No voy a negar que, durante este periodo, también he aprovechado para tomarme unas vacaciones. He atendido a unos amigos (T. y A.) que visitaron Viena y, por raro que parezca, he tenido algún tiempo (entre resaca y resaca) para reflexionar sobre algunas cosas.
Una de ellas ha sido el dichoso (por no decir puto) Facebook.
Tengo que reconocer que lo odio. No ya porque me vea demasiado viejo para hacerme con los mandos del artilugio sino porque, además, me dan inmenso perezón una serie de cosas que he observado. Por ejemplo: si las redes “sociales” nacen para estar informado sobre la vida de la gente que se da de alta en ellas, una de dos: o yo soy demasiado cotilla (esto es, necesito informaciones con sustancia a las que poder hincar el incisivo) o bien Facebook es la mejor manera de mantenerse cuidadosamente desinformado de la vida que hacen tus amigos.
Las notitas de Facebook se parecen a esas que pone el periódico el mundo junto un cuadrito rojo: URGENTE. “El fiscal general de los Estados Unidos se abstiene en el caso Madoff”. Pos vale. Guay. Chachi. Y eso qué significa. Qué consecuencias tiene ¿Dará el chorizo con sus huesos en la trena o le pone un paso de hacer la de Roldán? Chicha, señores, es lo que queremos.
La información sin contexto es desinformación de la peor.
Traduciendo a Facebook. Tomemos un ejemplo al azar: alguien deja una nota (yo lo he hecho) contando lo que está haciendo en ese momento. Quitando el hecho obvio de que nuestras actividades cotidianas tienen, por lo general, poquísimo interés, yo me pregunto: ¿A mí qué leches me aporta saber que, a dosmil kilómetros, alguien está haciendo el sofrito de unas judías pintas?
Aunque quizá, lo que en realidad me ha dolido más es que, con nocturnidad, alevosía e internet, alguien haya publicado fotos de aquel pasado mío en el que todos éramos tan felices y las cámaras aún tenían carrete.
Quizá esta última puñalada haya hecho que no pueda con mi vida del puñetero Facebook.
Por cierto, ¿Dónde estoy en la foto? Está tirao.
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