En estos días se cita mucho a Chéspir en Austria, debido a las temperaturas bajo cero. Hoy, un post de servicio público.
22 de Enero.- En estos días, se suele citar mucho en Austria el famoso monólogo de Desdémona, en el cuarto acto de Otelo, cuando ella se acerca a la boca del escenario y dice :
-Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo.
– !Pero Desdémona, qué musitas, mi amor !
–No me cojas equivocadametne (o sea, don´t get me wrong) Otelo, pero cuando el grajo vuela por los balcones, hace un frío de c*jones –hay que tener en cuenta que cuando Chéspir escribió Otelo no estaba la cosa de la corrección política como ahora y por eso Desdémona podía permitirse estos exabruptos en escena.
Sí : en esta época en Austria hace muchísimo frío.
En el momento de escribir esto las mínimas en Viena son de seis grados bajo cero (en Viena, que en las montañas debe de ser como para no querer salir de casa), pero es probable que el termómetro baje todavía más para alegría de los pingüinos del zoo de Schönbrunn.
En cuanto a los humanos, por lo que sea, esta temporada yo la estoy llevando peor que otras veces, y por eso he creido que sería bueno, para aviso de mis lectores, contar los efectos que sobre mí ha tenido no ya el frío, sino sobre todo la falta de luz.
A pesar de que los austriacos, como defendiéndose, suelen decir que Viena tiene las mismas horas de luz que, pongamos, Madrid, los cuerpos, particularmente los cuerpos que están acostumbrados a otra cosa, como el mío, se rebelan contra esta noción.
Puede ser que, en conjunto, las horas de luz sean las mismas, pero probablemente estén repartidas de otra manera. Lo cierto y verdad es que aquí podemos pasarnos semanas sin ver el sol, con el famoso cielo color panza de burra (en el mejor de los casos) o enfrentados a una noche que, debido a los horarios laborales, nos parece perpetua, como la que quería el amante del bolero (y el muy malaje de él no sabía lo que estaba pidiendo).
En mi caso, los efectos de esta situación empezaron hace un par de semanas cuando debieron de agotarse mis reservas de vitamina D –muy importante para el estado de ánimo- y también de serotonina. Me sentía fatal. Miserablemente mal.
Lo único que quería era meterme en la cama y dormir, o leer algún libro eterno (“Psicología de masas del fascismo” que es un libro con el que solo se puede cuando no se puede con la vida). Un libro que me evadiese de mi tristeza y de mi falta de ganas de no hacer nada (nada que no fuera, naturalmente, hacer la vida del perezoso gigante o de la marmota).
Al principio lo atribuí a una semana de trabajo especialmente estresante pero, cuando las circunstancias laborales mejoraron y yo seguía igual de hecho un trapo, deduje que la cosa debía de tener su origen en un problema físico.
Empecé a pensar en la vitamina D –esa vitamina humilde que todos los que hemos nacido en países soleados sintetizamos como si nada, sin darnos cuenta- y también me di cuenta de que al cuerpo, a falta de luz, había que ayudarle de otra manera a producir serotonina : la droga natural que él mismo produce y que nos hace felices sin necesidad de fumar cigarros de la risa.
Aprendí que no es casualidad que el Carnaval, con sus bailes y sus jolgorios, se celebre en esta época. Una de las cosas que he descubierto es que, más eficaz que la vitamina D, es el movimiento.
Si uno no tiene manera de salir de marcha y darse un buen bailoteo lo cual sería, en principio, la manera más idonea de vencer al general invierno, hay que vencer la inercia de querer meterse debajo de las mantas y hacer deporte.
De esta manera, este cuento tuvo un japi end. Yo me puse en la bicicleta estática una hora para hacer terapia de choque y media hora a partir de entonces todos los días y ha sido mano de santo.
Es un gasto de tiempo mínimo, pero que de verdad rinde que da gusto. Les sugiero la misma terapia a aquellos de mis lectores que estén aquejados de apatía invernal. Y sobre todo les doy ánimos. De todo se sale y el puto invierno (de los güevos, con perdón) tiene los días contados. Por suerte.
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