16 de Octubre.- Hace unos meses, una amable lectora, se conoce que algo escocida por mis elogiosas opiniones sobre Austria y sobre Viena, me dejó un comentario en el blog pidiéndome que“dijese toda la verdad” y que “no me dejase impresionar por las bellezas del país”.
La breve e iracunda nota, lo confieso, me dio mucho que pensar.
Llevado por mi universalmente conocidacapacidad de emocionarme con una mata de acelgas ¿No estaría yo dando una imagen deformada de Austria? Es más: ¿No estaría aburriéndose mi audiencia como un rebaño de ovejas merinas?
El otro día, sin embargo, encontré una manera de contentar a esta lectora mía necesitada de las bondades apaciguadoras del Bálsamo Bebé.
Se trata de un programa que, si se viera fuera de las fronteras de esta pequeña república, tendría una fuerza demoledora sobre la opinión que, en el exterior, se tiene sobre Austria.
Se llama Saturday Night Fever.
El espacio, producido por la ATV, copia los formatos más infectos del docusoapamericano MTV Style. Los docusoaps, para quienes no estén familiarizados con la terminología del gremio, son reportajes que mezclan el documental con el culebrón.
De los primeros tienen esa voz en off que, al más puro estilo Felix Rodríguez de la Fuente,le va contando al espectador lo que ya está viendo. Esto produce sobre el televidente ese efecto relajante que siempre tiene que a uno le tomen por ligeramente retrasado y le den la información cortadita en trozos.
Le funcionaba a nuestra madre para que nos comiéramos el correoso filete de ternera de nuestra infancia (ese que siempre se te hacía bola), y le funciona de la misma manera a los guionistas especializados en telebasura.
De los culebrones, los docusoaps tienen los personajes, las emociones límite, a veces en entornos de inteligencia borderline y, sobre todo, un concepto lineal de contar las historias que Homero perfecionó en su Odisea–el primer culebrón de la historia- y que lo mismo sirve hoy para contar la imposibilidad de acceder al paraiso si no se cuenta con un buen par de apéndices mamarios.
En la primera temporada de Saturday Night Fever, se trataba de seguir, cámara en mano, a un grupo de jóvenes lumpen a través de sus batidas nocturnas por lo más profundo de la noche viení. Un universo que incluía borracheras al mismo borde del coma etílico, ligoteos en discotecas de baja estofa e, incluso, los colchones meados en los que las parejas resultantes se entregaban a los furores del amor suburbial. Una especie de cruce salvaje entre Historias del Kronen y Perros Callejeros.
La cosa estaba diseñada para provocar el escándalo de la conservadora sociedad austriaca y para que, cuando el padre o la madre de cualquier adolescente vieran salir por la puerta a sus hijos, se les encogiese la víscera cardiaca imaginándoselos en plena orgía rave.
Como no podría ser de otra manera, SNL fue la comidilla de este país y, los ufanos ejecutivos de la ATV se lanzaron a producir una nueva tanda de documentales amañados a la que llamaron Beach Party, Oida.
Esta vez, se llevaron a los muñecos de su guiñol a algún punto de la costa croata, les proporcionaron alcohol de garrafón en cantidades industriales, pusieron cerca una piscina inflable y, con las cámaras grabando, se sentaron a esperar.
Beach Party es una especie de versión perversa de aquel Verano Azul de Antonio Mercero.Los monigotillos medio borrachetes descubren que siempre se puede encontrar una nueva manera de machacar el idioma de sus padres y le meten al espectador el miedo en el cuerpo si, viendo el programa, le da por pensar que esos mastuerzos tienen no sólo derecho a votar, sino que su sufragio vale exactamente lo mismo que el suyo.
Por último, Beach Party (Oida) ofrece algo que escasea en la tele austriaca: carne (aquí entra en juego la piscina hinchable). Una carne que nada tiene que ver con los torsitos curtidos a golpe de mancuerna de series españolas como El Barco o El Internado sino que tiene el aroma un poco triste de lo que está a punto de convertirse en piel maltratada por la comida barata del Penny Markt o del Lidl. Es el esplendor breve y menesteroso que George Orwell le adjudicaba a “los proles” de 1984.
Eso sí: todo bajo la capa de un supuesto “experimento sociológico” ¿De qué me sonará a mí el tema?
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