9 de Agosto.- Ayer leí un análisis muy interesante a propósito de los problemas por los que está pasando últimamente el FPÖ debido a la bocaza de algunos de sus afiliados.
Problemas que le están dando más de un dolor de cabeza al jefe de la ultraderecha austriaca, señor Strache, y que está poniendo a prueba la capacidad de los miembros del partido para ofrecer el frente común que se ha convertido en su imagen de marca.
Decía el politólogo que Strache, a pesar de sus esfuerzos por renovar la cantera, se estaba enfrentando al problema que ya sufrió Haider en los noventa: o sea, una acuciante falta de personas presentables en público (o sea, al asustadizo votante de clase media).
Las causas: mientras que los partidos más “ortodoxos” esto es, socialistas y populares, tienen también un sistema de reclutamiento de miembros también “ortodoxo” y sus miembros provienen, no sólo de las propias juventudes del partido sino de instituciones como las cámaras de comercio y los colegios profesionales, el FPÖ tiene que pescar militantes en aguas en las que los partidos normales consideran peligroso adentrarse.
El resultado es que, a la postre, entran a las filas del FPÖ todo tipo de caballeros de fortuna (Glücksritter, era la palabra que el analista utilizaba) que, al no contar con el barniz doctrinal que garantiza una tranquila carrera de Aparatchik (o sea, Juventudes del Partido, Partido, Poltrona) se descolgaban de vez en cuando con salidas de pata de banco como la protagonizada por el simpar Herr Königshoffer al justificar la matanza de Oslo o al dedicar improperios racistas a los musulmanes.
No sé si mis lectores me siguen.
Los partidos modernos se han convertido en organizaciones que son percibidas por el público como entes piramidales. Esto es: la propaganda se centra al máximo en crear la imagen del candidato, y se da por supuesto que a ese candidato le respaldan una organización y un ideario que, se asume implicitamente, al votante medio no le interesa mucho.
Esta tendencia a jugarse todas las cartas a la jeta más o menos sapiente de un candidato, se vuelve casi suicida en partidos como los de ultraderecha, que llevan el caudillismo en el ADN. En los partidos ortodoxos, si el candidato cae, la institución cuenta con medios para encontrar un recambio con el mínimo trauma posible (y aún así, ya es mucho). En partidos como el FPÖ, si el candidato desaparece (pongamos porque, tras una noche loca, se da una piña con el coche) se produce la desbandada, el frío, el rechinar de dientes y el duelo de machos alfa. Un proceso (este del choque de cornamentas) de muy dudosa salida y que suele dejar muchos muertos por el camino hasta que se produce el acuerdo y los militantes vuelven, prietas las filas, a obedecer a una sola voz.
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