La retirada de Benedicto XVI ha suscitado reacciones en todo el planeta. Austria no ha sido una excepción pero con algunos matices dada la nacionalidad del protagonista de la noticia.
11 de Febrero.- Hoy, se ha conocido la noticia: Benedicto XVI se retira. Yo, cuando me he enterado, me he imaginado inmediatamente un episodio de Celebrities, de Muchachada Nuí:
-Hola, soy Benedicto XVI, el de Roma; y mira, que sois tós unos cansinos, que me retiro, que lo dejo. Que estoy harto de que me hagáis hacer la pijá esa del tuiter y de que me comparéis con el emperador de la Guerra de las Galaxias. Hala, que hasta aquí hemos llegao.
En Austria, la noticia ha caido como una bomba, como en todas partes. Pero, naturalmente, dada la rivalidad que existe entre el país de orígen del protagonista de la noticia y este que me acoge, uno hubiera podido jurar que, en todos los informes a propósito de la retirada de Benedicto equis-uve-palito, había un poquitín de recochineo. Que sí, que una decisión valiente, que si una revolución en la Iglesia (pero, por detrás, juás juás juás, que ponéis un papa en la silla de Pedro después de mil años y va y os sale amariconao).
Mala que es la gente, vaya.
Por supuesto, en un país tan católico como Austria (mucho más católico que España, por mucho que los aborígenes nos imaginen a los españoles todo el santo día rogándole a Dios y dando con el mazo) ha habido programación especial en la ORF, para hacer un poco de Sálvame a costa de la noticia.
Una Runde Tisch improvisada con Ingrid Turnher la simpar, en primer lugar.
Han salido los de siempre. Los opusinos de costumbre (o criptoopusinos) por un lado y luego, los otros; los sacerdotes de la alianza rebelde –los que se le pusieron díscolos a Benedicto- y los teólogos más o menos progresistas que dicen (y yo opino que con razón) que la Iglesia Católica, madre nuestra, necesita empezar a ser más madre y menos madrastra. Que necesitamos un Papa que empiece a mover las cosas para que comportarse como dice la Iglesia no convierta a las personas en extraterrestres con un código de conducta anclado en el Pleistoceno superior (con suerte). Una Iglesia que haga de los sacerdotes personas normales como cualquier particular, que no tengan que decirle a la gente que prefieren tener a la empleada de hogar en casa por si les hace falta un vaso de leche caliente a medianoche –sin segundas- y que no necesiten fantasear con los efebos (en el mejor de los casos, en el peor, meterles mano directamente) o con Lady Gaga, porque tengan una familia lógica, con su mujer y sus niños. O sea, y siguiendo la doctrina Suárez, convertir en normal lo que en la calle es normalísimo y sanísimo, por otra parte.
Tras la Runde Tisch, el incisivo Armin Wolf (lo acabo de ver) con una pieza en la que, en una excepción casi tan revolucionaria como la retirada del Papa, se ha recabado la opinión del Pueblo (aquí, al contrario de lo que sucede en España, no se estila lo de “sacar nuestras cámaras a la calle” y preguntarla a la señá María lo que piensa de que en invierno nieve).
En el clavo ha dado una señora vienesa (que no se llamaba María, pero tenía cara de llamarse Helga), la cual ha dicho:
–El Papa este a mí me ha parecido muy bien, muy listo y eso. Pero tenían que coger esta vez a uno más joven, y no siempre a uno que estuviera malo, para que nos durase más –pesa en el recuerdo, aún a riesgo de ser irrespetuoso, el pontificado de Juampa dospalitos, que daba lástima ver el espectáculo inhumano de aquel pobre señor agonizando durante años, dopado y atiborrado de zumo de papaya –que parece ser que es un medio infalible contra la degeneración neuronal que produce la edad incluso en las personas a las que el buen Dios ha elegido para ser infalibles.
Después, entrevista al cardenal Schonborn: supuestamente el menos papable de entre los papables. Schonborn ha estado defendiendo un poco al todavía Papa (durante los sucesivos reportajes y balances, al pobre Ratzinger Z le han caido de todos los colores: desde que era un blandurrio que ha dejado que se le subiese la Curia a las barbas, hasta que estaba más preocupado de escribir libros que de dirigir la Iglesia). El purpurado austriaco, con su delicadeza habitual y la inteligencia que le hace admirable (en serio), no ha hecho leña del árbol caído, y ha destacado los perfiles más presentables del personaje. Lo profundo de su doctrina, lo sabio de su palabra, lo afilado de su pensamiento. Aunque ha tenido que reconocer que mano izquierda para dirigir la Iglesia, ha tenido poca.
Por último, ha recalcado que la elección del Papa (del próximo) no es un asunto político, sino una labor de intepretación de los dictados del Espíritu Santo. Amén.
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