
Una de las derivadas del debate a propósito de la inmigración es cómo el envejecimiento está cambiando las sociedades europeas.
20 de diciembre.- Una de las derivadas del debate a propósito de la integración es cómo el envejecimiento está cambiando a las sociedades europeas. La población europea envejece, la austriaca también y, mientras no se resuelvan otras incógnitas, la población activa encoge y, por lo tanto, Austria necesita inmigrantes. O sea, el mercado de trabajo austriaco necesita de nosotros, los trabajadores extranjeros, para poder seguir manteniendo las tasas de crecimiento y bienestar a las que los austriacos están acostumbrados.
Sin ir más lejos, la OCDE vaticina que para 2060 (o sea, para pasado mañana) el mercado laboral austriaco podría haber perdido un veintincinco por ciento de sus efectivos. Esto va a tener sin duda profundas consecuencias en el modo en el que se organiza la sociedad austriaca, lo mismo que las va a tener en el modo en el que se organizan otras sociedades europeas. Si en los ochenta del pasado siglo diez personas sostenían a dos pensionistas en un futuro cercano llegaremos a que cinco personas en edad de trabajar van a sostener a esos mismos dos pensionistas.
Naturalmente, estamos viendo esto con las gafas de hoy, con los medios productivos de hoy y sin tener en cuenta las consecuencias que la inteligencia artificial va a tener en un futuro muy próximo. La cuarta revolución industrial ya está en marcha y es probable que, en los próximos cinco años (o sea, mañana por la mañana) la automatización vaya a suplir en alguna medida -no sabemos aún cuánto- la desaparición de los trabajadores del baby boom.
Para que se entienda esto, pondré un ejemplo: en el siglo dieciocho, uno de los miembros más avispados de la familia Habsburgo compró unos terrenos en Burgenland, lo que es hoy la explotación agropecuaria de Albrechtsfeld. En aquel momento, para explotar la granja y sus aledaños, el aristócrata fundó un pueblecito. Una aldea con unos cuantos cientos de habitantes. La industrialización y la automatización de los procesos ha hecho que lo que antiguamente hacían varios cientos de personas hoy en día esté llevado por nueve -una de esas nueve es la secretaria que se encarga del trabajo administrativo-. Del mismo modo, cae por su peso que próximamente, debido al impacto de la inteligencia artificial, sean necesarias menos personas para llevar a cabo las mismas tareas.
Mientras tanto, el envejecimiento de la población y la salida del mercado laboral de las cohortes más numerosas -los nacidos en los cincuenta y los sesenta del siglo pasado- hacen que la posición de los trabajadores se vea fortalecida. Y es lógico que sea así, las empresas necesitan capital humano y, por lo tanto, esta escasez de mano de obra hace que los dadores de empleo tengan que ofrecer condiciones más favorables para aquellos que demandamos trabajo -esto se mantendrá así, previsiblemente, hasta que la IA pueda afrontar de forma fiable determinadas tareas.
Las sociedades europeas, la austriaca entre ella, también tendrá que afrontar otros retos relacionados con la edad creciente de las personas. Cuando nos hacemos mayores nos volvemos menos innovadores. La biología nos hace afrontar menos riesgos. Es lógico que una sociedad que esté compuesta de mayores de cincuenta años sea menos dinámica que una sociedad de treintañeros. De nuevo, los expertos no se ponen de acuerdo en cómo la tecnología será capaz de revertir, siquiera parcialmente, esta tendencia. Los expertos de la OCDE calculan que, si no se toman medidas compensatorias, la productividad de los trabajadores podría caer a la mitad de los niveles actuales en los próximos años.
Por último, se plantea otra pregunta y es, ni más ni menos ¿Qué vamos a comer cuando seamos mayores? Por supuesto, todo el mundo es más o menos consciente de que, para que el sistema de pensiones sea sostenible, las personas vamos a tener que trabajar más tiempo. O sea, que se va a tener que retrasar la edad de jubilación. Sin embargo, la edad de jubilación no se puede retrasar indefinidamente. Es cierto que una persona de sesenta y cinco años, actualmente, no tiene nada que ver con alguien de la misma edad en 1980 pero, al mismo tiempo, la biología es implacable y setenta años son setenta años, con todas las consecuencias que ello implica.
Por otro lado, las empresas siguen siendo reacias a emplear personas mayores. Se realizan programas para parados de larga duración mayores de cincuenta años.
Una cosa está clara: las sociedades europeas deberán combinar reformas, con mejor formación y con integración de los trabajadores mayores en el mercado laboral para garantizar que todos sigamos gozando de los niveles de bienestar actuales.

Deja una respuesta