
Un politólogo de la Universidad de Oxford ha estudiado a los parlamentarios austriacos y ha sacado sus conclusiones.
15 de Diciembre .- Hace algunas semanas tuve la fortuna de escuchar a un científico español en el curso de mis colaboraciones con el Instituto Cervantes. En la pequeña tertulia previa a la charla, estuvo explicando una novedad que se había instaurado en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional y fuente de todas las leyes del sistema jurídico español. La costumbre consistía en que sus señorías mantenían reuniones periódicas con científicos concernientes a los asuntos que se estuvieran ventilando en cada momento.
Yo nunca lo había pensado, claro. Todos no tenemos la obligación de saber de todo y muchas veces nuestros políticos, ocupados en cosas tan necesarias para su trabajo como pisar los cuellos de sus conmilitones para ascender en el organigrama o en imaginar nuevos insultos y “zascas” que “destruyan al adversario” no tienen tiempo de informarse, con lo cual se corre el peligro de que las leyes les salgan hechas un churro.
Fuera de bromas, habla mucho en favor de nuestros diputados que tengan la humildad de preguntar a los expertos, dado que es así como se aprende y, en general, como se mejora la calidad de la legislación.
Traigo a colación este asunto porque un politólogo de la universidad de Oxford ha estado un aöo estudiando el mismo asunto en el Parlamento austriaco, o sea, cuánta confianza tienen los parlamentarios austriacos en la ciencia. Sus conclusiones merecen un comentario.
Según este politólogo llamado Joef Lolacher los parlamentarios austriacos tienen un nivel de confianza en la ciencia que la población en general, pero como pasa fuera del parlamento, la risa va por barrios. O sea, que hay grupos políticos que se fían más de la ciencia que otros.
Para estudiar este asunto, Lolacher elaboró un cuestionario que proponía a los parlamentarios. El cuestionario incluía una escala, en la que 1 era “no tengo ninguna confianza en la ciencia” (podía haber puesto algo así como “no me he vacunado porque he oído que te inyectan un “microchís”) y 7 era “tengo total confianza en la ciencia”.
En la población en general, la ciencia puntuaba con un 5,11 y en los parlamentarios con un 5,43. La media, en el caso de los parlamentarios (y puede que en la población general también) la bajaban los representantes de la extrema derecha (who else? Que dijo aquel). Los ultras sacaban un escalofriante 4,21 %.
Los verdes y los Neos que, en general, representan a un electorado urbano y culto, sacaban de nota un 6,21 y un 5,94 respectivamente, en tanto que los partidos socialistas y populares sacaban un resultado parecido a la media general. No hay registros de lo que piensan de la cuestión los antivacunas de MFG o los comunistas, porque su representación parlamentaria es tirando a canija.
Lolacher evalúa esto diciendo que la baja puntuación de los ultras está en consonancia con su tendencia a defender disparates, teorías de la conspiración y cosas así, o sea, con el populismo.Todos hemos tenido experiencia directa de esto. Recordará el lector a Dagmar Belakowitch, portavoz de los ultras y dizque médica (no quisiera uno caer en sus manos) diciendo disparates a propósito de las vacunas.O al mismo Herbert Kickl diciendo disparates a propósito del cambio climático.
Los resultados ponen otra cosa de manifiesto y es que la confianza de los parlamentarios, no importa la tendencia, empieza a debilitarse frente a asuntos a propósito de los cuales intuyen que el electorado tiene una opinión distinta de la de los expertos.

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