Hay que salvar a la reina

El machismo vive enquistado en las cosas que vemos todos los días y que nos parecen naturales a fuerza de verlas. De la Reina, para abajo.

8 de Marzo.- Hoy es el día internacional de la mujer. Antes de seguir con este artículo, vamos a dejar que el mastuerzo que hay entre el público lo diga ya. Venga, señor mastuerzo, no se corte:

-Oiga, es el día de la mujer pero ¿Por qué no hay un día de los hombres?

Es, por cierto, el mismo señor mastuerzo que dice, todos los santísimos años, lo de:

-Oiga, es el día del orgullo gay, pero ¿Por qué no hay un día del orgullo hetero?

Bueno: ya que hemos dado voz a las capas intelectualmente más desfavorecidas de la sociedad, creo que podemos seguir.

La existencia del día internacional de las mujeres es muy necesaria, sobre todo, para llamar la atención sobre cosas que a todo el mundo le parecen normales porque hemos crecido con ellas, pero que no deberían serlo de ninguna manera.

Hay mujeres que viven oprimidas por el machismo dominante y no nos damos cuenta de ello. Y viven oprimidas, sobre todo (y poca gente lo dice) con la complicidad total de las propias mujeres (sin las cuales el machismo no tendría, queridas amigas, ninguna posibilidad). Y no son pobres, ni están marginadas, ni viven en entornos culturales pobres (aunque, naturalmente, las mujeres pobres, marginadas y que viven con orangutanes que se dicen hombres, tengan todavía menos posibilidades de salir del pozo).

Tomemos por ejemplo a Su Majestad, la reina Doña Letizia de España. Si hay algo que no se puede negar es que la esposa del rey de mi país es una persona con la cabeza muy bien amueblada. De hecho, lo que los y las machistas le reprochan es precisamente eso: que tenga un agudo cerebro entre los parietales, que lo use y que quiera y sepa hablar.

Desde que se hizo público que se casaría con el que hoy es su marido, sin embargo, en nombre de una concepción absolutamente medieval de las relaciones entre hombres y mujeres y del papel que las mujeres deben representar en la sociedad, la señora Letizia Ortiz Rocasolano no habla nunca en público si su marido está en la misma habitación y siempre se sitúa un paso por detrás de él, y desde los medios de comunicación se la condena a representar un papel que, estoy seguro (no hay más que verla) a ella le repugna con todas sus fuerzas: el de silencioso florero o, peor, el de percha para creaciones textiles. Con ocasión de la visita de Estado del presidente de la República Argentina y de su mujer, pongo por caso, se habló de “duelo de estilos” entre las primeras damas, como si las primeras damas no tuvieran en la cabeza más que asuntos de trapos, y con ocasión de la visita que Catalina Middleton tiene previsto hacer con su marido, el príncipe Guillermo, a España, pueden mis lectores apostar en que solo habrá noticias sobre cuál de las dos, la reina o la duquesa, tiene un culete más pimpante (naturalmente, se hará de manera más o menos sofisticada, pero el fondo de la conversación mediática será ese).

Siendo la reina Letizia tan válida como su señor esposo (que es un hombre innegablemente culto y educadísimo, y no menos guapo que su mujer, y del que algunas y algunos incluso dirán que tiene un buen revolcón) a nadie se le ocurriría escribir un artículo sobre si el Rey de España tiene un trasero más respingón que Trudeau, el presidente canadiense; ni nadie sabe quién es el sastre que hace que las americanas no le tiren de la sisa, ni ningún columnista del género “marica mala” le reprochará al rey que los trajes que usa sean de un color o de otro, o si se los pone más de una vez o si son nuevos para cada ocasión, ni ninguno le echará en cara que las hijas de la pareja vayan vestidas de una manera o de otra a los actos oficiales.

Y, lo que es peor, habrá una cantidad de mujeres (las hay, de hecho) que estarán de acuerdo con que a su majestad la reina, esa mujer válida, fuerte, inteligentísima, guapa, que tenía un futuro profesional en tareas realmente útiles, y no dando aburridísimos discursos en fundaciones en las que se la consagra como “ángel del hogar y apostola de los desfavorecidos”, se le hagan esos reproches cada vez que ose salirse de un papel que le viene estrechísimo y en el que está desperdiciando su indudable talento.

Y “más peor” que todo esto, es que el Rey, nuestro señor, y la Reina, su esposa, ocupan la más alta magistratura de la Nación y en esto, aunque sea involuntariamente, son también “ejemplares”. O sea, que el mensaje es, constantemente que ese es el papel que hombres y mujeres debemos adoptar. Salvemos pues, a la Reina, y nos salvaremos tod@s.


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