Pitote en Viena por unos retretes

Otto WagnerO esas cosas que solo pasan en Viena…(gracias a Dios)

25 de Enero.- Uno de los personajes más curiosos de la Belle Epoque vienesa (que en el caso de Viena fue, literalmente, una época muy bella, por lo menos en lo tocante a la producción artística) fue el arquitecto Otto Wagner.

Otto Wagner: un hombre controvertido

Durante toda su vida, fue Wagner un ser enormemente respetado y las fotos le muestran como un caballero de aspecto sabio y patricio. De puertas para adentro, como también era corriente en aquella época en la que el merengue del fariseísmo tapaba las partes menos presentables de la vida privada, Otto Wagner fue un señor de vida personal bastante peculiar.

En primer lugar, por su amor, frontero con lo obsesivo, que profesaba a su madre, la cual fue un verdadero rodrigón para un carácter en el fondo débil y que tendía a la dispersión. Y en segundo lugar porque a Otto Wagner le gustaban las señoras más que comer con los dedos, lo cual, tratándose de una sociedad como la suya, en la que todo estaba rígidamente compartimentado, era una cosa bastante inconveniente. En total, tuvo siete hijos de tres madres diferentes, y solo se casó con una de ellas, porque su madre se puso firme y prácticamente le obligó.

Quizá para mantener a aquella prole tan numerosa (o quién sabe si para no tener que vérselas con la bruja de su madre) Otto Wagner sembró Viena de hermosura durante unas cuantas décadas de trabajo incansable y se puede decir que, si esta ciudad es hoy lo que es (o sea, una meca para los japoneses amantes del modernismo) es debido a él. A su mano se deben obras mayores, como los puentes de la línea 6 de metro, por ejemplo, pero también obras menores, como la estación de metro que se construyó en Schönbrunn para el uso del emperador (y que fue utilizada dos o tres veces nada más) o la obra de Otto Wagner que motiva este artículo.

Los retretes de Wagner

Hace 101 años, la ciudad de Viena le encargó a Otto Wagner un edificio muy pequeño, los retretes públicos del Turkenschanzpark. Se trata apenas de una caseta que, a primera vista, no tiene ningún valor. Sin embargo, al haber salido de la mano de Otto Wagner, el cobertizo goza de protección especial, por lo cual no puede ser derribado y, en el caso de tener que arreglarse, debe ser restaurado de acuerdo a su importancia (¡!) histórica.

Naturalmente, restaurar un edificio así, aunque sea pequeño, sale por un pico. Y, a pesar del estado lamentable en el que se encontraba, las instituciones vienesas no se ponían de acuerdo a propósito de quién tendría que poner los 300.000 euros que hacían falta para encontrar, por ejemplo, piezas originales modernistas con las que sustituir a las estropeadas por el largo tiempo de uso al que ha estado sometido el edificio y no pegar las cosas con superglue y de cualquier manera como ha pasado con la máscara funeraria de Tutankamón.

Por fin, esta semana ha habido acuerdo y los wáteres públicos serán restaurados a lo largo de este año y, no solo eso, serán transportados a un lugar en donde puedan ser disfrutados (ejem) por los vieneses más cómodamente y a un emplazamiento más vistoso: el Otto Wagner Spital, en su momento uno de los sanatorios mentales más modernos del mundo, el cual también está siendo remodelado para, sin tocar nada de lo esencial del conjunto histórico (o eso se pretende) ser convertido en una zona de viviendas.

Seguramente Otto Wagner, desde donde esté, debe de haber contemplado el pleito a propósito de sus wáteres con una sonrisa de medio lado, como diciendo “No se os puede dejar solos”.


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