7 de Marzo.- Querida Ainara: una de las fuerzas que, afortunadamente, cambian de cuando en cuando la faz de la civilización, es la extensión más o menos rápida a todo el mundo de privilegios que antes sólo pertenecían a las élites intelectuales.
No hace falta irse muy lejos: está pasando ahora mismo, ahí fuera.
La generalización del uso de internet ha supuesto que todos pasemos de ser consumidores pasivos de cultura (entendida lato sensu) a ser productores de contenidos. No sólo para nuestras amistades, sino también para un mundo entero de desconocidos (este blog es un ejemplo clarísimo).
Y, por lo mismo, en ese mundo igualitario de internet, en el que reina la horizontalidad con todas sus ventajas pero también con todos sus inconvenientes, no parecen tener mucho sentido las distinciones que reinan en el mundo analógico. Así, Pepito Pérez tiene el mismo derecho a colgar contenidos en la red que, pongamos, Warner Music. La cultura se va convirtiendo, a marchas forzadas, en un procomún.
¿Es esto maravilloso? No es el propósito de esta carta analizarlo.
Aunque de pasada diré que, utopías perrofláuticas aparte, la cultura necesita dinero y recursos para crecer. Porque la cultura, por definición, es la adoración de lo supérfluo. Y lo supérfluo, es lujo. Y el lujo, Ainara, nos guste o no, es una planta frágil que solamente crece cuando hay recursos de sobra.
Naturalmente, pongamos a Warner Music, lo mismo que a las élites que rechazaban la aparición de la imprenta, eso de ser igual que Pepito Pérez en la producción y distribución de contenidos por la red, le está sentando fatal. Rápidamente ha acudido al Gobierno (igual que la Iglesia, antaño, cuando a Gutenberg se le ocurrió lo de los tipos móviles) y le ha pedido que haga Leyes Antipiratería. Pero Ainara, seamos realistas: las leyes antipiratería, en su forma actual, son igual de eficientes que intentar tapar una manguera con un dedo.
En fin.
Sin embargo, estos impulsos democratizadores de lo bueno no siempre se producen ligados a avances técnicos. Ahora que la religión está tan de capa caída, quizá habría que recordar el gran avance que supuso, en el mundo occidental de finales del siglo primero y principios del segundo de nuestra era, la aparición del cristianismo.
La extensión de la doctrina cristiana –pervertida luego de mil formas hasta llegar al patchwork actual- trajo, en mi humilde opinión, tres avances tan importantes como el de internet: a saber:
–La pulverización de las barreras sociales (en el primer cristianismo, el patricio era igual que el esclavo: igualados todos en el reconocimiento de la propia mortalidad, de la propia falibilidad, pero también en el de la solidaridad mútua). Luego, ya se sabe: todos los animales son iguales, pero unos más iguales que otros.
–El otorgamiento de un estatuto de personas a las mujeres pero, sobre todo, a los niños (en el mundo romano los niños, hasta que alcanzaban la primera adolescencia eran poco menos que cosas: por ejemplo, en Roma, no estaba mal vista la prostitución infantil; cuando Jesucristo, en el Evangelio, dice lo de “dejad que los niños se acerquen a mí” hay que interpretarlo en esta clave y no en la meapilesca que preconiza la Iglesia actual).
-La extensión, por defecto, de algo que, hasta entonces, sólo practicaban las élites culturales: los filósofos. Esto es: la introspección, el echar una mirada sobre los propios actos y reflexionar sobre ellos. En una palabra: el exámen de conciencia.
A pesar de todos los pesares (que han sido y siguen siendo muchos) para mí esta es la contribución más importante del cristianismo, en sus variantes, al bienestar de la Humanidad. Durante dosmil años (bueno, mil novecientos y pico) la gente se ha sentido en la obligación de pararse y pensar sobre sus actos (para contárselos al cura pero, primero, para reflexionar de manera crítica sobre ellos).
Sin embargo, Ainara, la fuerza de la religión (en nuestro entorno, del catolicismo) se va disolviendo muy deprisa; y, si bien, con esa disolución desaparecen bastantes cosas malas (un concepto viciado de las relaciones sexuales, el oscurantismo, la tendencia de una élite a ostentar el monopolio de la Salvación, la insistencia perversa en un boato y un lujo que Jesucristo nunca quiso) también desaparecen otras cosas muy buenas como este hábito de examinar las propias acciones desde un punto de vista crítico y ético.
Y es una pena.
Por causa de este blog, recibo todos los días muchos correos de gente, Ainara, que simplemente NO PI-EN-SA. Que no repara en las consecuencias de sus propias acciones. Que no es capaz de proyectar ni hacia el futuro ni hacia el pasado la atención de su intelecto. Las nuevas generaciones crecen sin eso, porque, desaparecida la ética cristiana como motor formador del pensamiento, no hemos sabido construir nada igual de eficaz que la sustituya.
Y, repito, es una pena. Y un riesgo que pone los pelos de gallina.
Espero que consigamos inculcarte entre todos una habilidad que es fundamental para llevar una vida decente pero, sobre todo, feliz: la de pararte a pensar en lo que haces.
Besos de tu tío.
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