1 de Septiembre.- A pesar de que, generalmente, las relaciones entre los dos partidos que gobiernan este país se desarrollan en un tono armonioso, hay algunos temas en los que se parecen a aquel monstruo de dos cabezas que había en Barrio Sésamo. Un solo cuerpo y dos cerebros que casi nunca se ponían de acuerdo.
Estas diferencias de criterio provocan pequeñas grandes tormentas en ese vaso de agua que es la política de un país que, básicamente, va bien (sobre todo, si se compara con otros de su entorno; hoy se ha sabido, por ejemplo, que Eslovenia se encuentra al borde de la bancarrota; éramos pocos y…pues eso).
Una de estas tormentas, con sus fases guadianescas de aparición y desaparición, es la que durante dos años ha enfrentado a socialistas y populares a propósito del modelo de ejército que EPR (Esta Pequeña República) quiere para el futuro. Los socialistas están por una profesionalización de la defensa. Los populares, conforme a su querencia congénita por lo estable, quieren mantener las cosas tal y como están o, a lo sumo, que haya un cambio superficial que deje las cosas tal como están ahora.
La contienda ha durado dos años y ha estado a punto de llevarse por delante al ministro de defensa austriaco, Sr. Darabos, el cual ha tenido, por estas y otras razones, serios agarrones con la cúpula militar austriaca.
A nadie se le oculta que una profesionalización del ejército es necesaria por dos razones: a) en el caso de producirse un conflicto –Dios no lo permita- en un contexto, como el actual, en el que las guerras tienden a hacerse con maquinitas, los reclutas actuales serían carne de cañón y b) en tiempos de paz como los que gozamos, la ocupación del ejército austriaco es, básicamente, servir de fuerza de choque en áreas donde se han producido catástrofes, un cometido al que tampoco parece prudente mandar a críos de dieciocho años.
Sin embaro, el cambio de modelo (profesionalización, menos oficiales, modernización de medios) presenta también un grave problema que, paradójicamente, radica fuera del propio estamento militar. Aquellos jóvenes que no quieren empuñar las armas, tienen que hacer en la actualidad un servicio social, mucho más serio en sus términos que el que yo hice en España. La abolición del servicio militar conllevaría, lógicamente, la desaparición de estos “servidores sociales” (“Zivis”, por Zivildiener, en el argot). Pues bien: tanto Cruz Roja, como Caritas, como Diakonie, ya han alertado de las dificultades que tendrían para mantener el nivel actual de servicio si tuvieran que funcionar solamente con los mozos de reemplazo que, actualmente, conducen las ambulancias, acarrean enfermos de un lado para otro o acometen mil y una tareas vitales para la marcha diaria de estas organizaciones.
El SPÖ propone “un año social voluntario”, cosa que, los que sabemos más por viejos, podemos imaginarnos cómo acabará.
En cualquier caso, está previsto que, ante la falta de acuerdo de los dos partidos coaligados en el Gobierno austriaco, sea el pueblo el que decida, dándole por fin una solución al contencioso. En referendum, los electores tendrán la oportunidad de pronunciarse sobre qué les provoca más: un ejército compuesto de reclutas y con menos oficiales o un ejército profesionalizado que, indirectamente, adelgace (o encarezca) el sistema de protección social austriaco.
La solución, después de los turrones.
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