Mañana, operarán M.
Así pues, esta mañana, a las siete, tras el café matutino, nos hemos acercado los dos a la recepción del hospital, a unos pasos de mi casa.
A tan temprana hora el centro estaba silencioso y sólo se veía a una mujer, de aspecto aséptico, detrás del mostrador de la centralita. Sin embargo, ya había en el vestíbulo del hospital un pequeño grupo de personas taciturnas con su bolsa de deporte y, los que disponían de ella, con otra bolsita de aspecto médico con sus pruebas diagnósticas (placas de tórax, análisis de sangre y demás parafernalia).
A las siete en punto, una segunda mujer, joven, calladita también, ha levantado la persiana de metal que daba acceso al mostrador de ingresos y ha llamado al primer paciente.
El pequeño grupo de seres inexpresivos se ha movilizado y ha formado una ordenada cola (el ruido de un alfiler al caer al suelo se hubiera podido oir a cincuenta pasos).
Y mi alma latina, la misma que comparto con Raphael, Celia Cruz (q.e.p.d.), Fidel Castro,Rajoy, Zapatero, Zaplana, Isabel Pantoja, José Blanco, y David Bisbal (entre otros) se ha sublevado.
En la habitación de la enferma había, momentos antes de bajar al quirófano, no menos de veinte personas.
Tras la recepción, la aséptica señorita del mostrador nos ha enviado a otra instancia hospitalaria en donde una chica pizpireta, con el acento áspero del este, gafas de montura color verde fosforito, le ha pasado a M. un test en el que le ha preguntado por todos los pormenores de su vida médica pasada y el desarrollo cotidiano de sus funciones corporales.
Por supuesto, a mí me ha ignorado absolutamente (apenas un breve saludo y un levantamiento de cejas por la sorpresa de mi presencia en aquel acto íntimo).
Tras la chica del test, ha pasado una doctora. Joven, competente, enérgica (otra que me ha multiplicado por cero). Esta chica ha dicho la frase del día.
Preguntado M. a propósito de su grupo sanguíneo y obtenida la respuesta correspondiente, ha dicho la doctora:
Y ahí, me ha matao. Es que ha sido decir eso y pensar yo: “¿Y qué cojones hago aquí?”
Llegado el momento del electro y, puesto que dejaba a M. en tan buenas (y concienzudas) manos, me he ido a trabajar.
Por el camino, yo pensaba que, más que pacientes, las personas que había visto esta mañana parecían los insumos de una fábrica extraña. Ingredientes de un proceso. Y que, lo mismo que los troncos no se inmutan cuando van al aserradero, o los granos de café no sufren mayores alteraciones nerviosas cuando los mandan al tueste, ¿Por qué habrían de ser de otra forma los humanos?
También me he acordado del comentario que hizo mi padre cuando yo expliqué esta costumbre de los aborígenes de ir a los hospitales sin perrito que les ladre. Mesuradamente, como suele, aunque algo escandalizado, dijo el autor de mis días:
Mientras yo pensaba todas estas cosas, Raphael y los demás representantes de mi alma latina, iban meditando detrás de mí,taciturnos, con las manos a la espalda.
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