31 de Enero.- Una de las cosas que más me llamó la atención cuando aterricé en Viena fue que los habitantes de esta urbe, así como los austriacos en general, parecían ser inmunes a la histeria antitabaco que reina en el resto del mundo.
De hecho, el Gobierno de esta pequeña nación tuvo que sudar tinta china para lograr que se apruebe una ley que no es, ni de lejos, tan restrictiva como la española o la italiana, que está hecha de parches más o menos chapuceros (no todo es paz, amor y harmonía en la aldea pitufa) y que sigue sin solucionarnos, a los que no fumamos, la papeleta de tener que poner la ropa en el balcón a orear después de una noche de marchuqui.
El tabaco, aquí, sigue siendo
a) una cuestión de libertad personal defendida con uñas y dientes por esos mismos redactores del Kronen Zeitung que, si viviéramos en los Estados Unidos, se despellejarían los dedos de teclear que el complemento indispensable de cualquier caballero elegante es un rifle que le permita poder cepillarse a gente disparándole a quemarropa, y
b) Desafortunadamente, una cosa relacionada mayoritariamente con unos números modestos en la declaración del IRPF y, en muchos casos, con otro patrimonio de las clases populares que se atiborran de carne hormonada del Penny Markt: la obesidad.
Asimismo, el tabaco representa para el Estado Austriaco una generosa fuente de ingresos a través de los impuestos y, por lo que parece, el hecho de que unos cuantos miles de ciudadanos cada año se enfunden el pijama de madera debido a su hábito de chupetear colillas, al Estado le chupa un pie.
Peeeeeero (larga e), en los últimos tiempos ha entrado en escena un nuevo ingrediente que es también parte inseparable de la manera austriaca de ver el mundo: la eficacia laboral.
Algunas empresas de este bonito país han hecho una prueba parecida a aquellos anuncios de Micolor en los que dos payasos hacían un estriptis idiota y lavaban sus uniformes con, y sin el detergente que quita las manchas, pero respeta los colores.
Así, han cogido a dos trabajadores: uno adicto a la nicotina y otro con los pulmones como una patena y les han puesto a hacer la misma labor. Pongamos, a apretar tuercas en la cinta de una cadena de montaje.
Rascándose la coronilla, los jefes han comprobado, sorprendidos que, el que fuma, no aprieta tantas tuercas como nuestro saludable amigo de los pulmones rosaditos, porque el malvado fumador hace pausas para consumir dosis de su droga. Unas pausas que, obviamente, y como escribiría un comentarista económico borracho de jerga “inciden negativamente” en su rendimiento.
Solución: han decidido que, el que fume, que lo haga si le da la gana, pero no en tiempo pagado por la empresa. Así, han obligado a los trabajadores a descontar sus chuperreteos de humo de su jornada laboral por el expeditivo método de forzarles a fichar cada vez que abandonen su puesto de trabajo para dar unas caladas.
A los trabajadores no fumadores, les han vendido la motocicleta de que los enganchados al humo que produce la combustión de las hojas secas de la Nicotiana Tabacum son unas personas malísimas, que utilizan su tiempo de fumar para escaquearse del curro. Como el ser humano está siempre dispuesto a creer que la maldad reside en los otros, los trabajadores que no abusan del tabaco han aplaudido la medida, han mirado a los otros con una amplia sonrisa y han pensado “ahora que se jod…Digo, que se fastidien” ; los fumadores, naturalmente, hubieran dicho algo, pero a ver quién se arriesga a perder su sueldo.
Yo soy profundamente antitabaco (de hecho, lo prohibiría radicalmente en los sitios cerrados, sin mariconaditas de mamparas ni nada) pero también me doy cuenta de que este tipo de medidas van siempre a por el mismo tipo de gente: a por el pobre al que la empresa tiene agarrado por una nómina mísera y que no se puede defender.
Los ejecutivos, en cambio, podrán seguir fumando como chimeneas sin que nadie les pida cuentas. Y eso, francamente, me fastidia.
La igualdad no reside en que todos seamos camaradas, sino en que todos seamos excelencias ¿Verdad?
PARA SABER MÁS: Una amable lectora, que responde a las iniciales L.E. me envió hace algún tiempo este link en el que se pueden ver los locales para fumadores y para no fumadores que hay en Austria. Se llama, con precioso y eufónico nombre Da Stinkt Es Net (Aquí no apesta).
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