Hoy, Viena Directo tiene un contenido mucho más especial y quizá más íntimo que otros días. Mientras me voy a ver mercadillos de navidad, dejo a mis lectores con una selección de sonetos de amor. Espero que les gusten.
16 de Noviembre.- El otro día, en este post, mencioné que, con intervalos, entre la mitad de los noventa del siglo pasado y los primeros años de este siglo, compuse una cantidad de sonetos de amor (y de no tanto). Mi intención hubiera sido, alguna vez, juntarlos en un libro, pero siempre me parecían demasiado pocos y, como solo escribo poesía muy de vez en cuando, la verdad es que no avanzo mucho en la tarea de juntar bastantes para hacer un volumen.
Hasta el año pasado, nadie los había leido y no fue hasta que publiqué el dedicado al Teide, con ocasión de mis vacaciones de invierno del año pasado, que le pasé unos pocos a mi hermano. Parece que le gustaron, y me dijo que por qué no los publicaba, que era una pena que se quedasen sin que nadie los viera.
Con ocasión del post del otro día, una lectora (amabilísima, como todos mis lectores) me dijo que igual sería el momento de compartir los sonetos con otra gente.
Publico aquí nueve de ellos y, si gustan, igual publique más.
Al final, hay un clip de audio en que los recito. Creo que no ha quedado mal tampoco.
Espero que os gusten y os sirvan para pensar también en vuestros amores. Porque la poesía, una vez se entrega al aire (o sea, a los bits, en este caso) ya no es del autor, sino de quien la necesita.
Idaho la larga de caminos solitarios
Idaho la tierra humilde de la fantasía,
Idaho la de la luz, la de la penumbra fría,
Idaho la de los movimientos planetarios.
Unos ojos verdes se abrirán en Idaho
y cerrarán los del tiempo y su falsía
y sus pestañas serán la celosía
que abra Idaho a los cantos milenarios.
Oscura flor abierta sin pecado,
Idaho secreto que se cierra,
campo de mi soledad, huerto colmado,
espita por la que se va mi sangre yerta.
En canal como un libro abandonado,
Idaho la de la memoria abierta.
No sé de quién recuerdo mi pasado,
pero soy yo quien vive con tu ausencia.
Fue otro quien vivió con tu presencia,
y otro el que vivió de amor colmado.
Un ser ajeno a ser abandonado
que jamás salió de su inocencia.
Un reo que no supo su sentencia
hasta despues de ser ejecutado.
Otro que su vida me ha prestado
me dejó tu marcha por herencia,
y ahora administro su legado
y puedo saber cuanto te ha amado,
viviendo la cruel reminiscencia
de todo lo que tras de sí ha dejado.
Cuando tú faltas, Hugo me hace compañía.
(Qué suerte que Boss inventara esa fragancia)
Aunque te fueras para siempre, volverías
a impregnarlo todo en las noches solitarias.
Cabalgando ese aroma para siempre mía
anularías por completo la nostalgia
Por la eficaz y simple metodología
de oponer a su constancia, tu constancia.
Cuando no estás, tu aroma me hace compañía
y a mis pies se enrosca desnutrida la tristeza.
El frío, la distancia, la melancolía…
Parece que tu ausencia hasta mentira sea.
Con Hugo resulta la cama menos fría
y más cercano el minuto de tu vuelta.
Vela dorada que volando llama,
dos homoplatos contentos y educados
de fresca voz y ritmo acompasado
bajo la seda tersa de tu espalda.
Mi cuerpo dejarán, no su cuidado
médulas que tan gloriosamente ardan
cuando avance lenta mi mirada
por esta tibia noche de verano.
Date la vuelta, gira como astro
que quiero ver el universo entero
sobre la curva cierta de tus flancos.
Limpio monte yéndose hasta el llano
nardo de oro de mi amor cortado
es la espalda que la noche y yo adoramos.
La noche invernal envuelta en llamas
enjoyas con fugaz jazmín de fuego
con un lento, hermoso movimiento,
que el ritmo de los astros acompasa.
Porque, inclinándote a cubrir la llama,
salvándola del roce de mi aliento,
detienes la fuente de tus besos
y la paciencia en el placer reclamas.
¡Cuánto durará este cigarro eterno!
Cuándo pasará el hielo por la llama,
cuándo, que mi vida ya reclama
un mar para ahogar mi sed de besos.
Cuándo, cuándo encontrará ese ascua
su fin contra el azul del cenicero.
Quiere mi corazón la paz basáltica
Del cielo que en tu cima se detiene.
Tu ascesis, que en lo oscuro esplende
Bañando el alma de blancura antártica
Quiere mi vida ser la flor catártica
Del roquedal que de los magmas viene.
Quiere que la dura luna la encadene
Al mineral de floración fantástica.
¡Quién fuera tú, de los siglos respetado!
Dios, piedra que en la piedra su ancla tiene.
Teide: monarca impasible y milenario.
Breve, mortal, todo cuitas y cuidados
Cualquier hombre, a tu lado, empequeñece.
Rastro de lágrimas sobre el yermo alucinado.
Dormiré el tiempo que estemos separados.
¡Chist! Que nada ni nadie me despierte.
Sea mi sueño más opaco que la muerte,
negro sea como voz de condenado.
Permaneceré, quieto en mi soñar varado,
esperando el día en que regreses;
y soñaré con brillantes tallos verdes
que suban hasta el cielo iluminado.
Dormiré: seré del sueño dulce esclavo
por no contar las horas largas como muertes,
horas hechas de minutos alineados.
Dormiré: obediente y asombrado.
Por ti: sin que nadie me despierte.
Para no notar que te fuiste de mi lado.
(Tan sólo basta una mirada
para que todo se encienda
para que un puente se tienda
y todas las puertas se abran)
Tu dedo exploraba el mundo de los mapas.
Señalaba ríos azules, selvas esmeralda,
lentos trenes rojos que recorren las sabanas
y gacelas de tinta que otean y pastan.
(Y la tarde de invierno tras de las ventanas
mirándonos acariciar la geografía,
a la luz incierta se asombraba)
Que estando mirada, selvas, mapas,
apagándose la tarde negra,
nuestro amor entero se incendiaba.
Allá donde el valor del angel cede
en llama doble cercada de peligro
habita el canto duro de un cuchillo
como enigma que el mundo nos ofrece.
Abril que espalda cede a mayo breve
primavera oculta de frondor sencillo,
fantasía dulce que goloso espío,
como espía el niño el juego que no tiene.
Qué gozosa, qué gemela, qué evidente,
la undosa simetría del fuego dividido
donde la vista inerme se detiene
a contemplar la fuga del bandido
que la calma roba y el correr detiene
del tiempo para siempre suspendido.
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