El mejor amigo del hombre

El artículo de hoy a lo mejor no lo entiende todo el mundo pero, los que lo entiendan, llorarán conmigo.

LTeD 16.02.2025: Apuñalamiento en Villach

20 de Febrero.- Querido Timi, que estás en el cielo: mientras escribo, tengo delante de mí tu foto. Tan guapo, con tus ojos verdes. El Marlon Brando de los gatos. Ahora que te has ido, tengo la necesidad de escribirte una carta que es, sobre todo, el testimonio de mi agradecimiento por tanto amor incondicional como nos has dado, pero también la prueba de todas las cosas que ignorábamos de ti y que nunca podremos saber.

Empezando por tu nombre auténtico. Nosotros te llamamos Timi, y así rezas en el registro del veterinario, como Timi Bernal pero, ¿Cómo te llamaban los otros gatos en vuestro propio idioma? ¿De qué manera se puede expresar la identidad de un miembro de la familia cuando no se cuenta con palabras?

Tampoco sabemos nada de tu biografía hasta el sexto año de tu existencia (cuando decidiste adoptarnos, en 2018, ya tenías seis años, según el veterinario). Hay compañeros de mi especie que afirman que vivías (malvivías) en un taller de coches cercano, en el que te tenían recogido por lástima, para que no tuvieras que soportar la intemperie de los duros inviernos austriacos, pero, la verdad, lo ignoramos todo de tu familia, de tus hermanos, de tus padres.

Un verano de 2018 apareciste por el jardín. Viniste atraído por el suculento aroma de la comida que nuestros otros gatos desechaban, y que donábamos a otra familia de nuestro ecosistema, la de los erizos que, benéficos y noctámbulos, recorren nuestro trozo de terreno en las noches de verano, cuando estamos dormidos.

Pasaron unos días hasta que decidiste que no era peligroso dejarte ver. Al principio, todo piel y huesos, te acercabas con mucha cautela y bastaba cualquier intento de aproximación para que salieras corriendo. Poco a poco fuiste cogiendo confianza. Me recuerdo, en pantalones cortos, regando el césped y te veo tendido sobre la tapia que guarda el garaje. Disfrutando del calor de las piedras tibias por el sol. Fue en aquellos momentos cuando empecé a hablarte y a contarte, en un tono de voz tranquilo, que en nuestra casa no tenías nada que temer.

Cuando le contamos de tus visitas al veterinario, dijo que había que castrarte y nos explicó el método para capturarte. Lo hicimos por tu bien, perdónanos. Tampoco era cosa que llenases la vecindad de gatitos huérfanos. Cuando la operación estuvo hecha, la verdad es que te comportaste con una gran nobleza y demostraste que eras un gato, no solo hermoso, sino también limpio y fiable.

Tras algunos roces iniciales con Mathilde y con Stanislaus, por asuntos territoriales, entraste en la dinámica de la familia sin ningún problema e incluso nos diste ejemplo a todos de abnegación, de valentía y de nobleza. Cuando venían los niños y se empeñaban en cogerte en brazos, tú te dejabas hacer, dócilmente. Interpretabas su torpeza como lo que era: una muestra de amor y de admiración hacia una criatura tan hermosa.

Cuando estábamos en el jardín y pasaba alguien con un perro, no te importaba el peligro, sino nuestro bienestar, y nos protegías dando unos bufidos disuasorios que amedrentaban al can más arrojado. Cuando íbamos a ver a los vecinos, te colabas por el hueco entre dos rejas y nos seguías, como si fueras tú mismo un perro, guardando nuestra seguridad. Cuando estábamos tristes, lo sentías, y te echabas sobre nuestro pecho. De noche, te acurrucabas junto a nosotros en la cama, al calor de nuestro cuerpo, velando nuestro sueño.

Hasta que enfermaste gravemente, hace más o menos un mes, has sido la dulzura de nuestra casa, la curiosidad inocente de los niños, la compañía en los días de teletrabajo, y estoy seguro de que, allá donde estés, desde la tumba pequeña en la que reposan tus restos, seguirás cuidándonos.

Ha sido coincidencia que te hayas ido en una fecha tan cercana al día internacional de los gatos y exactamente del mismo mal, un cáncer de garganta traidor y rastrero, que mató a Socks, el gato de los Clinton, por cuyo fallecimiento se estableció este día internacional (por cierto, hay otras dos fechas más en el año en las que se conmemora que los seres humanos tenemos una especie amiga que nos alegra la existencia).

En el despacho, en el trabajo, tengo también una fotografía tuya, de la que la gente se enamoraba a primera vista. Especialmente el Sr. Paric, el conserje de la empresa, que muchas veces, medio en broma medio en serio, me pidió comprarte para su hija. Ayer, cuando le conté que habías fallecido, el hombre se emocionó mucho y se le saltaron las lágrimas. La mala noticia resucitó en él el recuerdo de un perro suyo, muerto por un cazador desalmado, antes de las guerras de Yugoslavia.

Que Dios te bendiga, Timi, allá donde estés, y que, si la otra vida existe, disfrutes en ella de todas las recompensas que tu inmensa bondad merece.

NOTA: Timi, uno de mis tres gatos, falleció el lunes debido a un cáncer terminal de garganta. Este texto va dedicado a su memoria y a la de todos los gatos que nos hacen la vida más agradable.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.