Esta semana, el miércoles cae en lunes. Quien quiera informarse de la situación en Austria sobre el aborto, sobre todo por comparar y poder comprobar cuánto nos aleja la nueva ley de Europa, puede pinchar en este link. Lo que sigue es mi posición personal. Será el último artículo con chicha de 2013. Así pues, pasen y lean.
30 de Diciembre.- Querida Ainara (*): sé que hoy es lunes, y que normalmente te escribo los miércoles, pero esta va a ser una semana especial. La del cambio de año, o sea. Mañana, como todos los 31, será un día tontísimo y el día 1 estaremos ocupados con el concierto de Año Nuevo.
Hoy te quiero hablar de un asunto que te puede afectar especialmente, por dos motivos fundamentales: porque eres mujer y porque es un ejemplo perfecto de cuando un Gobierno se olvida de su misión fundamental, que es la de legislar para todos, y se convierte en rehén (gustoso, creo, en este caso) de unas creencias religiosas que, en la práctica, sólo son patrimonio de una minoría muy pequeña, muy radical (muy ruidosa, eso sí) de españoles.
Me estoy refiriendo a la modificación (que será la tercera desde que vivimos en democracia) de la conocida popularmente como Ley del Aborto.
Mi postura
Antes de seguir, quisiera dejar clara mi postura: NO ESTOY A FAVOR DEL ABORTO Y CREO QUE DEBE SER SIEMPRE EL ÚLTIMO RECURSO, pero creo también que la realidad del mundo en que vivimos exige que los Gobiernos regulen esta cuestión, de manera que se eviten en lo posible las diferencias de trato entre mujeres de diferente extracción social y se den todas las garantías de una atención sanitaria decente e igualitaria a todas las que se enfrenten a un paso tan duro, así como que se garantice que la decisión (tan difícil, repito) de interrumpir un embarazo se tome en las condiciones de máxima libertad de decisión, paz y dignidad (sobre todo, de la mujer).
Creo que la ley que el Gobierno va a presentar a trámite parlamentario incumple varias de estas condiciones y, conforme sucede siempre cuando el púlpito se mete en terrenos que no le corresponden, la nueva ley consagra la hipocresía, la negación voluntaria de la realidad –no, no tenemos un elefante en la habitación- y la imposición despiadada del sufrimiento tanto a las mujeres –solo a las pobres, por cierto, porque las pudientes podrán abortar en Londres o en Viena, como sucedía antes– como a seres humanos que llevarán una vida que estará truncada desde el principio por malformaciones gravísimas y que solo les provocará, a ellos y a sus familias, un sufrimiento totalmente estéril.
Punto número dos: creo, Ainara, que un zigoto no es un ser humano, por mucho que unos señores que (por lo menos oficialmente) reprimen voluntariamente y de manera antinatural una parte de sí mismos y que, por lo tanto, jamás tendrán hijos, se empeñen en afirmarlo. Es tan absurdo como decir que, si tengo los planos, tengo un fórmula uno o que, si tengo una semilla, tengo un baobab.
Por cierto, y ya que estamos: todas las historias que hablan de la belleza del sufrimiento están escritas generalmente por personas que no lo conocen, lo mismo que solo pueden encontrar hermosa y soportable y enriquecedora la miseria aquellas personas para quienes un plato de comida es una cosa que se da por supuesta. Y te lo dice una persona que ha trabajado durante más de una década con niños con malformaciones congénitas y que, por lo tanto, tiene mucho visto.
(Solo te contaré una historia de decenas que podría contarte: hubo una niña, enferma de insuficiencia renal congénita, de la edad que tú tienes ahora que, desesperada por todas las cosas por las que había tenido que pasar desde los días siguientes a su nacimiento –maneras para prolongarle la vida uos meses cada vez- se suicidó durante una excursión a la playa bebiendo agua de mar hasta que se envenenó por sodio. Hasta ese punto puede llegar la desesperación de un ser).
Creo que en un asunto tan delicado como este, los padres que, al fin y al cabo, son los que van a tener que cuidar a la futura criatura o pensar en qué pasará con ella si ellos no están, deberían tener la posibilidad de decidir. Así sucede en todos los países de nuestro entorno, Austria incluida.
Alberto y las mujeres
Toda esta polémica, además, me ha traido una gran decepción con una persona a la que yo tenía en cierta estima y que era mi esperanza de que, en España, otra política era posible: Alberto Ruiz Gallardón, ministro de justicia.
Durante años, yo siempre he dicho que Gallardón podía llegar a ser un gran presidente del Gobierno –entre otras cosas porque es uno de los pocos politicos españoles, junto con Julio Anguita, que no trata a sus oyentes como imbéciles-.
Lo cierto es que el ministro ha dado un giro de 180 grados. Pone los pelos de punta comparar al Gallardón de hace, pongamos, dos años, con la persona que concedió esta entrevista al diario ABC hace unos días
¿Qué ha sucedido para que una persona civilizada haya adoptado, de pronto, la retórica cainita que distingue a lo más cerril, a lo más fundamentalista de su partido? ¿Por qué Alberto Ruiz Gallardón se ha echado en brazos de lo más ultramontano de su electorado –y de la Iglesia Católica-? ¿Para hacerse perdonar el qué? No tengo la respuesta, pero sí una teoría personal. No conozco a Alberto Ruiz Gallardón pero creo que el punto de inflexión está hace algo más de un año. Con la ola de los escraches a políticos del Partido Popular. Creo que, lo mismo que nosotros pensábamos que él representaba a una derecha dialogante y civilizada, él podía pensar en la izquierda como en algo diferente de lo que la gente de su entorno le contaba (no hay que olvidar de dónde viene Ruiz Gallardón y con quién está emparentado). Sin embargo, los valores de una persona como el ex alcalde de Madrid debieron trastabillar cuando se encontró delante de su casa a un grupo de hotentotes (no menos energúmenos, por cierto, que los fanáticos que organizan rezadas de rosarios frente a las clínicas en donde se practican abortos) que amenazaban a sus hijos y que incluso llegaron a zarandearle a él. El miedo es humano y Gallardón debió de escuchar en su cabeza, con la fuerza de mil cañones todos los “te lo dije” que había escuchado a lo largo de su vida.
Si no recuerdo mal, sin embargo, fue Suárez quien dijo que, en la vida, hay dos formas de hacer las cosas: “la fácil y la buena”. Gallardón, por desgracia, ha elegido la primera.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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