En estos momentos, el canciller de la República Austriaca, Sr. Faymann disfruta de la hospitalidad del Gobierno español.
29 de Mayo.- Querida Ainara (*): mientras te escribo esta carta, el canciller de la República Austriaca, Sr. Bernard Faymann, está disfrutando de la hospitalidad del Gobierno español. Ha volado al sur de Europa, según la prensa local (austriaca) “para enseñar a los españoles” (sic) recetas contra el paro juvenil.
No se sabe si pretende exportar el exitoso modelo austriaco de educación de la juventud o bien si son los españoles los que le han llamado para que les explique un poco de qué va a el cotarro por estas faldas de los Alpes.
En ambos casos, la verdad es que no es previsible que el intento vaya a tener éxito a corto plazo.
El cáncer de la alta tasa de desempleo juvenil en España tiene dos causas principales: de un lado, un sistema educativo completamente obsoleto, del cual los chavales –y lo digo por propia experiencia- salen absolutamente ayunos de preparación para la vida laboral.
No vamos a hablar de las escalofriantes tasas de abandono escolar, ni del bajo nivel general –y del fracaso sostenido de todos los Gobiernos, todos, en intentar levantarlo- sino de una Universidad que ha perdido por completo de vista lo que debe ser la Universidad en una sociedad moderna y desarrollada: principalmente, un vivero de personas creativas, de investigadores inquietos, lo cual es tanto como decir el elixir de la eterna juventud de una industria sana, flexible y competitiva.
Un ejemplo de esto, por ejemplo, lo tenemos en la industria automovilística. En Alemania, los gigantes de la automoción colaboran (económicamente) con la Universidad en la generación de nuevas patentes, y compiten en la “caza” de las mejores cabezas de cada promoción. El resultado es que la industria de la automoción alemana está siempre a la cabeza de la innovación, lo cual es lo mismo que decir a la cabeza de la creación de valor añadido en sus productos que luego pueden exportar imponiendo precios que hacen máximo el beneficio.
En España, en cambio, importamos la innovación de fuera y tratamos a nuestros ingenieros y a nuestros científicos como parias hasta que se van al extranjero, en donde, ahí sí, aprovechan su potencial. Las compañías de automoción españolas no son ya españolas más que en los nombres (SEAT, por ejemplo, pertenece a Volkswagen desde hace años). El resultado es que somos dependientes completamente de factores exteriores. Si alguien decide que nuestros costes no son competitivos, se lleva la factoría pongamos a Marruecos sitio y hale: un par de miles de personas a pasar los lunes al sol.
Y esto se agravará en el futuro, naturalmente.
En los países desarrollados vamos hacia una enconomía muy intensiva en el uso de la maquinaria (solo un dato: en Wall Street, el 60% de las operaciones ya las realizan robots). Esto quiere decir que solo obreros muy cualificados van a tener oportunidades de acceder a trabajos que les garanticen un mínimo bienestar (lo que antiguamente se llamaba una vida de clase media). Lo cual es lo mismo que decir: bienvenidos a la era del subempleo y del trabajo basura para el resto de los que no se hayan formado suficientemente.
Otro factor que, bajo mi punto de vista, es el culpable del bajo empleo juvenil español es mucho más grave, si cabe, porque reside en la mentalidad: en España la formación profesional está enormemente desprestigiada. En mi época, por ejemplo, todo el mundo quería ir a la Universidad. No solo porque se consideraba que ofrecía unas posibilidades más laborales más rentables (al fin y al cabo, Ainara, unos estudios son, ante todo, una inversión, y el que piense otra cosa vive en los mundos de Yupi), sino porque socialmente una educación universitaria era practicamente imbatible desde el punto de vista del prestigio social.
Para que todo el mundo pudiera acceder a la Universidad –en mi juventud, esto se consideraba muy progresista- se bajó el nivel –ver primera parte de esta carta- de manera que España está llena de (sin ánimo de faltar) filólogos de lenguas ignaras, abogados o fisioterapeutas que, o bien se comen los mocos, o bien trabajan de teleoperadores.
Para explicarte la situación en Austria, pondré un ejemplito: ahora mismo le estoy enseñando español a un muchacho majísimo que se llama J.; J. está haciendo una formación profesional en la rama de hostelería.
Este verano, cuando se acabe el curso, J. empezará a hacer prácticas –pagadas- en uno de los hoteles más lujosos de Viena. Se convertirá en un Lehrling (aprendiz). Sus jefes serán supervisados para que sus prácticas tengan un auténtico propósito formativo y para que J. no se convierta, como tantas veces pasa en España con los becarios, en mano de obra barata.
J., por su parte, se siente reconocido y valorado por la sociedad, ya que en Austria la formación profesional se considera una salida muy digna para los jóvenes (y las jóvenas) y no está estigmatizada de ninguna manera. Tendrías que ver con qué orgullo y con qué mimo me sirve un café cada vez que nos sentamos a aprender español, cuidando, como solo puede hacerlo un austriaco, de que cada detalle sea perfecto. Intentando progresar en su trabajo y hacerlo cada día mejor.
Cuando J. acabe sus estudios, si es bueno (que lo es) encontrará un empleo digno, porque habrá recibido una formación de acuerdo con lo que el mercado laboral demanda.
Si yo puedo desear algo, ese algo es que a ti te anime siempre ese ánimo de mejorar y de hacer tu trabajo cada día mejor, de formarte y de ser cada día una mujer más capaz y más dispuesta de afrontar retos.
Muchos besos de tu tío,
(*)Ainara es la sobrina del autor
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