Cuando los tiempos se ponen interesantes, lo mejor es encontrar las respuestas en los libros.
9 de Noviembre.- Las personas que leemos libros tenemos una ventaja sobre todos los demás, y es que podemos establecer un diálogo con personas que murieron hace mucho tiempo, pero que dejaron sus palabras y sus opiniones entre las tapas de un volumen. Somos invitados a la fiesta más y “mejor” concurrida de la historia. Y, como pasa en todas las fiestas, podemos ir de corrillo en corrillo. En unos, nos sentimos menos a gusto; otros, en cambio, nos seducen. En unos, se dan conversaciones que duran toda la vida. En otros, conversaciones que nos valen para el estado de ánimo que estemos atravesando en una época determinada. En otros, no nos interesa lo que se dice y, discretamente -cerrando el libro- nos marchamos.
Como sucede en el mundo real, cuando leemos un libro y llevamos unas cuantas páginas, ya podemos saber si el autor hubiera podido ser una persona con la que nos hubiéramos sentido bien o, por el contrario, una persona que nos hubiera caido gorda.
Yo supe, casi desde el primer momento, que me hubiera llevado muy bien con Manuel Chaves Nogales. Me gustan su franqueza, su rectitud y, al mismo tiempo, su cariñosa indulgencia que nacía, creo yo, de su conocimiento de la naturaleza humana.
Todas esas cualidades se manifiestan en El Maestro Juan Martínez, Que Estaba Allí.
Empecé a grabar el libro nada más empezar la pandemia, porque me parecía que tenía todas las cosas que, en aquel momento, necesitaba mi alma y la de mis oyentes.
En primer lugar, era un libro eminentemente de viajes. El bueno de Juan Martínez y su mujer, Sole, se pasan toda la historia yendo de un sitio para otro.
En segundo lugar, es un libro que está narrado desde la humildad, pero también desde la esperanza y, sobre todo, desde un sentimiento cierto de que “Dios aprieta, pero no ahora”. Juan, narrador de la historia, y Sole pasan por mil y una calamidades, pero de todas ellas salen mejor o peor, con esa buena fortuna y ese caer de pie de los cómicos.
En tercer lugar, me sedujo la prosa.
El libro que mis lectores van a empezar a escuchar esta semana y durante los próximos sábados está escrito de una manera prácticamente perfecta. Ni le sobra ni le falta nada. Empecé a leerlo con un tono que intentaba ser neutro pero, conforme avanzaba la narración, era imposible no dejarse llevar por esa voz con la que uno se identificaba tanto.
Me divertí mucho leyendo las tres primeras partes pero pronto la actualidad diaria me volvió a reclamar y, como suele sucedernos a los que escribimos para el hoy, este proyecto quedó, primero, un poquito relegado al “ya lo terminaré pronto, pero otro día” y, finalmente, a la parálisis.
Hace cosa de diez días, volví a recuperar los viejos audios y me di cuenta de que eran muy agradables de escuchar, con lo cual no pude resistirme a retomar el proyecto que, esta vez sí, espero terminar.
Aquí dejo al lector con El Maestro Juan Martínez.
A lo largo de los próximos sábados, quizá le tome al personaje el mismo cariño que yo le he tomado y espero que, en esta historia, encuentre herramientas para superar los sinsabores de estos tiempos atribulados.
Deja una respuesta