de su padre, don Julián, ni que escribía los domingos en El País (periódico, por cierto, cofundado por su progenitor porque el mundo del toro es más llevadero si vienes de familia de diestros). Con este fin, el de hacerse eco del luctuoso deceso, varios becarios han aliñado sendas piezas con imágenes de archivo de cuando Marías Jr. Aún tenía pelo. Unas crónicas sobre las que flotaba el consabido “le acompaño en el sentimiento, no semos náiden”.

Y hablando de becarios.

Ayer, los seis candidatos a bundespresidir esta pequeña república menos el derechohabiente, Alexander van der Bellen, se reunieron en un plató de la ORF, el del programa In Zentrum, a contarle a la audiencia las cosas muchas que iban a hacer para mejorar la gestión de Alexander van der Bellen.

Se habló de arrogancia del actual Bundespresidente, que declinó amablemente discutir con sus contrincantes pero lo cierto es que es tradición (una tradición que chincha mucho a los otros candidatos) que el ocupante del cargo no “descienda” al debate electoral por no dañar, se supone, la dignidad de la institución.

Yo he estado viendo la repetición del debate, y la verdad es que los seis daban un poquito de penilla.

El único con más fuste era el menos esperable, Marco Pogo, el candidato del Partido de la Cerveza. Contra todo pronóstico, sus propuestas eran las que rezumaban más sentido común. Quizá porque Marco Poco, en el siglo Dominik Wlazni, es médico y eso imprime carácter.

Los demás, daban lastimica, ya digo. Rosenkranz y “Wassilo Talentín” tirándose el uno a la yugular del otro compitiendo por ese caladero de votos que podríamos llamar “el nazismo sociológico” (espejo de aquel otro franquismo sociológico) que si Rusia bien y que si la Unión Europea mal. El presidente del partido antivacunas pronosticando una ola de muertos por las mismas, sin que nadie impidiera que hiciera el más espantoso de los ridículos. Un fabricante de zapatos, el pobre, del que uno tenía la sensación de que se estaba reponiendo de un mal viaje de sustancias y que, de vez en cuando, decía cosas a propósito de Gandhi. Y, por último, creo que no me dejo ninguno, ese personaje llamado Gerald Grosz, perejil de todas las salsas, fugitivo de todas las ultraderechas y hombre que parece empeñado en librar una cruzada a brazo partido contra cualquier forma de inteligencia.

Como no salga elegido Van der Bellen, qué miedo por mi pobre Austria.


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