A la hora en que estoy publicando esto, llevan varias horas dando vueltas por las televisiones austriacas las imágenes de las manifestaciones de ayer en la Plaza de Neptuno de Madrid. La tónica general es relacionarlas con los disturbios motivados por la huelga general en Grecia.
Aunque lo demoledor está por llegar: en el telediario de la noche, el inefable Sr. Manola –corresponsal de la ORF en Madrid, del que se podría decir lo mismo que dijeron de George Orwell en la guerra civil: es el observador más desinformado de la realidad más imprevisible- dará su valoración de las manifestaciones, y probablemente tratará de convencer a los austriacos (turistas potenciales) de que España se encuentra conmocionada por disturbios que prometen ir in crescendo. Venga, que no decaiga.
26 de Septiembre.- Querida Ainara (*): hace mucho que no me ocupo de España en las cartas que te escribo. En parte, porque ocuparse de temas desagradables siempre da pereza, y en parte porque, cada vez más, tengo la sensación de observar la realidad española con la misma tristeza que los muertos deben experimentar cuando les ponen delante la realidad de los vivos. Una realidad con la que no pueden hacer otra cosa que sufrir por ella.
Para mí está claro que, en estos momentos, la deriva que está tomando España es muy parecida a la vida de un conocido de nuestra familia: de él decimos que todos sus problemas se solucionarían con 1200 euros al mes. Traduce a millones de Euros y tendrás la solución para el país en el que vives.
Mientras en España flotó en el aire la sensación de que Europa estaba viviendo una celebración y que los celtíberos éramos inmensamente ricos –una sensación ficticia, porque se basaba en la certeza falsa de que nuestro piso tenía un valor que nos permitiría ser felices para siempre- a nadie se le ocurrió la idea de sentarse a someterlo todo a votación en la Puerta del Sol.
Y todos, mientras conducíamos nuestro segundo coche camino del apartamento en la playa o le pagábamos su sueldo a la mucama sudamericana, no podíamos concebir que llegaría el día en que decidiríamos, como ayer, rodear el Congreso de los Diputados a la vuelta del banco de alimentos.
Claro es que, en esos tiempos de bonanza, la mayoría de los españoles también anduvo corta de otras ocurrencias.
Por ejemplo, no se les ocurrió invertir en formarse para cuando las vacas vinieran flacas (a España le cabe el dudosísimo honor de ser el país con más jóvenes que ni estudian ni trabajan). De ahorrar, no hablemos. Y, por supuesto, muy pocos ciudadanos utilizaron su sagrado deber de fiscalizar la labor de los políticos cuando “los hunos” decicieron crear un modelo de riqueza cortoplacista que no podía durar, y “los hotros” decidieron vendernos a todos que España, según la feliz expresión, jugaba en la “championslig” de los países.
Naturalmente, es una putada decirle a un fumador que se está muriendo que las metástasis son culpa suya, así que los políticos españoles están, según parcelas, buscando su sistema para NO decirle a los españoles la triste, desoladora y granítica verdad: que el país, en estos momentos, es un motor económico próximo a griparse, que carece de un modelo productivo eficaz que pueda crear la riqueza que garantiza el nivel de bienestar al que nos habíamos acostumbrado, y que carecerá de él (del modelo y del bienestar) mientras el capital humano español no se forme, no se modernice, y no asuma una cultura del trabajo que incluya el esfuerzo y la excelencia (y, muy importante: hasta que los jefes españoles no asuman que es menos importante el tiempo que un tipo se pasa sentado a su mesa que el trabajo que saca adelante).
Los políticos nacionales, con el presidente a la cabeza, simplemente no hablan. Los políticos autonómicos (el presidente de la Generalitat ocupando un lugar estelar por derecho propio) han decidido, como los escolares malos, prolongar el sufrimiento haciendo creer a sus votantes que el profesor les tiene manía y que, más que por su absoluta incompetencia, el actual estado de cosas se debe a la ancestral vesania explotadora del Estado Central.
¿Y el ciudadano? ¿Qué pueden hacer los ciudadanos normales, de la calle, qué podrás hacer tú? Yo no tengo dudas: fomentar otro modelo de estar en sociedad. Crear verdaderos cauces de participación en las instituciones (que incluyan formas de pensamiento más sofisticadas que la cacerolada, me refiero). O, simplemente, utilizar los que ya existen. España, al contrario de lo que dicen los promotores de la protesta del Congreso, no es una república bananera. La ley arbitra suficientes posibilidades para que los ciudadanos hagan oir su voz. Porque, ¿Cuántos de los que se manifestaron ayer son militantes de algún partido? Auténticos, me refiero, no de los que utilizan la estructura del partido para huir de la realidad del mundo laboral ¿Cuántos tienen el carnet de un sindicato? ¿Cuántos aportan su labor en las asociaciones vecinales? Soy consciente de que estas palabras son muy duras, Ainara, pero me da la sensación de que mucha de esa gente que se manifestaba ayer, y muchos de sus turiferarios y corifeos en los medios –de masas y de minorías- no se han enterado todavía de qué va la película (la de la vida, en general).
Y eso me cansa.
Y me enfada.
Como todos los despilfarros.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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