Spanish revolution 2012 (5): La familia extendida

Familia
En Austria está muy clarito quién es tu familia (A.V.D.)

18 de Abril.- Una de las cosas que aturden un poco al inmigrante cuando vuelve a su país es toparse con la existencia de lo que yo llamo “la familia extendida”.

En Austria, las distancias sociales están reguladas por un estricto código.

Allí, a lo lejos, está esa masa de personas que te rodea todos los días en el metro,o que ve contigo cómo sufren los atletas de la maratón viení; un poquito más cerca, no mucho, las personas que cogen el autobús a la misma hora que tú para ir a trabajar; en una zona ambigua, los compañeros de trabajo. Más cerca, los conocidos, ese gentío al que, en caso de boda, invitarías a la iglesia pero de ninguna manera te llevarías al convite posterior y, por último, la familia: esas personas a las que podrías tener presas en un sótano a base de tranchetes durante décadas.

Cuando vuelves a España, este castillo social tan elaborado queda anulado y el resultado es una suave (y agradable) perplejidad.

Por un lado, la aparición de la familia extendida es un asunto que tiene que ver con las neuronas.

En Austria, los que hablan raro son “los otros”, “el enemigo”, en tanto que los que hablan como tú son “los tuyos” y tienes muchas probabilidades de haberte ido de birras con ellos alguna vez –sé que es una manera un tanto grosera de explicarlo, pero es que, para el cerebro, que en el fondo es tonto, la cosa funciona así-.

En España, como todo el mundo habla en español –menos los políticos y los locutores de televisión que tienen un idioma propio- el cerebro humano asume que todos “son de los nuestros”. Desde el vecino politoxicómano que abandonó el instituto a los trece años para dedicarse a afanarle a su madre todos los aparatos de electrónica de consumo que tiene en casa, a la ceñuda cajera del supermercado, pasando por la funcionaria que te atiende soplándose el flequillo de la cara y con un piercing taladrándole el tabique nasal, como si fuera una miembro albina de cualquier tribu centroafricana.

Por otro lado, por supuesto, está clarísimo que los españoles, a diferencia de los centroeuropeos, nadamos en un caldo afectivo primordial que nos acoge y nos sostiene socialmente.

Mientras vives en el país, no te das cuenta, porque ha sido la realidad tuya de toda tu vida y no se te alcanza que las cosas pudieran ser de otra manera. Cuando te marchas y regresas, porque eres el hijo pródigo y la gente asume que necesitas calor y afecto.

Es como flotar panza arriba en una piscina de agua caliente cuyas corrientes te llevan y te traen al capricho de un Dios benévolo.

Si, además, has crecido en una casa de pisos en la que reina la solidaridad –como es mi caso- resulta que sientes arropado, protegido, alejado de la invulnerabilidad, como si volvieses al nido en que creciste. A un sitio en el que todo el mundo sabe tu nombre y te cuenta anécdotas de lo salada que está tu sobrina –que es verdad, que está saladísima y es una pena que mi estricta política censora en este aspecto me impida poner fotos o vídeos de Ainara, porque es un amor-.

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