Rosa en Schönbrunn

Rosa

Rosa en Schönbrunn

Hoy, en esta fecha tan señalada, me gustaría hacer un homenaje a Rosa, lectora de este blog, que nos dejó hace unos días.

1 de Noviembre.- Hoy, día de todos los santos, me gustaría contar una cosa que ha sucedido estos días pasados y que creo que salda una deuda que tengo con dos personas, madre e hija, lectoras de esta página.

Con permiso de Andrea, la hija, me gustaría hacerle hoy un homenaje a Rosa, la madre, y a tantas mujeres como ella que siguen las publicaciones de este blog.

En él, hubo un antes y un después, con la aparición de la pandemia del coronavirus.

En aquellos tristes días del año 2020, sentí que la mejor manera que yo tenía de arrimar el hombro en aquellos momentos de incertidumbre y miedo era, ni más ni menos, que mantener a los lectores lo mejor informados que estuviera a mi alcance.

Para ello, y no me duelen prendas al decirlo, no reparé en horas de trabajo, porque me impulsaba el convencimiento, que aún mantengo, de que estaba haciendo exactamente lo que tenía que hacer.

Era, quizá, una prolongación de la moral de trabajo y de esfuerzo que, tanto mi hermano como yo, hemos tenido siempre en mi casa. Los dos fuimos muy buenos estudiantes, pero jamás recibimos regalos por sacar buenas notas. Nuestros padres estaban contentos, y eso nos bastaba y, como siempre nos decían “era nuestra misión hacer las cosas bien”.

Así fue también en este caso.

Como digo, en ningún momento pensé que estuviera haciendo nada extraordinario y, aunque pueda parecer ingenuo (o increíblemente presuntuoso) nunca esperé ni agradecimientos ni recompensas.

Con alguna sorpresa (y, por qué no, con cierto azoramiento) recibí algunos mensajes de personas que me agradecían ese trabajo diario, que les había permitido sentirse un poco más cerca de sus seres queridos en aquellos momentos en los que los viajes no estaban permitidos y los abrazos tenían que ser virtuales.

ROSA

En algunos casos, el agradecimiento se materializó de otras maneras, como fue en el caso de Rosa, una señora residente en la región española de Cantabria cuya hija, Andrea, vive aquí. En todos los programas en directo, Rosa me dejaba sus comentarios y sabía que, cada vez que me conectaba, Rosa estaría allí, escuchándome. De hecho, en el final de la segunda temporada de La Tarde en Directo, conseguí idear un procedimiento que, aunque bastante rudimentario, me permitió charlar personalmente con algunas de las personas que me escuchan todos los domingos y, cómo no, Rosa, venciendo todas las complicaciones técnicas que exigió la cosa y que estuvieron a punto de hacerla impracticable, también estuvo allí.

Unas navidades, Andrea me escribió diciendo que Rosa iba a venir a Viena, y que quería traerme algo de España. Yo contesté que no hacía falta, que de verdad, que podíamos quedar y vernos y que para mí sería lo mismo, que no se molestase. Pero Rosa contestó que sí, que quería molestarse. En casos como este, yo siempre pido café torrefacto. Soy muy cafetero y el café tiene dos ventajas como regalo: una, que pesa poco y dos, que no es gravoso para ningún presupuesto.

Tras algunas aventuras, pérdidas de maletas y cosas así, el café llegó a Viena y una tarde de invierno quedamos Andrea, Rosa y yo, frente a la ópera estatal.

Como estábamos en pandemia (seguimos estando) y había restricciones, nuestra conversación se desarrolló al aire libre. Rosa me explicó que había sido costurera -había algo en el delicado gesticular de las manos que así lo anunciaba, aunque ella no lo hubiera dicho- y yo le expliqué que, si bien no saber conducir no me importa, me gustaría muchísimo aprender a coser pero que, por hache o por bé, nunca he tenido tiempo. Ella se ofreció a enseñarme. Ya no podrá ser.

Me dio la impresión de ser una mujer muy sensible pero muy entera, un poco al estilo de la escritora Elia Barceló, a la que tuve ocasión de tratar por unos días en fechas cercanas a aquella y, aquí va mi homenaje a todas las mujeres como ellas, y como mi madre, personas a las que la edad había llenado de ansias de conocimiento, que se daban cuenta de que las oportunidades se presentan una vez en la vida y que no hay que desperdiciarlas. Mujeres que afrontan que sus hijos están lejos con una mezcla de cariño y aventura, que aprenden inglés o lo que haga falta para estar más cerca de los suyos, que aceptan nuestras decisiones como hijos, aunque a veces no las entiendan mucho, que se esfuerzan en comunicarse, en entender a nuestros amigos, que lo miran todo con generosidad y con curiosidad. Mujeres para las que la frontera de los sesenta años representa en cierto modo un renacer.

Cada vez que abría uno de aquellos paquetes de café de Rosa, me daba cuenta de que me quedaba uno menos para que se me terminase aquella provisión. Esa quizá sea una de las metáforas del lento pero inexorable transcurso de la vida.

Hace algunas semanas, volví a hacer La Tarde en Directo como todos los domingos. Rosa no se conectó y la eché de menos. Me apunté mentalmente escribirle o mandarle algún mensaje.

Hace diez días, su hija Andrea publicó en Facebook la noticia de su fallecimiento. Desde entonces, intento encontrar la ocasión para decirle que, aunque la conocí en persona durante muy poco tiempo, echo de menos a su madre como, estoy seguro, la echan de menos las personas que la conocieron.

Descansa en paz, Rosa. Buen viaje.


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Comentarios

2 respuestas a «Rosa»

  1. Avatar de Antonio Saiz Pi

    Muchas gracias por el homenaje que haces desde tu Blog VienaDirecto a mi cuñada Rosa Maria.
    Gracias por evocar a una mujer siempre alegre y predispuesta a echar una mano con todos y para todo. No hace mucho, nos hablo de tu blog, de la importancia que tiene para los trabajadores inmigrantes que estan en Viena, un lugar de encuentro al que invitas a participar desde la informacion y el contacto personal como hiciste con Rosa Maria y Andrea, muchas gracias en nombre de la familia española.

    Antonio Saiz Pi
    saizpi@hotmail.com

    1. Avatar de Paco Bernal
      Paco Bernal

      Hola Antonio,
      Muchas gracias por tu comentario. Fue un placer conocer a Rosa y escribir este texto, lo menos que podía hacer. Un abrazo, Paco

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