
Hay personas que, aunque les den una noticia buena, se esfuerzan en encontrarle el lado malo. Cachis en la mar.
17 de Julio.- Todos los años, por estas fechas, Statistik Austria, la agencia de estadísticas de EPR, publica un informe sobre los extranjeros que vivimos en Austria.
De él se desprenden todos los años conclusiones parecidas. O sea que, sin nosotros, los extranjeros, la población austriaca hubiera disminuido ya a los niveles de los cincuenta del siglo pasado y que, por lo tanto, los inmigrantes somos el motor demográfico de este país encantador que nos acoge.
En total, un poco más de un cuarto de los habitantes de Austria es extranjero. O bien extranjero puro, como servidora, o bien con alguno de los progenitores no nacido en el país.
El grupo de extranjeros más grande son los alemanes (239.500 personas) seguidos a mucha distancia por rumanos, turcos y serbios. En cualquier caso, se constata en el informe que el grueso de la inmigración en Austria proviene de la Unión Europea y que los nacionales de países terceros vienen, sobre todo, dependiendo de cómo evolucionan los conflictos geopolíticos.
La novedad de este año es que Statistik Austria no se ha limitado a contarnos, sino que también nos ha preguntado qué nos parece Austria o, más bien, qué actitud tenemos con Austria. Las conclusiones son, en la “sumirde” opinión del que esto escribe, muy buenas. La agencia de estadística ha preguntado a una muestra representativa de la población cuál es su actitud con respecto a Austria. Un 75% de los encuestados siente un vínculo de pertenencia a esta tierra. Este porcentaje supera el ochenta por ciento en las personas sirias, las bosnias y las somalíes. La mitad de los encuestados se siente, como es lógico, vinculada a su país de origen, y un sesenta por ciento valora la convivencia con los aborígenes (austriacos) positivamente.
Ante esta noticia, dos comentarios: en la presentación del informe estaba la ministra Claudia Plakholm, a la cual, todo lo anterior no le ha parecido demasiado bien. En su opinión, esto de la pertenencia debería ser una cosa que debería venir de suyo (¡Qué menos!) y que la meta debería ser la integración. O sea, sobre poco más o menos, que todos los sirios vayan a la mezquita en “lederjosen”.
Plakholm, la buena mujer, está aquejada del mismo mal que todos los conservadores europeos tradicionales y no duda en utilizar un arsenal de “soluciones” copiadas del maletín de la extrema derecha, abundando en la figura del “extranjero”, ese ser ajeno, otro, que renuncia a integrarse (o sea, a mimetizarse) y que, por sistema, no comparte los valores del territorio en el que se asienta (sería bueno que la ministra le preguntara a los alemanes que viven en Austria qué piensan de este diagnóstico suyo).
Plakholm, igual que la extrema derecha (con la que, de siempre, ha tenido concomitancias ideológicas) piensa que hay que utilizar las ayudas sociales como “palanca” (¡!) para forzar a los extranjeros a adaptarse.
Por supuesto, la ministra abunda en el estereotipo del “extranjero” que viene a Austria a vivir de las ayudas sociales, a pesar de que la inmensa mayoría de los extranjeros no hemos cobrado nunca un céntimo del Estado austriaco y de que, por lo general, todos los “céntimos” que se cobran se han ingresado antes a base de haber cotizado al sistema.
El segundo comentario tiene que ver con el periódico de los Fellner que ha dado esta noticia con un titular del tipo “Aquí es donde viven más extranjeros” ofreciendo mapas detallados por regiones. No se sabe si para que la gente evite los distritos “más cargados” pero con el mismo ánimo, seguramente, que el de la ministra Plakholm, esto es, el de identificarnos a los extranjeros con las cosas de siempre.
Las tradiciones están para mantenerlas.

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