1 de Febrero.- Querida Ainara: Jim Henson fue un célebre marionetista estadounidense que murió –desgraciadamente- demasiado pronto (a los cincuenta y cuatro años).
En una época, los sesenta y los setenta, en la que los Estados Unidos de América se debatían entre Janis Joplin y las bragas de cuello alto de la señora Nixon, Henson encontró una forma (solo) aparentemente inocente de burlarse de lo establecido y de propagar una serie de valores progesistas entre los que, seguramente, él sabía que eran el futuro de la Humanidad: los niños.
Como suele suceder, a la muerte de Henson, su empresa, la Jim Henson´s Creature Shop, fue absorbida por la Disney y, por lo tanto, preparada para crear productos de consumo masivo. Los Teleñecos (The Muppets, en su versión angloparlante) se fueron alejando discretamente de la carga subversiva que Henson había sabido imprimirles y terminaron convertidos en una franquicia que, cada cierto tiempo, despacha una película de las que ver el sábado por la tarde con los niños, delante de un buen cubo de palomitas y una bebida dulzona que sería la pesadilla de cualquier nutricionista sensato.
Antes de morir, sin embargo, Jim Henson creó lo que yo creo que es el producto más destilado de la contracultura y el hippismo: The Fraggles (los Fraguel, en castellano).
Los Fraguel era una serie cebada de profundidad que, como sucede con los grandes clásicos (Pinocho, Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas) pronto fue despachada por la casta de los poderosos con la despectiva etiqueta de “producto para niños”; sin darse cuenta de que Henson, con sus muñecos, tiraba con más bala (y con más inteligencia) que una canción de Extremoduro –bueno, no es difícil-.
Cada vez que los Fraguel tenían un problema –cosa que sucedía una vez por episodio, más o menos- arriesgaban sus pequeñas vidas para llegar a la que consideraban la fuente de toda la sabiduría: La Montaña Basura.
Por su ancianidad, la Montaña Basura lo había visto todo, y terminaba dándoles a los Fraggel unos consejos ambiguos que, más que demostrar que era sabia, demostraban que, en realidad, era descreida y escéptica sobre las posibilidades de mejora de los inocentes Fraggel.
Leyendo estos días los periódicos, me acordaba yo de la montaña basura, de Fragglerock y de Jim Henson.
Pronto hará tres meses desde que Mariano Rajoy ganó las elecciones. Pronto, bueno, ya, tendremos que dejar de escribir El Nuevo Presidente Del Gobierno, para dejarlo, a secas, en Presidente, sin novedad.
En mi opinión, gran parte de los españoles se encuentran, a estas alturas, bastante perplejos.
Años –y no es exagerado- de tertulias iracundas, faltonas y deslenguadas, les habían convencido (aunque fuera en el inconsciente) de que, una vez derribado Zapatero I el Terrible (o el gafe), se extendería una beatífica paz por todo el Territorio Nacional, las aguas regresarían a sus cauces, los bloques de pisos volverían a florecer, los Alcántara de Cuéntame votarían de nuevo a Alianza Popular –los Alcántara, al fin y al cabo, nacieron como personas de orden- y un buen número de tertulianos con un bagaje retórico que bebía directamente en las fuentes de Fuerza Nueva o Democracia Nacional, se irían al paro de cabeza (ya se sabe que, contra todo, vivíamos mejor).
Los españoles –desde Viena se ve claramente- esperaban de Mariano Rajoy que fuese la Montaña Basura de su Fraggelrock particular y que, de su boca, brotasen espontáneamente las soluciones. En vez de eso, el presidente del Gobierno practica un mutismo algo menos granítico que aquel al que el anterior inquilino de la Moncloa nos tenía acostumbrados y (oh, alivio) cuando pensábamos que los canales criptofachillas tendrían que cerrar debido a falta de pescado para vender, los tertulianos han encontrado otro enemigo a batir, ya que consideran que Mariano Rajoy no sólo no es locuaz, sino que no es lo suficientemente resolutivo en la tarea de machacar al oponente (oponente que, por otra parte, no necesita que lo machaquen porque ya está bastante machacado).
Me pregunto qué diría la Montaña Basura de todo esto…
Besos de tu tío
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