Una persona solitaria en una gran ciudad

Navidad y la epidemia silenciosa

Una persona solitaria en una gran ciudad
imagen falsa creada por IA

¿Ha hablado usted mal de su cuñado esta noche? A lo mejor debería usted considerar un lujo poder hacerlo.

25 de Diciembre.- Feliz navidad. El tópico de estas fiestas es despotricar de la familia, sobre todo de ese cuñado que sabe hacerlo todo mejor que uno y que no deja de dar la murga durante la cena familiar. Ese cuñado está tan presente en el imaginario colectivo, que ha pasado a formar parte de la cultura popular, y ahora es un “cuñado” ese ser, especialmente si es tirando a conservador, que habla sin saber como un tertuliano de la televisión y con el que tenemos que compartir mesa porque no nos queda más remedio. También hablamos de la suegra, esa señora que, para muchos, suele ser el defecto más gordo que tiene su santo o su santa. O de esos niños (!Ay, esos niños!) cuyas entrañables travesuras hacen que brote en nuestro corazón un destello de simpatía por Herodes Antipas, el soberano que, según la Biblia, se hizo un Netanyahu en el siglo I y desencadenó una degollina de tiernos infantes (e infantas). A diferencia de lo de Netanyahu, por cierto, la matanza de los inocentes de la Biblia parece que es fruto de la mente calenturienta del evangelista y que por suerte no sucedió nada parecido en el siglo I d.C. Cosa que, desgraciadamente, no se puede decir la matanza moderna.

En fin que, en estas fiestas, todo el mundo ponemos a nuestra familia biológica o política, a caer de un semoviente, sin darnos cuenta de que, a lo mejor, es un lujo del que mucha gente carece.

Según datos de la oficina de estadística austriaca (Statistik Austria) nada más y nada menos que un veintiocho por ciento de la población austriaca, casi un millón y medio de personas, se ha sentido sola recientemente y alrededor un ocho por ciento admiten que sufren (!Sufren!) de falta de cercanía personal y emocional en su entorno.

A la luz de estos datos se puede decir que la sociedad es una epidemia silenciosa y transversal que afecta a la sociedad austriaca.

Varios son los factores que facilitan sufrir de esta pandemia.

Uno es la enfermedad. Las personas que sufren de enfermedades crónicas tienen más posibilidades de sentirse solas (y de estarlo) que los que tenemos la suerte de estar sanos. La enfermedad, con frecuencia, dificulta la posibilidad de acudir al encuentro de otras personas por no hablar de que supone una fuente de experiencias difícilmente compartibles o transmisibles.

Otro factor de riesgo es vivir en una ciudad. Las personas que viven en áreas rurales o no tan pobladas, aunque parezca paradójico están menos solas, o se sienten más integradas en su comunidad que los que viven en las ciudades en donde el anonimato campa a sus anchas. Solo un 57% de los urbanitas valoran su situación como satisfactoria en este sentido, mientras en el campo el porcentaje sube hasta el 72%.

No tener dinero para organizar actividades de ocio también limita las posibilidades de encuentro con otras personas, lo mismo que el desempleo. Quien está en el paro pierde interlocutores como compañeros de trabajo o jefes.

Aunque quizá el factor decisivo sea la edad.

Ser viejo conlleva en muchas ocasiones también estar solo quizá porque es una combinación de todos los factores anteriores.

Uno está en paro, sale menos, frecuentemente falta la pareja, van faltando también los amigos, aquejados de goteras y desperfectos que también uno padece. También hay un factor cultural, porque en las sociedades antiguas la voz de las personas ancianas se escuchaba y se valoraba, en tanto que hoy en día vivimos en sociedades en las que mucha gente empieza a sentirse invisible cuando se cumplen los cincuenta.

Sorprendentemente, sin embargo, la soledad está muy presente en el grupo de los menores de treinta y cinco años. Los jóvenes se sienten solos quizá, paradójicamente, porque están más conectados que nunca. Los sociólogos valoran muy negativamente esta experiencia de soledad de los jóvenes y piensan que puede ser funesta para la sociedad, al perderse cosas que son muy necesarias para la marcha sosegada de las cosas. Los jóvenes solos pierden el sentimiento de solidaridad y también la empatía.

Otra cosa que está clara es que estar solo es malo para la salud. Mucha gente va al médico, especialmente los hombres, porque su santa le convence de que hay que hacerse chequeos de vez en cuando. Y también sucede que, si uno tiene un percance y no hay nadie cerca que llame a una ambulancia, una cosa subsanable se puede convertir en un problema serio.

Todos podemos contribuir a mejorar la situación. Basta con tener los ojos un poquito abiertos y pensar un poquito en nuestro prójimo. A lo mejor es un buen propósito para 2026.


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