Solo un 7% de los austriacos están satisfechos

Solo un siete por ciento de los austriacos está contento con su democracia ¿Hay razones para la alarma?

9 de diciembre.- Uno de los inconvenientes que tiene la democracia como sistema es que su principal componente, la demos, o sea, nosotros, el pueblo, tiene que participar en ella. Participar en la democracia se parece un poco a mantener una dieta saludable. O sea, que hay que tener cierta tolerancia a la frustración. En el asunto de la alimentación esto significa no ceder a las tentaciones que plantea una bolsa de crujientes patatas fritas y comerse una mandarina que, si bien no siempre está más rica, es muchísimo más saludable y nos mantiene en forma más a largo plazo.

Para que una democracia funcione, los participantes, o sea, nosotros, tenemos que pasar por alto la tentación de creer que la discusión es ruido y aceptar que la unanimidad no siempre es deseable. Hay que creer que todas las personas, incluso esos conciudadanos con los que Dios no se portó demasiado bien, tienen algo que aportar al conjunto de la sociedad. Hay que saber que el liderazgo perfecto del hombre providencial es un cuento que solo se creen los niños que aún se mean en la cama y que nunca se llega a saber nada del todo, y que no existen relatos onmicomprensivos que expliquen todas las facetas de la realidad.

En tiempos de cambio, como los que vivimos, la democracia suele tener mala fama, porque todo el mundo está ansioso de comer patatas fritas y no tiene ganas ni tiempo de hacer el esfuerzo de pelarse una mandarina y zampársela. O sea, que los regímenes totalitarios (hola Donald, hola Vladímir) resultan seductores porque ofrecen consensos forzados y verdades contundentes que se acatan en silencio. Pero, sobre todo ofrecen algo a lo que no suele prestarse atención: la confianza en el liderazgo de un hombre providencial implica automáticamente un abandono de la propia responsabilidad en el devenir de las cosas.

Uno manda, otro obedece y, si algo sale torcido, no es culpa del que obedece, sino del que mandó.

Dicho esto, según una encuesta que se realiza periódicamente solo un siete por ciento de los austriacos está contento con la democracia en este país. Un treinta y cinco más dice estar “bastante contento” en tanto que hay un 14 por ciento que votan al FPÖ digoooo que no están nada contentos con la democracia. Desgraciadamente, lo anterior no es un chiste. La encuesta fue realizada sobre una muestra representativa de 818 personas y el descontento con la democracia lo lideran aquellos que confiesan ser votantes del FPÖ.

Son los votantes del FPÖ los que más se inclinan (nada sorprendente) por un sistema diferente del actual (ya sé que a mis lectores, en estos momentos, se les están poniendo los pelos de gallina).

En fin; entre los aspectos de la democracia mejor valorados están las elecciones (un 54% opina esto) y la neutralidad de Austria (un 51%) un 50% piensa que la libertad de expresión está fenomenal.

En general, los hombres están ligeramente más contentos con la democracia austriaca que las mujeres (aunque los porcentajes están muy igualados y en cuanto a votantes de partidos, son los que votan al FPÖ los más descontentos. Exactamente la mitad de los encuestados que votan a la extrema derecha se muestran insatisfechos con la democracia austriaca. En estos resultados puede verse lo molestos que se encuentran por que, a pesar de ser el partido más votado, el suyo no llegó a alcanzar el Gobierno en estas últimas elecciones (todo el mundo sabe las razones). Con sus más y con sus menos, algo más del setenta por ciento está a favor de mantener el sistema político del que disfrutamos (tomad nota Donald y Vladímir).

Resulta llamativo, según los autores de la encuesta que solo una minoría de las personas encuestadas ve el sistema social como una parte importante de la democracia austriaca. También la figura del Bundespresi ha perdido respaldo popular como elemento importante del edificio político austriaco.


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