Tranquilidad, que este post NO es lo que parece.
4 de Junio.- Querida Ainara (*) : ayer por la tarde, un amigo me regaló un libro. Es un detalle que tengo que agradecerle por dos cosas, hasta por tres quizá.
La primera, por el mero regalo; la segunda porque me consta que es una prueba de la sólida amistad suya, con la que cuento y que además me honra; y la tercera, no menos importante, porque el libro es buenísimo.
Libros buenos, libros malos
Se trata de “El Marqués y la esvástica”, escrito a cuatro manos entre la historiadora Rosa Sala Rose y el periodista Plácid García Planas.
Quizá en otro momento, en otra carta, en otro post, entre con más hondura en la fascinante y terrorífica historia que cuenta el libro, pero quisiera detenerme en una frase que Rosa Sala Rose escribió en uno de los primeros capítulos. Cito de memoria, aunque creo que exactamente: “Quizá el único sentido que tenga el estudio de la Historia sea preguntarse ¿Qué hubiera hecho yo?”.
Soy un lector incansable de biografías, memorias y libros de Historia. Como experto degustador de estos manjares intelectuales, he aprendido a discriminar. Y la frase de Rosa Sala podría resumir perfectamente mi criterio principal de discriminación.
Las malas biografías –las hagiografías- conducen al lector a través de un camino en el que todo parece sospechosamente preparado para que el héroe, a pesar de las dificultades, alcance el feliz resultado final –a pesar de ser un libro muy entretenido, La Gran Desmemoria, de Pilar Urbano, es un libro de este género-. Representan relatos en los que, implícitamente, se asume que el protagonista de la Historia tiene desde el principio en la cabeza el diseño de su objetivo final y que todos sus pasos se encaminaban inexorablemente a la consecución de ese objetivo el cual, más tarde o más temprano, aparece ante el lector de manera sorprendente, igual que las palomas salen de los puños de un prestidigitador.
Pilar Urbano, en su libro, asume por ejemplo que Adolfo Suárez y el Rey Juan Carlos –no veas el pitote que se ha montado con su abdicación- tenían, prácticamente desde que Franco era cabo en la Academia Militar, el diseño de la Transición en la cabeza y que, lo único que hicieron luego fue esquivar a los contrarios, lo mismo que hace Cristiano Ronaldo todos los domingos cuando, regateando, llega hasta la portería del equipo enemigo y marca un gol.
Urbano vs. Cercas
Los libros buenos, en cambio, te dejan a la intemperie frente la que quizá sea una de las pocas realidades de la vida que no se pueden esquivar: el futuro es una completa incógnita y todos nos enfrentamos todos los días a decisiones que, a diferentes escalas, modifican lo que será nuestro devenir futuro.
Decisiones cuyos resultados, para complicar más las cosas, no están totalmente en nuestra mano, sino que dependen de un conjunto de factores externos y, por su complejidad, a menudo impredecibles.
Los creyentes, nos tranquilizamos pensando que hay un Gran Timonel con barba blanca y un triángulo en la cabeza, que nos lleva y nos trae por ese caos, y que todo lo que nos pasa tiene un sentido. Aunque también es cierto que, cuanto más mayor se hace uno, y por decirlo suavemente, más fácil es caer en la tentación de pensar que Dios tiene un extraño sentido del humor (bastante siniestro en muchos casos) permitiendo que pasen según qué cosas.
Un modelo perfecto de libro bueno (buenísimo) es, en mi opinión, “Anatomía de un Instante”, de Javier Cercas (tan de actualidad estos días) porque, si bien como el de Pilar Urbano está escrito con un estilo entretenido y, aún diría más, “engatusador”, te pone en la situación de darte cuenta de que las cosas pasaron aproximadamente como se narran –Cercas no pretende estar nunca en posesión de la verdad, y es muy de agradecer- pero, al mismo tiempo, Cercas también te dice: “el Rey es un ser humano que NO TENÍA NI IDEA de toda la información que yo le estoy dando aquí a usted y que, sin tener esa información, tomó la decisión que le pareció más conveniente o que le permitieron las circunstancias”.
Y esas decisiones, imperfectas, tomadas con la urgencia del momento, sin tener la información del futuro (que completa y redondea los acontecimientos y nuestra percepción final de ellos) son las que conformaron el presente.
Un presente que, de haberse tomado otras decisiones, hubiera sido completamente distinto.
¿Qué hubiera hecho yo?
Cercas, y ahí está su astucia y su grandeza, como Rosa Sala, te pone en el brete de preguntarte: “Y si yo hubiera estado allí ¿Qué hubiera hecho?”
Te confieso, Ainara, que muchas veces he dejado el libro que estaba leyendo, he marcado la página por la que iba con el dedo (ese gesto que tú, niña digital, probablemente perderás) y me he preguntado ¿Qué hubiera hecho yo? ¿Qué hubiera hecho yo en Abril de 1931?¿Qué hubiera escrito en Viena Directo el 18 de Julio de 1936? ¿Me hubieran dejado, como hago aquí, mantenerme en una equidistancia saludable? ¿Me hubieran dejado “mi derecho a decidir”? ¿Qué hubiera pasado si hubiera hecho pública mi convicción de que, en la guerra civil, como decía Julián Marías, “había dos bandos que nos tiraban de los brazos en direcciones opuestas pero hacia atrás”?
(Los acontecimientos de estos días en España me dan la prueba, me temo, de que la frase de Julián Marías cobra cada vez más y más actualidad).
Quizá por lo que se distingan las grandes ocasiones históricas sea por eso, porque hacen que nuestra capacidad de raciocinio pase a un segundo lugar, obligándonos a trabajar con unas categorías absolutas, que no admiten discusión ni matices. Y no hay cosa que a mí me cause más horror que el que me fuercen a alinearme en un grupo monocolor.
Quizá porque lo que más me gusta en esta vida, y lo que más enriquece, es la discusión.
Besos de tu tío
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